Imagen de ar.noticias.yahoo.com |
Por Gustavo Primucci*
Es verdad, Mujica no podría caerle mal a nadie: un tipo con esa filosofía de vida y a la vez con mucho intelecto, ¿cómo no quererlo? Pero el asunto no es nomás que Mujica es un granjero loco, renegado y filósofo que se las sabe todas, sino que es presidente de un país y tiene que hacer política. Cuando eran las elecciones en Uruguay –yo soy uruguayo- y me preguntaban si votaría a Mujica, yo contestaba que “lo voto con los ojos cerrados, porque si los abro, no lo voto”. Y cada vez estuve más seguro de esa contradicción.
Uruguayos, uruguayos en Argentina, es hora de tomar aire, y quedarse así un rato antes de decir o pensar algo. Aunque algo habría que decir. Lo primero es reconocer el hecho en su esencia: Mujica, el presidente de Uruguay, ofendió feo a la presidenta de Argentina (“la vieja es peor que el tuerto”). Varias cuestiones, ninguna descabellada, hay en ese muy infeliz comentario: 1- ¿ofendió sólo a Cristina? 2- ¿expresa un sentimiento antiargentino? 3- ¿es contra todo el gobierno de Cristina, por ende contra el peronismo o los peronistas? 4- ¿es una opinión personal, o representa un sentir de buena parte de los uruguayos?
Disculpe alguno si lo entusiasmé, pero ahora
no me voy referir a estas cuestiones, sino a lo siguiente: dejando de
lado el desagrado natural del oficialismo, la frase será, ya está
siendo, festejada por muchos argentinos. Usada. Yo digo que Mujica,
desde hace tiempo, es la coartada perfecta de las ideas conservadoras, y
esto hasta dicho sin juicio de valor, ya que hay gente conservadora
horrible y otra que no. Hay unos que lo elogian de buena
fe, pero no dejan de ser conservadores políticamente. Entiéndase, lo que
aquí escribo no es un ataque a quienes defienden a Mujica, sino es una
opinión sobre lo que entiendo significa esa simpatía. Demás está decir
que el “mujiquismo” es coartada del antikirchnerismo, es usado como eso.
Y no por la izquierda anti K, sino por la derecha, la centroderecha y
todo lo que hay del muy ambiguo progresismo hacia la derecha. O sea, al
ser Pepe Mujica, es una coartada progresista.
Hace pocos días, alguien subió al Facebook
una de las tantas loas a la austeridad, a la casi pobreza franciscana en
que vive Mujica. “Quiero un presidente así para mi país”, decía una
foto de Unasur en la que varios presidentes, entre ellos Cristina, le
señalan riéndose a Mujica sus zapatos, unos zapatos que sólo él podría
ponerse para una cumbre de ese tipo. Y de esas, hay muchas. Hay que
leer: queremos ese presidente = no queremos esta presidenta. ¿Cuál es la
misión de un presidente: usar zapatos rotos y ropa sin planchar (por mí
todo bien con eso), o hacer un sistema más vivible para todos y no para
unos pocos? ¿Usar la misma heladera desde hace cincuenta años y
fundamentar así una inapelable filosofía contra el consumismo, o
enfrentarse a ciertos poderes para producir cambios necesarios en el
rumbo de un país? ¿Cuál es la misión del gobernante, ya no del vecino
Pepe Mujica?
Y Mujica es una coartada perfecta del
anticambio porque tiene un pasado de lucha indudable. ¿Ven?, Mujica no
divide al país, no genera choques, no “crispa” a nadie, no usa joyas ni
ropas de marca… No hace lío. Mujica es presidente y es pobre. Uruguay
está en paz. Esa es la visión. ¿Y la gestión? Ah, eso no importa, porque
encima los argentinos van de turistas, y esos lugares siempre están
bien.
