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Por Agustín Lodola *
El problema de la estructura
productiva desequilibrada de la economía argentina continúa presente, aunque
las condiciones de la economía mundial o la discusión de algunas de sus
consecuencias (inflación) releguen su tratamiento. Si bien se hace referencia
mayormente al desequilibrio sectorial (agro/industria), también alcanzan una
dimensión muy significativa los desbalances geográficos. Eso se debe a las
asimetrías territoriales de las actividades intensivas en cada factor: trabajo,
capital y recursos naturales. El fenómeno queda oculto muchas veces en los
promedios. El perfil productivo de las regiones es central; lo fiscal (incluso el
régimen de coparticipación, al que suele darse un rol exagerado) es sólo una
variable explicativa más.
Una consecuencia fundamental de
estos problemas es la intensidad de las migraciones internas, que reflejan
justamente la desigualdad de oportunidades en todo el territorio. En el caso de
la provincia de Buenos Aires, en los últimos 20 años, las migraciones en el
agregado sólo explican el 10 por ciento del crecimiento poblacional. Pero, en
las regiones del interior (salvo los municipios atlánticos), las mismas son
negativas y determinantes del bajo crecimiento poblacional estructural: la
expulsión de población compensa casi la mitad del crecimiento vegetativo. Esto
a pesar de que en ese período se ha dado una evolución positiva sin precedentes
de las ramas de actividad asociadas a esos territorios (el valor agregado
corriente del agro ha duplicado el crecimiento del producto bruto entre 1993 y
2013) y su rentabilidad. En el primer cordón del conurbano, cuya formación
refleja la falta de consideraciones geográficas durante la crisis del modelo
agroexportador, sucede lo mismo y, aunque por razones diferentes, también
obliga a ampliar la dicotómica mirada conurbano/interior. En líneas generales,
las tendencias migratorias observadas desde mediados de 1930 persisten,
profundizando la heterogénea densidad poblacional. No hay dudas de que las
migraciones pueden ser vistas en forma positiva, pero el carácter selectivo que
suelen tener, puede generar trampas de pobreza y estancamiento.
La reaparición de la restricción
externa corre el velo y obliga a considerar alternativas de política para
resolverla. La opción más pregonada y siempre a mano ha sido la devaluación.
Hay abundante literatura detallando los efectos contractivos y regresivos de
este instrumento, y la evidencia sobre la dinámica exportadora no es unánime.
Menos considerados son los
efectos geográficos de esta medida. La devaluación genera especialización
sectorial de los territorios con escasa generación de empleo, afianzando una
estructura “territorial desequilibrada”, aunque los tipos de cambio múltiples
operacionalizados por las retenciones a las exportaciones logren cierto y
necesario “equilibrio sectorial”. Esta reflexión puede parecer rara en la
coyuntura actual, donde se discute que el “atraso” cambiario tiene mayor
incidencia en las “economías regionales”, pero se entiende si se buscan para
las mismas otras pretensiones productivas.
La incorporación del equilibrio
territorial en una mirada más amplia no sólo se fundamenta en una cuestión de
justicia distributiva sino que cuando los hacedores de política se concentran
en las regiones líderes en desmedro de las rezagadas, se pierden una
oportunidad de mejorar la performance agregada.
Lejos de ser una particularidad
argentina o bonaerense, la desigualdad territorial es una de las
características salientes del estilo de desarrollo de los países
latinoamericanos que, en el marco de un retorno de las políticas públicas,
obliga a diseñar e implementar estrategias para mitigarla. La planificación
adquiere relevancia como uno de los instrumentos que podrían permitir la
adopción de estrategias para disminuir dichas disparidades. Las fuerzas del
mercado no llevan en su ADN el objetivo de equidad, y por lo tanto es ingenuo
pedirles por el equilibrio territorial. Es la política la clave, que tiene un
gran desafío en un régimen democrático, donde los espacios a priorizar están
inversamente relacionados con la cantidad de votos.
También existen dificultades en
términos de la coordinación entre los distintos niveles de gobierno. Los
desafíos de los territorios son idiosincrásicos; y por lo tanto la
participación del nivel municipal es indiscutida. Sin embargo, debe
planificarse desde un poder central (nacional, provincial) que –sintetizando
las lógicas locales– pueda realizar los “balances” territoriales necesarios
para un desarrollo equilibrado.
El regreso de un Estado activo ha
propiciado recientemente el debate en torno de la planificación, que frente a
las fuertes disparidades territoriales verificadas en nuestro país, bien podría
tomar la forma de una planificación territorial. Mientras tanto, si una gran
devaluación se presenta como la única salida a la restricción externa, corremos
el riesgo de profundizar aun más la especialización productiva de los diversos
territorios, con graves consecuencias tanto económicas y sociodemográficas, sin
que siquiera el restablecimiento de los equilibrios macroeconómicos se
encuentre asegurado. Peor aún, seguiremos moviéndonos cíclicamente sin
tendencia definida e incrementando la ya abultada deuda social que tenemos con
nuestros territorios más postergados.
* Subsecretario de Coordinación Económica de la
provincia de Buenos Aires, profesor de la UNLP, autor del libro Desde adentro.
Publicado en Página12
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