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Por fuera de la notable manifestación popular del sábado, podría
haberse elegido que el monto aumentado de la Asignación Universal por
Hijo fue una noticia que no existió para los medios opositores. O, mejor
todavía, que el anuncio presidencial sobre control de precios a cargo
de organizaciones populares fue transformado inmediatamente en milicias
de escrache inútil y violento. Sin embargo, la reacción mediática frente
al reciente documento (de Carta Abierta) pareciera brindar un lugar de análisis mucho más
amplio que el abordaje de las manipulaciones de prensa cotidianas.
El
texto de los referentes intelectuales, científicos y artísticos
nucleados en Carta Abierta –que surgió en 2008 para oponer alguna mirada
de análisis progresista y sosegado contra la bestialidad de la ofensiva
campestre– es una pieza de gran valor teórico y denunciativo acerca de
qué se persigue al fabricar y potenciar una atmósfera de pudrición,
cuando hay gobiernos contradictores de ciertos intereses de clase. Está
escrito en un lenguaje más enojado y a la vez más “abierto” que alguno
de los anteriores. Citemos algunos conceptos de elección tan personal,
resumida y descriptivamente alterada como de profunda articulación
semántica. “Son actores de un relato que afirma la condición autoritaria
y hasta dictatorial del Gobierno, para generar las condiciones de una
irrevocable restauración conservadora. (...) El vodevil televisivo, el
stand up ingenioso, el improperio pseudovirtuoso del periodista, puestos
al servicio de una Justicia express que, una vez más, nos demuestra que
todo está perdido mientras nos dejemos gobernar por un populismo de
hipócritas (...). Sabemos que este conjunto de palabras apunta a
erosionar la figura pública de un ex presidente, en una acción que se
torna una respuesta de music hall para problemas que merecen otro
tratamiento (...). Lo atacan, hasta la náusea, y utilizando todos los
recursos a su alcance, por haber reinstalado la idea de que (...) lo
justo no constituye una quimera inalcanzable o una reflexión académica,
sino la práctica posible de un proyecto sostenido en los principios de
la igualdad y la ampliación permanente de derechos. Lo atacan porque
Videla murió en la cárcel y porque propone, con más costos que
beneficios, que la Justicia puede y debe ser reformada (...). Una simple
y rápida revisión del papel de ciertos medios de comunicación en
nuestra historia, al menos desde Yrigoyen en adelante, permitiría poner
en evidencia la falta de originalidad de la actual campaña
desestabilizadora que se viene llevando a cabo en nombre del ‘periodismo
independiente’. Otro tanto comprobaríamos con sólo echar un vistazo a
lo que ocurre en otros países de la región en que los intereses de la
derecha se complementan, perfectamente, con el funcionamiento de los
grandes medios de comunicación. Nunca ha sido tan clara la intervención
desestabilizadora de la máquina mediática puesta al servicio del
establishment económico-financiero. Un lenguaje surgido de las letrinas
amarillistas y de las gramáticas del golpismo histórico se despliega con
virulencia insidiosa desde las usinas del poder mediático, que han
dejado de apelar a cualquier tipo de argumentación para desencadenar,
una tras otra, una batería de rumores, mitos urbanos de enriquecimientos
olímpicos, denuncias indemostrables articuladas con una colección de
personajes que van de los lúmpenes del jet set vernáculo a una ex
secretaria despechada.”
