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El
compromisto notarial de los candidatos del Frente Renovador de no
reformar la Constitución no es más que un gesto vacío, que no implica
ningún compromiso jurídico, ya que no existe una sanción frente a tal
incumplimiento, ni político, porque borra la honestidad de la palabra
para cumplir una directriz programática partidaria.
Uno de los principios más elementales del derecho es que el
incumplimiento de una obligación jurídica acarrea como consecuencia la
aplicación de un castigo (sanción), y para que ello ocurra debe existir
una norma que así lo imponga. Más o menos así funciona el derecho. El
compromiso notarial de Massa y sus candidatos de no reformar la
Constitución es tan solo una banal gestualidad política que de jurídico
no tiene nada, pues ninguna norma condiciona el cumplimiento de la
promesa plasmada en la escritura. Basta parafrasear a Giustozzi para
advertir que se trata tan solo de un “compromiso ético y ciudadano”.
¿Por qué no obliga una promesa electoral?: porque nuestro sistema de
representación política (art. 22 de la Constitución Nacional) no prevé
el denominado e irrealizable “mandato imperativo”, sistema que
permitiría censurar cada decisión del representante que no se ajuste a
las promesas electorales proferidas en campaña.
Además de que el gesto mediático no se adecua al derecho constitucional vigente, sería impracticable condicionar a futuro una directriz decisional adoptada en el presente, en tanto las coyunturas sociales, económicas y políticas demandan soluciones ágiles que nunca pueden preverse con precisión merced al propio dinamismo histórico. Inclusive nuestro texto constitucional prevé remedios de emergencia (Decerto de Necesidad y Urgencia, Estado de sitio, intervención federal, delegación de facultades) ante la imprevisibilidad propia de los procesos políticos. Si esto fuera poco, el Código Civil establece qué actos jurídicos requieren su formalización por escritura pública (art. 1184) como medio solemne para perfeccionar la validez del acto, dentro de los cuales no se halla una promesa electoral.
Para concluir el análisis del absurdo, imagínese que una coyuntura no esperada exigiese un replanteo serio del texto constitucional para salir del atolladero, ¿acaso representarían los intereses generales del pueblo argentino un grupo de políticos que empeñaron vanamente su palabra por escritura pública para ganarse alguna simpatía electoral? Piénsese en aquellos que endeudaron su palabra en pos de mantener hasta sus últimas consecuencias el plan de convertibilidad. El final ya lo sabemos.
La política que transforma y emancipa solo exige la honestidad de la palabra para cumplir una directriz programática partidaria, y si a esta altura necesitamos gestos jurídicos inútiles para garantizar nuestra credibilidad, entonces estamos en problemas. La honestidad es el punto de partida de la política, no necesitamos campañas de honestismo, sino candidatos que expliquen cómo realizarán sus plataformas de gobierno.
Además de que el gesto mediático no se adecua al derecho constitucional vigente, sería impracticable condicionar a futuro una directriz decisional adoptada en el presente, en tanto las coyunturas sociales, económicas y políticas demandan soluciones ágiles que nunca pueden preverse con precisión merced al propio dinamismo histórico. Inclusive nuestro texto constitucional prevé remedios de emergencia (Decerto de Necesidad y Urgencia, Estado de sitio, intervención federal, delegación de facultades) ante la imprevisibilidad propia de los procesos políticos. Si esto fuera poco, el Código Civil establece qué actos jurídicos requieren su formalización por escritura pública (art. 1184) como medio solemne para perfeccionar la validez del acto, dentro de los cuales no se halla una promesa electoral.
Para concluir el análisis del absurdo, imagínese que una coyuntura no esperada exigiese un replanteo serio del texto constitucional para salir del atolladero, ¿acaso representarían los intereses generales del pueblo argentino un grupo de políticos que empeñaron vanamente su palabra por escritura pública para ganarse alguna simpatía electoral? Piénsese en aquellos que endeudaron su palabra en pos de mantener hasta sus últimas consecuencias el plan de convertibilidad. El final ya lo sabemos.
La política que transforma y emancipa solo exige la honestidad de la palabra para cumplir una directriz programática partidaria, y si a esta altura necesitamos gestos jurídicos inútiles para garantizar nuestra credibilidad, entonces estamos en problemas. La honestidad es el punto de partida de la política, no necesitamos campañas de honestismo, sino candidatos que expliquen cómo realizarán sus plataformas de gobierno.
*Publicado por Telam
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