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Por Javier Chiabrando*
En la
primera guerra mundial hubo un hombre que entendió que el arte no era
sólo una cuestión de líneas o colores. Se llamaba Lucien Guirand de
Scévola, era un joven pintor, amigo de Apollinaire y telefonista del
ejército francés. A Scévola le molestaba mucho que sus propios cañones
saltaran por los aires luego de disparar; es que por ocultos que
estuvieran en bosques y montañas, al disparar se volvían demasiado
visibles para el lógico ojo alemán. Scévola encontró la solución en el
arte de la época, el cubismo.
Los cubistas, encabezados por Picasso, Braque y Gris, pintaban la
realidad sin compromiso por las apariencias. No buscaban un punto de
vista único ni sensación de profundidad. Suprimían los detalles o
representaban a los objetos por uno solo de ellos. Scévola se dijo que
si podían hacer eso en un cuadro, podrían hacerlo en el frente de
batalla. Nacía el camuflaje.
El camuflaje podía ser pasivo: esconder material bélico, rutas y
puentes; o activo: crear lo que no existía, ejército, aeropuertos,
árboles (o bosques enteros, pueblos) que por dentro contenían puestos de
observación capaces de fotografiar el paso del enemigo. Los talleres se
organizaron en París, en la parte trasera de los circos y en la escuela
de Bellas Artes; sobre el final de la guerra los camufladores eran casi
tres mil, muchos de ellos pintores cubistas.
De los dos ejércitos de estos días, el poder político y el poder
económico (bancos, corporaciones, capitalismo financiero, Wall Street,
etc.), el que aprendió la lección de Scevola es el poder económico. La
esencia del poder económico es ser invisible, indescifrable, oscuro,
capaz de dictar los destinos de un país o de un continente usando la
fuerza del capital disfrazada de slogans de época: ajuste, austeridad,
salvataje, canje, inversión, deuda.
Quiénes son los cubistas del poder económico, los encargados de
disfrazar su ejército uniformado en trajes caros y que nunca chingan
hasta volverlos invisibles? El poder mediático y los organismos
internacionales. Los medios de comunicación se encargan de esconder sus
caras y de refregarnos sus logos. Sus logos han remplazado a sus caras.
Son personas pero nunca aparecen en soledad sino en delegaciones,
asambleas, fórum, bancos, holdings; o detrás de siglas como Fedepopo,
Cidecaca, M.D.Shitt, Culorot Inc.
Los organismos internacionales (o sea: FAO, ONU, OTAN, TLC, CEN, BM,
FMI), son la segunda tanda de cubistas, por si la primera no es lo
suficientemente efectiva. Estos organismos, dirigidos por tipos más
resbalosos que los banqueros, y de trajes que tampoco chingan, aportan
burocracia, lo que bien se podría traducir como confusión. Entender una
movida del capital financiero es como entender un trámite ante la AFIP
multiplicado por mil y en cualquier idioma que no sea el de uno.
Zygmunt Bauman en "Miedo líquido" cita a Richard Rorty: "Corremos el
riesgo de acabar con sólo dos grupos sociales auténticamente globales e
internacionales: el de los 'superricos' y el de los intelectuales (...)
que asisten a congresos (...) a medir los daños provocados por sus
colegas superricos cosmopolitas". Dice Bauman: "Rorty podría añadir un
tercer 'grupo social' (...) a los traficantes de droga, a los
terroristas y a los delincuentes de todo tipo...". O sea: La
globalización termina siendo el capital que cambia de mano y de países
con malandrines y estudiosos que van detrás. Plata que cambia de mano,
de nombre, de banco, de cuenta, de fondo de inversión, a más velocidad
de la que mi suegra sería capaz de gastarla, es el mérito de los
cubistas de estos días.
Uno se acuesta a dormir la siesta y cuando se levanta, miles de
millones de euros salieron de un banco alemán hacia un banco español
amparado bajo el paraguas metafórico de la palabra salvataje. Luego se
barajan números, estadísticas, se cita el flujo de capital, las
tendencias, los intereses, aparecen las palabras recesión, prima de
riesgo, PBI, tasa resguardada; listo, ya no es posible descifrar qué
sucedió con el dinero y menos a qué bolsillos fue a parar. La tarea de
los cubistas está hecha. Simultáneamente, un político caerá en desgracia
por olvidarse un vuelto en su bolsillo. Que se joda por no saber de
arte!
