Aunque aún no se
perciba plenamente, el predominio del neoliberalismo mundial en estas
últimas cuatro décadas no sólo afectó la economía y la condición social
de la mayoría de la población, sino que también a la propia democracia y
a la participación ciudadana en ella.
Todos aceptamos que la
democracia, incluso con sus imperfecciones, es mucho mejor que cualquier
dictadura, pero no todos tenemos la misma idea sobre qué es, qué y cómo
puede ser y sobre qué poderes aplicarla y cómo. Y desacordamos aún más
en sobre qué, cómo y cuándo se participa en ella, lo que, por otro lado,
la define realmente.
La democracia en Argentina nace limitada tanto por las ideas elitistas y de clase, como por las ideas republicanas, en particular la profunda desconfianzas de estas a la participación popular.
En sus orígenes era una
democracia reducida a pocos y absolutamente liberal, con un profundo
temor a la participación del pueblo, al igual que la Constitución
Norteamericana, de la cual se tomaron muchas cosas. Por eso, de entrada,
en la Constitución Argentina se establece que el pueblo no gobierna ni
delibera por medio de sus representantes, y que cualquier intento de
algo distinto es catalogado de sedición.
Hoy, gracias al
predominio de las concepciones republicanas, existe un pensamiento común
para el cual democracia y república son casi sinónimos. Pero no es así.
Ampliaremos nuestra
visión de la historia argentina si aparte del acontecimientos,
personajes, fechas, conflictos y compromisos con un gran trasfondo en
los intereses de clase, incluimos y admitimos que buena parte de las
luchas políticas argentinas incluyen el enfrentamiento de dos “bandos”
que rara vez están explícitos: el republicano, que defiende “el gobierno de la ley” y de un sistema de representación basado en la Constitución vigente y su contendiente, el democrático o popular (por llamarlo de alguna forma), que defiende “el gobierno del pueblo” y cuestiona -directa o indirectamente- a la Constitución y a las leyes vigentes que lo impiden o restringen.
Esos conflictos se
circunscribieron en primer lugar entre quienes intentan cambiar la
Constitución y lograr una mayor participación popular, y los que tratan
de impedirlo. E incluso en los momentos que ganan las fuerzas
partidarias de una democracia más popular, no lo hacen sin sufrir -o
acordar- las limitaciones impuestas por el republicanismo y su sistema
de representación.
Como hitos de esas luchas
podemos consignar la derrota de aquellos que defendían que los
representantes que debían gobernar fueran elegidos directamente por las élites dominantes, por los factores de poder instituidos. Derrota que alcanza a los partidarios del voto calificado.
La primera etapa de esa lucha se corona con el establecimiento del voto universal y obligatorio. En
realidad no era muy universal, sólo abarcaba a los hombres. Y lo de
obligatorio no es secundario, pues los conservadores y republicanos no
querían, pues obliga a participar a la plebe que de otra manera
naturalmente participaría poco.
A pesar del avance que
significó aquel cambio, además de prohibir el voto a la mujer, se
mantiene entonces la prohibición de que la voluntad directa de la ciudadanía (masculina) elija al presidente, al vice y a los senadores.
La segunda etapa se corona con la Constitución de 1949, con la instauración del voto a la mujer y la elección directa por el voto de los senadores, presidente y vicepresidente.
La Revolución Libertadora
(Fusiladora) de 1955, estimulada y apoyada por radicales, socialistas,
demoprogresistas, conservadores, la Sociedad Rural y grandes
corporaciones por decreto anula aquella Constitución y restablece la de
1853, entre otras reinstala que está prohibido que el ciudadano elija
directamente al presidente, vice y senadores.
Años después se aprueba
la elección directa por el voto popular del presidente, aunque no de
senadores y finalmente en 1994 se establece el actual sistema de
elección directo de todos los cargos legislativos y ejecutivos, este
último a nivel presidencial con ballotage. Pero en ningún caso se
eliminan ciertos impedimentos impuestos por las ideas republicanas y quedan grandes zonas de cierto elitismo y voto calificado, especialmente en lo que hace a la elección del Poder Judicial.