Razonamientos de esta índole –que, reiteramos, son una ínfima
porción cuantitativa del escrito de Carta Abierta– fueron reducidos por
un título y columna de opinión de Clarín del viernes (entre otras
reacciones) a que “Báez no existe y los denunciantes son nazis”,
forzando el discurso –dice el copete– para presentar las denuncias como
“antisemitas”. Si lo primero es inaguantable pero artificialmente
efectivo, lo segundo es amoral. No hay en el texto una sola palabra ni
intención de la prosa que invite a ignorar a Báez, sino la advertencia
de que el caso Báez debe ser ubicado en el contexto de la guerra que
Clarín le declaró al Gobierno. Y lo que el editor y el columnista de ese
diario identifican como “antisemitismo” es un parágrafo en el que se
avisa de los antecedentes de climas periodísticos donde se hace cabalgar
con mayor o menor grado de ingenio a los jinetes del Apocalipsis. El
colega que firmó esa nota de Clarín rotula como antológico y fascinante
–por la negativa, por lo execrable– que la corrupción sea señalada por
Carta Abierta como una verdad fundamental pero abstracta. Lo que se le
perdió de vista es justamente que lo abstracto no pasa por ignorar las
andanzas de Báez o de cualquiera de los empresarios amigos del Gobierno,
sino por pretender que escribe desde una factoría de carmelitas
descalzas. Pero sobre todo, porque lo antológico es en realidad creer
(¿sí? ¿Se lo creen?) que la corrupción es un hecho totalizador por fuera
del cual no existe absolutamente nada. ¿Ese es el fondo de todos los
fondos? ¿Unos empresarios ligados al oficialismo enriquecidos en forma
fraudulenta, dando por cierto que es así, son la medida principal o
exclusiva para juzgar una etapa que mejoró la vida de la mayoría de los
argentinos, y que no empeoró la de ninguno? ¿Acaso podría hablarse,
siempre acordando con que las denuncias son veraces, de una corrupción
sistémica, como la que rigió en el menemato? Para evitar confusiones, le
damos la derecha a que no hay la corrupción buena y la mala. La palabra
significa lo que significa y bajo ningún aspecto puede justificarse a
quienes perpetran hechos de esa índole. Pero en términos de observación
política, hay escalas diferentes si se trata de no caer en un análisis
radicalmente parcializado. La corrupción de la segunda década infame fue
inherente al modelo que se instauró, desde el momento en que era
imposible llevar a cabo el remate del país sin recurrir a la violación
expresa de toda norma de ética pública. Menemismo y corrupción fueron
una pareja conceptual inseparable. En el caso de los hechos que hoy se
ventilan, objetivamente, no hay otra cosa que el presunto o certero
florecimiento económico personal de un grupo de íntimos del poder. Para
usar cierta figura: no es serio convertir a una bóveda en el examen
completo de uno de los períodos políticos más sustanciosos de nuestra
historia, o por lo menos de las últimas décadas. Si queremos ser suaves,
eso es trampa intelectual.
Los ejemplos acerca de esto último se renovaron, naturalmente, pero
no tanto como para dejar de sorprenderse, con el tratamiento mediático
tras el discurso de Cristina, el sábado. Casi no había terminado de
hablar y el título a cabeza de uno de los portales opositores ya era que
la Presidenta había rechazado que existiese un “fin de ciclo”. No sólo
que jamás dijo eso, sino que, bien escuchado sin ningún esfuerzo, en
verdad advirtió sobre los riesgos de que justamente puedan perderse
todas o algunas de las conquistas centrales. Lo que hizo fue preguntarse
si quienes mentan eso, el fin de ciclo, en lugar de referirse a
resultados electorales inminentes, no estarán haciéndolo respecto de
acabar con el piso de medidas como la Asignación Universal por Hijo, la
estatización de las AFJP u otras. Lo que Cristina se interrogó fue si el
nudo de la cuestión no vendría a ser el retroceso hacia las fórmulas
que hundieron al país. Previno que no es eterna y que la condición
necesaria es empoderar al pueblo, y que éste adquiera una dinámica
propia de organización, como garantía de que no le arrebatarán los
logros. ¿Alguien podría negar que transformar esos conceptos literales
en el rechazo a la existencia de un fin de ciclo es impudicia
periodística barata? Entendámonos. Si se señala que la celebración fue
con milicias populares, como citó ayer algún columnista, uno tiene el
legítimo derecho a pensar que el autor de la frase incurre ya en
enajenación de la realidad. Si auténticamente se infiere que el Gobierno
no admite otra definición que la de “cueva de ladrones”, o símiles,
también puede colegirse que el status ideológico de esa gente es
patético. Pero al fin y al cabo, son interpretaciones personales que,
digamos, se prestan a la discusión. En cambio, si alguien –nada menos
que la Presidenta, para el caso– dice literalmente una cosa y le titulan
que apuntó literalmente otra, no estamos hablando (antes que nada) de
posicionamientos políticos ni de conjeturas afiebradas. Estamos hablando
de una manipulación obscena que, más allá de la vergüenza que provoca
en lo profesional, habla primariamente de la catadura moral de quienes
se erigen en los moralistas de la Nación.
Es probable, por no decir seguro, que reacciones o maniobras de esta
naturaleza respondan al grado de impotencia que exhibe el arco rival en
cuanto a presentar una opción creíble, expansiva, aglutinadora. Y es
igual de probable o seguro que la manifestación del sábado haya
provocado, en ese espacio antagonista, la comprobación –reprimida pero
incontenible– de que el Gobierno conserva energía para dar batalla.
Dirán, como dijeron y continuarán sosteniendo, que todo pasa por la 9 de
Julio alfombrada de micros, por el choripán, por los planes sociales,
por la extorsión, por el aparateo. Por las milicias pseudocamporistas
que nos arrastrarán a ser Cuba o Venezuela. Pero puestos frente al
espejo que ocultan, ni ellos se lo creen.
Es ése un paso insuficiente pero nada menor: por lo general,
terminan ganando quienes están convencidos, por obra de cómo les va y de
la comparación con cómo les iba.
*Publicado en Página12
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