Es que los políticos, por su propia condición, deben ser caras más
visibles que las mismas estrellas de televisión. El poder político no
puede tener cubistas. A lo sumo puede tener jefes de marketing,
decoradores, asesores, maquilladoras. La esencia de la política es
exactamente lo contrario a la del poder económico. Si no es visible no
vale. La visibilidad de la política es su razón de existir, su meta. Si
un político no es visible no puede ser popular y si no es popular no
puede trascender, cautivar, vender, ser electo.
En bambalinas, protegidos por sus cubistas, el poder económico sigue
haciendo lo que sabe, crecer a costa de sistemas e ideas. En sus cuevas
de Alí Babá, entre putas desnudas e inodoros de oro, con sus fábricas
de muertos de hambre trabajando a todo vapor, el poder económico
aprendió la segunda lección: conviene subvencionar (o corromper, o
amenazar) al otro ejército y ponerlo en la primera línea del frente de
batalla, a trabajar por sus ideas, en defensa de sus bóvedas y a tiro de
los insultos y escupidas del único enemigo posible: nosotros.
Así, el panorama político se volvió de corto plazo, con figuras
efímeras y mediocres, con líderes políticos que dejan de serlo incluso
antes de que sepamos lo que piensan, azotados por el desprestigio, la
corrupción, la impericia. Rajoy: un hombre que no habla sin meter la
pata; Peña Nieto: un presidente que no puede nombrar tres libros;
Hollande, un socialista temeroso; y siguen las firmas.
Que en Europa haya países cuyo poder político coincide con hombres
ligados al poder económico se puede ver como una desprolijidad. Es que
las orgías cansan y las bacanales engordan. Agotados de manipular
preservativos con una sola mano por tener la otra ocupada en una copa de
champán o en una nalga de carne o siliconas, han debido ponerse ellos
al frente del ejército visible. No se alegre, desaparecerán en breve
detrás de un slogan creado por un cubista antes de que podamos
escupirlos; son apenas melones que se acomodan solos ante el embate de
la aridez del desierto que están creando.
En medio del campo de batalla está el hombre, el habitante de un
pueblo encerrado entre dos fuegos igualmente mortales. Las bombas caen
en el pueblo porque el pueblo es el campo de batalla. Pero tarde o
temprano el pueblo deberá confiar en uno de los ejércitos si no quiere
perecer, desaparecer. La elección es obvia: sólo podrá acercarse al
poder visible, al ejército visible, simplemente porque es visible. Hacia
el otro lado no hay adónde ir. El horizonte está dibujado por cubistas
capaces de hacer de Hitler un buen padre de familia, y detrás de ese
horizonte puede haber un vacío, un abismo, la muerte.
En algunos países, los dos ejércitos son uno solo; el poder político
es la avanzada, el poder económico es la quinta columna. Las
víctimas?: la gente, usted, yo, mi suegra. Por mucho que les cueste
reconocer a los agoreros de siempre, en Latinoamérica se ha planteado
una alternativa: desnudar (hasta donde es posible) los engranajes del
poder económico, es decir desactivar el trabajo de sus cubistas, y
paralelamente recuperar la acción política como la única herramienta de
transformación colectiva de la realidad. Ya que hablamos metafóricamente
de batalla, diremos: la única trinchera.
Por muy desprestigiada que esté la política, al punto que su sola
mención suena a palabrota, parece ser la única posibilidad de encontrar
un refugio entre iguales, iguales necesidades, iguales objetivos. De los
dos ejércitos, el único que puede ser el de los buenos es el de la
política. Aunque también puede ser el malo, ejemplos sobran. El del
capital está demasiado escondido detrás del mejor cubismo posible.
Entenderlo agotaría nuestras fuerzas. Tratar de pertenecer a él,
nuestras vidas. Queda la solución de siempre, que dista de ser una
solución: rezar en la iglesia; que pertenece un poco a los dos bandos.
*Publicado en Rosario12
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