Hoy la democracia liberal
sigue vigente y limita la participación de la ciudadanía a elegir cada
tanto a algún miembro de los que se postulan como gobernantes
(ejecutivo) o representantes (legisladores), en distintos niveles de la
gestión pública.
Dejando de lado aquí en
el análisis los diversos grupos que cuestionan más profundamente a la
democracia, (a la que catalogan el gobierno de los ricos, o como la
mejor forma que se tiene la burguesía de dominar a la clase obrera y
plantean otras formas de democracia -democracia obrera, o de Consejos,
etc-, que la democracia liberal negará como democracias), los
movimientos obreros y populares intentaron atenuar las limitaciones
liberales y republicanas a la participación popular real, a través de la
formación de partidos y organizaciones de todo tipo dentro o alrededor
del partido que posibilite que más gente pueda participar no solo a
nivel de candidaturas y de elección de estos, sino en las definiciones
programáticas y de construcción política e ideológica.
Con
la participación en y de las organizaciones políticas, especialmente
fuera de las épocas electorales, se busca que quienes finalmente ocupen
un puesto elegido democráticamente, esté representando a gente
con cierto grado de organización y participación (un partido) y que esta
tiene alguna manera de comunicarse e influir con el que ocupa el puesto
electo, además de intentar compensar de alguna forma las profundas
diferencias de posibilidades, poder, estatus, acceso a los bienes
culturales, etc entre una minoría y una mayoría de la población.
De allí que en esas
épocas, con las limitaciones del caso, pues siempre la participación
real fue muy limitada, se buscaba “elevar la conciencia” del ciudadano/a
y los ejes de la lucha política y del debate solían ser los programas -la lucha programática-, los planes de gobierno (el qué y el cómo) y las ideologías
que se defendían o combatían abiertamente. Los partidos y movimientos
tenían una importancia grande, a lo que se le sumaban también
organizaciones sociales y gremiales, con mayor o menor vinculación en
esas luchas políticas. Señalemos que nada de esto era ideal y puro, en
los propios partidos se daba la lucha del llamado “aparato” respecto a
las bases y no faltaban las manipulaciones y chanchullos, pero también
existían posibilidades de luchar contra todo ello con dispar éxito.
Lo concreto es que cuando
llegaba un candidato al gobierno o a un puesto electivo, en realidad
llegaba un partido, y con mayor o menor coherencia se planteaba que era
el Estado, en manos de los representantes del pueblo, y la Política,
quienes debían comandar los destinos económicos, sociales y políticos de
la Nación. En la vereda de enfrente, generalmente con menor caudal
electoral, estaban quienes postulaban que el Estado debía limitar su
accionar y no interferir con el Mercado, ni con el Libre Comercio, ni
con la libertad absoluta de los ciudadanos.
Esos partidarios del Mercado, (mercado
= a las grandes corporaciones y dueños de capitales capaces de influir
en los movimientos del capital, en lo que se produce y cuánto se produce
y en la formación de los precios), cuando veían que sus negocios,
rentas y ganancias se obstaculizaban en algo y no tenían forma de
imponer funcionarios en puestos claves al gobierno de turno, o de
cambiar al gobierno por intermedio del voto popular, recurría primero a
la presión, el soborno y la corrupción, luego al fraude y a la
proscripción directa o indirecta y si eso no alcanzaba realizaban un
Golpe de Estado, cívico-militar, desalojando al “tirano” y “demagogo”,
es decir, a quien ganaba por el voto popular.
La nueva realidad del Siglo XXI
Pero esta segunda década
del siglo XXI nos encuentra con una realidad, nacional y mundial, muy
distinta a la que se desenvolvieron las luchas políticas e ideológicas
que marcaron nuestras sociedades y que le dieron identidad a los
diversos movimientos políticos surgidos entonces.
Hoy asistimos al dominio cada vez más apabullante del Mercado sobre la política y a la misma democracia.
Y esta última ya no se rige por la tradicional forma de lucha política
de clases y sectores de clase, con sus partidos, ideologías y
metodologías. La sociedad, más que el conjunto de clases sociales que la
componen, con sus intereses muchas veces contrapuestos, ahora se piensa
y transforma en un mercado y la lucha política se transforma en lucha
por conquistar o dominar un mercado.
