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En la mayor soledad, pobre, lejos de su
patria, en la mañana del 19 de junio de 1884 deja de respirar ese gran
tucumano que se llamó Juan Bautista Alberdi. Tenía 73 años de los cuales
la mayor parte los había ofrendado a su país, muchas veces cometiendo
graves errores y muchas otras, convirtiéndose en el intelectual más
brillante que tuvo la Argentina en el siglo XIX. Con el transcurso del
tiempo, sus enemigos fueron recibiendo los fastos de la gloria por parte
de los gobiernos conservadores amigos de su Majestad Británica pero su
estatua fue recién levantada en 1965, casi un siglo después de su
muerte. Asimismo, si se les dio reconocimiento a sus escritos de
juventud, fueron silenciados sus escritos de su vida en el destierro.
En 1880, apenas asumida la presidencia de la Nación, el General Roca
había decidido la edición de las obras completas del tucumano y corrían
versiones de que a Alberdi –que por poco tiempo había regresado a la
Argentina– se le otorgaría una embajada, provocando la irascible
reacción del diario La Nación desde donde se lo califica de traidor a la
Patria por su apoyo al Paraguay en la Guerra de la Triple Infamia que
arrasó con el país hermano entre 1865 y 1870. Alberdi había sido el gran
enemigo de Mitre y este conservaba, según decía, "odios" que calificaba
de "nobles".
Días después, el mismo matutino publica una carta escrita por Alberdi 24
años atrás a Vicente López en la que había cometido un error
ortográfico: mazeta en lugar de maceta. David Peña recuerda que ese día
lo visitó a Alberdi y este, "juntando su silla con la mía, díjome de
pronto con una voz imborrable: Así, así quisiera tener frente a mí al
general Mitre para preguntarle, mirándonos hasta el fondo de los ojos,
en virtud de qué odio tan reconcentrado puede disculpar su persistente
prolijidad de haber guardado la carta de un niño, escrita hace casi
cincuenta años, para avergonzar a un anciano. ¿Es esto digno de un
espíritu superior? ¿Es esto digno de un jefe de partido, de un jefe de
la nación? ¿Es esto digno de usted, general Mitre? Y la voz velada, por
un sentimiento indecible, ocultó a mi avidez y a mi cariño, acaso el
arrepentimiento de haber regresado a la patria para juntar tan irónicas
recompensas a la crueldad de su destierro..."
Hoy sabemos cuál era ese odio implacable de Mitre. Alberdi había
desnudado la verdadera naturaleza de la guerra de la Triple Alianza
mostrándola como guerra civil entre las provincias interiores
argentinas, junto a la campaña oriental y el Paraguay altamente
desarrollado de Solano López contra las burguesías portuarias de Buenos
Aires y Montevideo aliadas al Imperio del Brasil. Esta óptica
latinoamericana, por encima de las falsas fronteras quebraba la fábula
de tres países democráticos ocupados en abatir al Paraguay totalitario.
Pero Alberdi había hecho mucho más: había puesto al descubierto que la
oligarquía mitrista estaba organizando el país en función de las
conveniencias de la Provincia Metrópoli, esa cabeza enorme en un cuerpo
raquítico que se asentaba sobre el control del Puerto Único, la Aduana,
el crédito público, la moneda y mirando hacia el Atlántico, dando la
espalda a los pueblos interiores. Y además, había destruido las falacias
del liberalismo y la democracia oligárquicas: "Los liberales argentinos
son amantes platónicos de una ciudad que no han visto ni conocen. Ser
libres, para ellos, no consiste en gobernarse a sí mismos, sino en
gobernar a los otros. La posesión del gobierno: he ahí toda su libertad.
El monopolio del gobierno: he ahí todo su liberalismo... La libertad de
los otros, dicen ellos, es el despotismo, el gobierno en nuestro poder,
es la verdadera libertad. Así, toman con candor angelical por libertad
lo que no es en realidad sino despotismo, es decir, la libertad de ellos
en lugar de la libertad nuestra." También argumenta: "La libertad de
prensa es su ídolo, a condición de que no se use para criticar sus
libros, porque entonces, degenera en crimen de lesa patria... Detesta la
sangre cuando no es él quien la derrama, aborrece los golpes de estado
cuando no los da él mismo", aplicando estas críticas tanto a Mitre como a
Sarmiento. Y agregando, como explicación de su destierro: "Yo no les
tengo otro temor que el temor que inspiran los salteadores de caminos:
el de ser asaltado, insultado, apuñaleado. De otro modo y en otro
sentido, no son temibles. Temo su cuchillo, es decir, su puñal y su
lengua, no su ciencia, en que son capones y eunucos... ¿qué temor
podrían inspirarme a mí por sus talentos y saber, en la discusión seria y
templada... los Bartolos y los Domingos, lunes y martes de la semana
más vulgar y común? Lo que yo temo de ellos es su táctica sangrienta de
eludir la discusión de que se sienten incapaces pues mi crimen, para
ellos, es el de ser su juez competente." Y finalmente, una estocada para
Norberto de la Riestra, el hombre con el cual Mitre se arregla con los
ingleses: "De la Riestra es, para las finanzas argentinas, lo que esos
caballeros de industria que se disfrazan con la cruz roja de las
ambulancias, para despojar impunemente a los muertos y a los heridos de
sus alhajas preciosas..."
En estas cosas que dijo Alberdi, se nutría el odio que le profesó la
oligarquía porteña. Por eso, reconocen al Alberdi joven de Las Bases y
sentencian al silencio al otro Alberdi, la mayor expresión del
antimitrismo que tiene nuestra historia."
*Publicado en Tiempo Argentino
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