Uruguay crece y brilla en toda la costa, pero
Montevideo tiene una pobreza que asusta y que la van reteniendo en
algunos barrios. La inclusión social, la desocupación, la justicia, los
derechos de las mayorías son temas muy pendientes. La democracia
uruguaya sigue siendo rehén de oscuros y elitistas intereses que están
desde tiempos de la dictadura. Como símbolo, vergonzante por cierto, es
que la impunidad de los crímenes de la represión (torturas, violaciones,
fusilamientos, robos y muchos etcéteras) está, aún hoy, intacta. En
febrero último, la Suprema Corte frenó las pocas causas judiciales que
se habían abierto, y todo siguió igual.
El elogio a Mujica en Argentina sirve incluso
para darse un barniz de encanto y simpatía con la lucha social, aunque
nunca lo hayan practicado y en algunos casos hasta sean lo opuesto a
eso. Sirve en este sentido: ¿ven?, ese luchador me gusta, fue
guerrillero, estuvo preso, y ahora gobierna para todos. Como diciendo:
si la izquierda es así, yo también podría ser de izquierda, ¡qué tanto!
(Todo esto sumado a ese aura de gente intachable y buenísima que gozamos
los uruguayos, esa “discriminación positiva”, y que a mí ya me rompe
bastante las pelotas). O sea, el elogio a Mujica siempre tiene segundas
intenciones y es un tiro por elevación al “cristinismo”.
Creo que Mujica es un hombre derrotado. Eso
debería ser doloroso –para mí lo es-. Y creo que si le hacemos caso, ya
no sabe más cómo decirlo. Lo dice en cada declaración sobre Botnia y las
nuevas mineras, sobre los capitales, sobre el paraíso fiscal que es
Uruguay y la imposibilidad –sí, así lo reconoce- de eliminarlo, sobre la
impunidad, sobre la desigualdad social, sobre los marginados, sobre la
inseguridad y cómo combatirla con operativos policiales en los barrios
de más miseria cuando en su vida anterior eso hubiera sido una herejía,
sobre la imposibilidad de revolución, acaso lo que fue su sueño más
caro.
Es una cruel paradoja miserable de la
política, de la vida: a Mujica lo derrotaron ideológicamente y después
fue presidente. El sistema le ganó a Mujica. Se puede decir que le ganó a
la izquierda uruguaya, con su heroica historia que no merece este
presente. En Uruguay no hay participación política. Cuando terminó la
dictadura, el Frente Amplio no gobernaba, pero Montevideo parecía tomada
por la izquierda. Los comités de base del Frente Amplio eran el
sustento y la esperanza de la democracia incipiente. Miles de jóvenes y
veteranos vivían participando, opinando, militando. Hasta que llegó
Tabaré Vázquez y demostró que la izquierda uruguaya tenía una receta
pero cocinaba otra cosa. La dirigencia y las derrotas políticas (por más
que ganara el partido) mandaron a toda esa gente a sus casas. Y el
sueño se acabó. La rebeldía se apagó. La juventud se fue, como dice el
tango.
Y Mujica cree que todo eso abona a la
pacificación del país. Que tampoco hay que sacudir el pasado. Incluso,
como si fuera algo personal, porque él sabe mejor que nadie ésto de
aclarar cuentas con la historia. Que esta ya no es época de enemigos. Y
vuelve la coartada perfecta: miren, ¡y este sí que fue guerrillero en
serio, miren cómo él sí perdona, y no como acá en Argentina! Mujica se
transformó en posibilista, y las posibilidades de que haya grandes
cambios en Uruguay son pocas, eso es hoy el Frente Amplio en el
gobierno.
Las ideas de izquierda son y serán siempre
ideas de cambio, esperanzas de justicia social, de hacer un sistema para
todos, de hermandad entre los seres humanos y para eso debe desaparecer
todo lo que hace que una persona ejerza todo tipo de poder sobre otra,
ni más ni menos. Cueste lo que cueste. Y Pepe Mujica cree interiormente
que en el actual sistema uruguayo esas son batallas perdidas. Entonces,
después de tanto luchar, ¿para qué estás ahí, Pepe?
*Ciudadno uruguayo
No hay comentarios:
Publicar un comentario