El predominio del
neoliberalismo desde los 80 a esta parte, con su globalización, sus
valores, sus modelos de sociedad e individuo, sus reglas de juego, se ha
llevado puesto muchas cosas. A las crisis económicas y políticas que
han provocado; las miserias, las privaciones e injusticias, la violencia
y la impunidad, entre otras producto de los grandes procesos de
acumulación y concentración del capital y a las grandes transferencias
de riquezas en manos de pocos, se le suman mecanismos de dominación y perpetuación del poder difíciles de identificar, evadir y contrarrestar.
Generalmente se reconoce el papel importantísimo que juegan hoy los grandes medios de comunicación, (ver al respecto Quien Denomina, Domina)
en particular los televisivos, en la instalación de agenda, en arietes
de grupos de presión, en modelar opiniones de grandes sectores de la
población, pero el tema es mucho más profundo y grave.
Los partidos se van
vaciando de sus anteriores contenidos, programas, ideologías y
militancia interna y externa y se transforman -al menos en apariencia-
en aparatos, o en meros sellos, a veces molestos, a veces útiles,
especialmente esto último cuando se necesitan armar grupos de presión o
cerca de las fechas electorales para digitar candidaturas. Hoy los
partidos adquieren otras dinámicas y formas, que bajo la apariencia de
la despolitización y desideologización en realidad se llenan de otras
políticas e ideologías, no necesariamente mejores o peores, pues en
realidad siempre todo depende desde donde uno mira las cosas. Pero no
puede ignorarse que se pierden sus viejas y sentidas banderas y
conductas y las que toman suelen ser peores desde el punto de vista de
su propia historia.
Del debate y elección de
propuestas, programas, partidos más o menos claramente demarcados
ideológicamente, se pasa entonces a ofertar candidatos, prevaleciendo de
estos su imagen. Porque de esos dirigentes o candidatos, lo que
importa fundamentalmente es su imagen, que es construida o destruida con
las reglas del arte del marketing y la competencia comercial.
La sociedad se toma como
un gran mercado o eventualmente como múltiples mercados, ya que la
segmentación permite una mejor venta y mejor identificación del
consumidor con el discurso y viceversa. Y en vez de vender detergente o
un auto, se encara lo político como el marketing encara la venta de los
servicios, que tienen un gran componente de promesas y marcas, y así se
ofertan candidatos, o mejor dicho, las imágenes construidas de estos y
el argumento es reemplazado por el sentimiento que se intenta provocar,
donde la clave estará en seducir mejor que la competencia.
El ciudadano, sujeto y actor que manifiesta una identidad política e ideológica, va desapareciendo transformado en consumidor y al cual, como tal, se le reduce su participación a ser mero espectador, siempre, y votante, cada tanto.
Antes, aún cuando fuera a
cuenta gotas, desde lo partidario, programático e ideológico se
estimulaba la participación conciente y creciente en las grandes y
pequeñas decisiones del qué hacer y cómo hacerlo de la vida social y
política (participar más profundamente en unidades básicas, mesas de
trabajo, ateneos, comités, células, según la idiosincracia política del
grupo en cuestión). De a poco muchos partidos, especialmente en ámbitos
locales donde triunfaban ganando alguna administración, resultaba más
cómodo conseguir “fidelidad” transformándose en en bolsas de trabajo.
Por ejemplo al respecto el socialismo se volvió experto en Rosario y
luego lo extendió a nivel provincial.
Ahora la participación
que se estimula la del mero espectador, que se entretenga y festeje de
manera tal de crear el vínculo emocional necesario para que compre el
mensaje e incluso ayude a reproducirlo. Y cada tanto pase por caja a
pagar con su voto.
