En el espacio radial Mate amargo, emitido
por Radio América, el viernes último el compañero Enrrique Garrido hizo
un contundente informe, cuya fuente fue el trabajo de investigación La
fuga de capitales, historia presente y perspectiva, de autoría
compartida entre Jorge Gaggero, Claudio Gasparrino y Emiliano Libman. El
trabajo traducía en cifras espeluznantes la magnitud del fenómeno
global de la especulación financiera. Según la investigación, en los
paraísos fiscales se canalizan al rededor de 12 trillones de dólares.
Estos valores constituyen el 75% del Producto Bruto Global, que
está en manos de 8,5 millones de individuos enrriquecidos a escala
planetaria. Según la estimación del Senado de los Estados Unidos, poco
menos del 10% de estos capitales off shore proceden de la economía
estadounidense. Alrededor de la mitad de la riqueza del estrato superior
de ingresos de América Latina se mantendría en dichos paraísos
fiscales.
Estas operaciones ilegales constituyen una práctica habitual de
empresas multinacionales que mediante la sobrefacturación de
importaciones y la subfacturación de exportaciones desvían
multimillonarias sumas que terminan afectando los precios en la economía
global y produciendo daños de gran magnitud en el funcionamiento de las
economías mas débiles. Las mismas fuentes calculan que el drenaje
estimado para el llamado "mundo en vías de desarrollo" es de unos 500
mil millones de dólares.
"Claro que hay lucha de clases. Pero es mi clase, la de los ricos,
la que ha empezado esta lucha. Y vamos ganando", asegura el
multimillonario Warren Buffett y, aunque tal afirmación pueda parecer
escandalosa, es tan sólo una expresión entre tantas otras. George Soros,
quien ejerce de filántropo en los ratos libres con las migajas de sus
actividades de especulación financiera, cuyo ejemplo resume la dinámica
fundamental de la situación internacional, asegura que asistimos a un
intento de "refundación del capitalismo", pero no sobre "bases éticas",
sino por medio de la acumulación por desposesión –según la expresión de
David Harvey– de los bienes comunes y públicos, y de los derechos
sociales y las condiciones para una vida digna de la gran mayoría de la
población mundial.
Tan sólo en la Unión Europea, antes del estallido de la crisis
financiera, 80 millones de personas –el 17% de la población– sobrevivían
en la pobreza. En el año 2010, la cifra había aumentado hasta los 115
millones de personas (23,1%) y se estimaba que un número similar se
encontraba en las fronteras mismas de la pobreza.
Pero para entender la situación actual, hay que considerar la etapa
anterior al crash global. Porque si es significativo y alarmante el
crecimiento de la pobreza, también debía haberlo sido que antes de 2008
la pobreza fuera ya una lacra masiva tanto en la Unión Europea,
especialmente en España, donde entre 2007 y 2010 la pobreza pasó de
afectar a 10,8 millones de personas (el 23,1% de la ciudadanía) a 12,7
millones (el 25,5 por ciento).
La extensión de la pobreza es, sin duda, un problema de primera
magnitud. Creemos, sin embargo, que su aumento por sí solo no explica
que en cinco años haya pasado de ser considerada por la mayoría de la
población europea como un problema marginal y ajeno, "invisible", cuyo
control quedaba a cargo de las organizaciones asistenciales y de mínimos
subsidios públicos, a afectar a la situación y los temores de esa
mayoría de la ciudadanía que se consideraba liberada para siempre de
caer en ella. Se afirma ahora que la pobreza se ha hecho más intensa y
también más extensa. Además de su profundización y extensión, hay que
destacar una tendencia al incremento de la pobreza sin "brotes verdes"
en el horizonte, estimulada por las políticas que se imponen
implacablemente en la Unión Europea, sin alternativas creíbles a medio
plazo. La pobreza se ha hecho "visible" en la Unión Europea no sólo
porque haya más pobres, sino fundamentalmente porque se ha masificado la
conciencia del riesgo de caer en ella. También en los países del Norte
este es un concepto manipulable y fundamentalmente subjetivo: un
mileurista era hace unos pocos años el símbolo de la precariedad,
mientras que hoy sería considerado un miembro más de la "clase media".
Es más útil considerar en su conjunto que separadamente los
elementos principales, bien conocidos, que han ido produciendo la
corrosión de la "seguridad social" –con minúscula–, característica
fundamental del Estado del bienestar: la desocupación masiva, de larga
duración y con subsidios decrecientes; el incremento de los
"trabajadores pobres" porque el trabajo precario y sometido al poder
patronal ya no asegura ingresos suficientes para una vida digna; los
recortes drásticos en el empleo en la administración y en los servicios
públicos, que amenazan a los funcionarios públicos; el riesgo de no
poder hacer frente a las deudas contraídas en la etapa anterior, que
permitieron generar una burbuja de alto consumo en las clases
trabajadoras pese a la tendencia generalizada a la caída de los salarios
desde los años noventa; el deterioro de la calidad de la sanidad y la
educación.
Lo cierto es que la paradoja de la actual crisis es que mientras se
extiende la pauperización en la geografía de la europa meridional, tan
sólo en España, las salidas de capital entre junio del 2011 y junio del
2012 han sido de casi 300 mil millones de euros, nada menos que el 27%
del Producto Bruto Interno. En Italia, por su parte, alcanzaron los 235
mil millones, lo que equivale al 15% de su PBI.
*Publicado en Tiempo Argentino
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