De nada sirve lamentarse
los cambios producidos por estas nuevas reglas de juego donde el
marketing cobra un papel importante en la transformación del ciudadano
en mero espectador y consumidor politico. Si se llegó a donde se llegó
es también por derrotas sufridas y por no saber enfrentar el dominio de
las grandes corporaciones y sus modelos de vida y producción. De allí
que en estas elecciones y las del 2015 no está solamente en juego la
continuidad de los cambios importantes que se produjeron en Argentina
desde NK en adelante. También está la posibilidad de su profundización o
su estancamiento y derrota. Y ello depende en gran medida de la
capacidad de estimular una mayor participación en la producción política
y de agenda, y obviamente de mejorar y fortalecer la capacidad de
enfrentar modelos de política y de democracia que quitan el poder a la
gente para dársela al Mercado (es decir, a las grandes corporaciones).
La presencia cada vez más
influyente del marketing forma parte del propio desarrollo del
capitalismo que no sólo se extendió por todos los países y se globalizó,
sino que impregna cada vez más todas las actividades del ser humano,
transformando a las personas en objetos susceptibles de aplicarle sus
reglas de juego. Y así, el ciudadano devenido en consumidor político,
como tal responde a las prácticas a la que está expuesto como consumidor
de mercancías, especialmente de la mercancía servicios, como mero
receptor de mensajes políticos donde, al igual que con demás productos y
servicios que consume, termina “comprando” no el mejor producto, sino
aquel que comunica mejor.
El mal llamado proceso de
“despolitización” que asistimos y sufrimos en las últimas décadas y que
comienza a ponerse de manifiesto y se intentar revertir con Néstor
Kirchner y la irrupción de muchos jóvenes en la vida política, es un
fenómeno mucho más complejo que el ataque a la primacía de la política
por sobre la economía y la subordinación de aquella a esta que pregona
el liberalismo.
La idea que de
Política=sucio=corrupción=cáncer, lo que expresa en realidad es la
necesidad de obstaculizar la participación de las nuevas -y viejas-
generaciones en la vida política partidaria (sea este un partido de
izquierda, ultraizquierda, centro o derecha) y en movimientos sociales
políticos.
Si ya de por sí es
difícil que alguien milite políticamente en propuestas que los
trasciendan, ya que prima el individualismo y el sálvese quién pueda, la
condena directa o indirecta a los políticos (más allá de que buena
parte lo merezca) en realidad busca, promueve o produce una menor
participación de la gente en la vida política organizada. En todo caso
algunos lo hacen sin problemas cuando lo plantean y planean a título
personal y en su personal beneficio -demasiados ejemplos conocemos de
esto y que explican muchos egoísmos, sectarismos y verticalismos de la
vida política-, pero no es de esa participación en política de lo que se
trata.
Presentarse como político
ya implica una carga para el que lo asume, por la animosidad negativa
preexistente y en la que se ve envuelto antes de haber hecho nada (ya es
parte de la corrupción, por ejemplo, y responsable de todos los
desguisados de otros políticos). Presentarse como no político o
antipolítico concita simpatías.
Y no nos creamos ombligo del mundo o inventores de todo dulce de leche.
El Del Sel de hoy, el
Reuteman, Palito Ortega y el propio Scioli de ayer, forman parte de una
larga lista de deportistas, actores y gente conocida ya por parte de la
sociedad antes de “meterse” en política y no es un fenómeno propiamente
argentino. El mal actor y peor presidente que fue Ronald Regan tenía
muchas cosas a favor para triunfar en una política atrapada por las
prácticas de marketing y los valores republicanos que descreen de la
participación directa de las mayorías populares.
En realidad no está mal
que gente de otras actividades de la vida social participe en política y
sean candidatos e incluso aproveche su posicionamiento mediático previo
para tener mayores chances que otros. Lo que debe observarse es el
corrimiento de los agrupamientos políticos a las personas y en estas de
la sustancia a la apariencia, del plan de gobierno o proyecto político a
la imagen y el cosmético. Y el macarthismo implícito.
Parece que sirve poco y
nada apelar a la razón, al análisis de ideas y conceptos, a confrontar
argumentos, a estimular la capacidad de abstracción apelando a la
deducción o a la inducción: lo que vale es lo que impacta, lo que gusta o
disgusta, lo que se siente. Y en la “construcción” de esos sentimientos
y gustos, no podemos ignorar que juegan un papel importantísimo los
medios de comunicación, al punto que algunos llegan a creer que si no
está en la tv no existe, y lo que se repite muchas veces en esta es lo
verdadero.
Los discursos
argumentativos y programáticos son sustituidos por mensajes cortos, por
frases generales, ambiguas y simpáticas, que apelan al sentido común y
refuerzan el mensaje con imágenes impactantes que poco o nada tienen que
ver en realidad con lo que está en juego y se propone realmente; pero
son vendedoras y como no se está apelando a la razón, sino a la emoción,
la manipulación es más sencilla. La información es trasmutada en
propaganda y la propaganda cede lugar a la publicidad. El ciudadano es
transformado en consumidor político y el objetivo inmediato es
seducirlo.
Vale el caso de la
publicidad de un nuevo gusto de una vieja gaseosa. La mayor parte del
corto publicitario son imágenes muy sentidas de distintos besos que
producen ternura, simpatía, deseos de estar allí dando un beso, o nos
hace recordar besos que hemos dado y recibido, y justo allí, aparece el
“beso” a una botella de la bebida, a la cual, por supuesto, tenemos que
probar si no nos estamos perdiendo todo eso lindo. Lo mismo podemos
observar en la mayoría de las publicidades y de sus eslóganes: más que
el producto en sí, se compra un signo -un significado-, una imagen,
pertenencia, etc, etc.
Otro ejemplo de bebida
alcohólica: encontrarnos con amigos, con seres queridos, es hermoso,
pues bien, compre el sabor del encuentro. Y después nos quejamos del
alcoholismo creciente en la juventud, que es la principal puerta para la
droga, dicho sea de paso. No es un verdadero y feliz encuentro si no
bebemos una cerveza y de tal marca.
Así el marketing, que es
determinante en imponer pautas de consumo de productos y servicios, se
transforma en marketing político y comienza a modelar gran parte de la
democracia y la forma de participar y decidir de muchas personas. Por
supuesto que el problema no es el marketing ni hay que demonizarlo, ni
con él se termina la democracia: siempre tenemos los gobiernos que nos
podemos dar. Y que hoy la vacuidad política sea la regla de una parte
importante de la política y la sociedad, es ni más ni menos porque hay
una política que no está justamente vacua (vacía, insustancial, falta de
contenido), sino que está llena de contenidos, propuestas y modelos de
sociedad: las del neoliberalismo en lo económico (incluso algunos con
incorporaciones neokeynesianas) y sus ropajes políticos y sociales de
derecha conservadora, o de republicanismo o de socialdemocratismo.
El marketing en realidad
es un arma al cual recurren ciertas políticas, lo que es muy coherente
pues hace a su esencia: partidarios del Marcado, manipuladores del
mercado, llevan sus conceptos y manejos a diversos órdenes de la
sociedad, incluyendo la política y lo electoral. Queda en pie para
seguir pensando e indagando hasta qué punto políticas que no son
partidarias del dominio del mercado no caen en su juego haciendo similar
uso del marketing, pero también en todo caso quedará la pregunta de qué
usar y cómo sustituir o contrarrestar lo hoy imperante.
Lo que sí, aclaremos que
no todo mensaje marketinero es eficaz, incluso los hay muy malos. Vale
por ejemplo, y esto dicho con ánimo constructivo, de los gigantescos
carteles del pre-candidato a diputado nacional Jorge Obeid -con la
figura de la presidente- con el mensaje que Santa Fe necesita “Volver al futuro”.
Uno se pregunta qué estarían pensando, si nos asesoró el enemigo.
“Volver” y “Futuro” está
bueno para una película, pero en política son dos palabras que se
neutralizan y contraponen e incluso el mensaje hasta es opuesto con el
mensaje del Frente para la Victoria.
Es razonable pensar que
los asesores de campaña de Obeid piensen que hizo una buena gobernación
en el pasado, y se basan en los estudios de marketing de entonces que
constataban que terminó su segundo mandato con una muy buena imagen
positiva.
Pero su primer gobierno,
junto a los dos de Reutemann al cual respondía, forman parte de quienes
aplicaron el neoliberalismo. ¿A eso se vuelve? ¿A ir al futuro de
insertar a la Argentina en el “primer mundo” como se decía en aquella
época?
No es necesario recordar
demasiado las políticas privatizadoras y la nefasta Ley Federal de
Educación que aplicaron en Santa Fe con sus decisiones. Por supuesto que
mucha gente, mucha, en Santa Fe, como en la CABA, sigue creyendo en
aquellos valores neoliberales y añora otras épocas, pero hay candidatos
más coherentes para representar el pasado, el conservadurismo y las
políticas neoliberales en lo económico. La política neoliberal argentina
hoy tiene dos buenas expresiones, una adornada con las frases de ley,
orden, eficiencia, seguridad, la renovación, etc y la otra con la
vestimenta socialdemocrática: tienen a Del Sel- Macri y peronistas de
centro derecha por un lado, y por el otro a Binner, el radicalismo, el
ARI, y la Alianza por el otro, con su propuesta de país normal...
Y si el cartel apunta a
quienes quieren un cambio, un mejor futuro, que puede ser expresado por
el kirchnerismo, ¿a qué viene la vuelta? ¿vuelta a qué?. Así se termina
dando la imagen contradictoria sobre qué realmente se quiere.
Probablemente dicha propaganda esté influida por pretender una unidad
del peronismo santafesino a todas luces imposible (ver al respecto nota final de aquí).
Si lo que se pretendía
era vincular épocas donde no había tanta violencia y el narcotráfico no
era un flagelo como ahora bajo el socialismo, y al mismo tiempo ir hacia
un futuro mejor, bueno, hay que buscar la forma de armar las consignas
de manera que hable con claridad de recuperar algo (no de volver). Y no
estaría mal que más que aparte de consultar a “expertos” se consulte a
la militancia antes de largar campañas costosas. Y se le pregunte a la
militancia cuáles son sus dificultades para llegar a la gente que se
inclina por otras propuestas para colaborar con ellos desde la campaña
general y si ese tipo de consignas ayuda en algo.
Pero los publicistas no
escarmientan: le hacen gastar al candidato una buena cantidad de plata
para sacar un gran cartel de media página en el diario, con las fotos y
un “Santa Fe vuelve a brillar”. ¿Vuelve? Demasiadas cosas no muy
agradables han pasado en Santa Fe y poco brillosas, por cierto, más bien
obscuras y olvidables: cierres de fábricas, cierre de ferrocarriles,
despidos masivos, éxodo de gente, especialmente jóvenes, de pequeños
pueblos, inundaciones tratadas con ineficiencia e imprevisión, muertos
asesinados como parte de la represión de la protesta social, etc, etc. Y
que comparando con otras provincias pudo estar mejor, o que las cuentas
estuvieron más ordenadas, no es consuelo. Pero aún las cosas buenas que
pueden haber pasado en el pasado, son pasado. Hay que recordarlas, hay
que defenderlas, pero no alcanzan para ganar una mayoría de votos.
A manera de primer conclusión:
Hoy en Argentina son cada
vez más quienes ya no quieren el neoliberalismo y se oponen a sus
recetas económicas. Pero así como es necesario hacerles frente a sus
políticas económicas y sociales, más fáciles de identificar por sus
resultados cuando pasa un tiempo de aplicación-, también hay que salirle
al paso -y vencer- a sus políticas culturales y políticas, valga la
redundancia. Subestimarlas o ignorarlas es garantía de derrota.
Aceptarlas o intentar usarlas sin precaución, garantía de sometimiento. Y
no intentar entenderlas ni de estudiar de cómo contrarrestarlas,
garantía de impotencia.
Es difícil pensar una
campaña electoral con algún viso de éxito sin tener en consideración
muchas de estas cuestiones, así como para construir una alternativa
exitosa para el 2015, tanto a nivel municipal, provincial y nacional,
que garantice la continuidad, profundización y recreación del proyecto
iniciado por NK.
Intentaremos, en la
siguiente entrega, ir desentrañando el entramado, buscando grietas e ir
intentando aportar a la polémica sobre el qué hacer. Toda idea al
respecto es bienvenida.
*Publicado en www.notasyantidotos.com.ar
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