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Por Jorge Dorio*
La
creación de un clima antidemocrático puede leerse al analizar, en un
contexto más abarcador, distintos hechos: el rechazo opositor a la
reforma judicial, las declaraciones golpistas de la Mesa de Enlace, el
inexplicable paro de los trabajadores judiciales. Toda esta trama de
cruces y operaciones desembocan en la convocatoria del 18 A.
En tiempos como estos, cuando lo que está permanentemente en discusión
es un modelo de país, el análisis político requiere en su base una
suerte de traducción de palabras y acciones surgidas de los actores
políticos y sociales de cada coyuntura. Más aún, en una época donde la
voracidad de las corporaciones admite el ejercicio descarado de la
mentira como un subgénero del periodismo sin que eso constituya un
escándalo terminal.
Condiciones como éstas impiden abordar una polémica sin ubicarla antes en un contexto más abarcador que, por cierto, suele limitar la discusión sobre el meollo de cada disputa.
Resulta especialmente molesto que un tema complejo y axial en el diseño de una sociedad, como es el debate sobre la democratización de la justicia, se inscriba en un marco tan condicionante. Pero incluso en un paisaje como el descripto, hay movimientos que parecen prescindir de la más mínima racionalidad. Ese es el caso de las fuerzas opositoras del Senado que, ante los proyectos provenientes del Ejecutivo, eligieron eludir la discusión en su hábitat natural de comisiones aduciendo una obcecada negación del oficialismo a incorporar modificaciones al planteo original. El derrumbe de esa línea argumental tuvo la vida efímera que alienta en la torpeza de esas maniobras. Vale la pena puntualizar que ciertos adalides de la pureza republicana escandalizados por una eventual reforma judicial habían dejado pasar, días antes, las expresiones golpistas surgidas en un plenario a la que asistían los líderes de esa curiosa criatura llamada Mesa de Enlace. Muchos protagonistas de ambos fulgores de omisión se autoconvocaron para un “abrazo” a los Tribunales que terminó por plantearse como un prólogo a la jornada de movilización opositora programada para el 18 de abril.
Es en esta cita, justamente, donde convergen sin mayor pudor distintas versiones de un antioficialismo que, pese a su flagrante diversidad, termina siendo guiado por un núcleo que ahora tiene por enemigo al gobierno nacional, pero cuyo adversario natural es cualquier forma concreta de la soberanía popular desde los albores de la historia vernácula. Por eso no es de extrañar que en esas filas se saboree ya un fallo contra la constitucionalidad de la ley de servicios audiovisuales por parte de la Cámara en lo Civil y Comercial cuyos miembros se toman recreos en Miami solventados por el Grupo Clarín.
Hace unos pocos días, la ciudad de Rosario fue sede de una cumbre de la Internacional Derechista convocada por la Fundación Libertad. Allí fueron recibidos con pompa y circunstancia personajes como Mario Vargas Llosa, José María Aznar y Luis Lacalle entreverándose con los referentes locales del neoliberalismo Patricia Bullrich y Federico Pinedo. Ajenos no sólo a las lecciones de la historia sino también a la brutal evidencia encarnada en las crisis actuales de Grecia, España o Chipre, el foro también se ocupó de despotricar contra la ofensiva del kirchnerismo contra la corporación judicial.
Si bien la farsa montada por el cadete más notorio de Magneto a partir del sorprendente Leonardo Fariña recién comienza a desplegarse, está claro que su único objetivo es la saturación de un clima definido por el escándalo y la incertidumbre sin dejar de salpicar al Ejecutivo con cuanto infundio se les ocurra.
Toda esta trama de cruces y operaciones que desembocan en el 18 A es presentada como una última salvaguarda de las instituciones democráticas cuando su fin inocultable es el sabotaje de esas instituciones que, al cabo de una década, van recobrando la salud.
Quienes cuestionan con honestidad algún aspecto del modelo han ido quedándose sin un territorio no contaminado de desestabilización y se ven envueltos en esa vorágine de sonido y de furia, donde la huelga de los judiciales lanzada el martes sin ningún tipo de sustento racional, coronó la insensatez de esos alineamientos. En Venezuela se aprecia el riesgo de esos rejuntes que mezclan al más coherente con el más loco o le plus fou, o il piú matto. Todas las lenguas son iguales cuando la traducción es invalidada por la violencia.
*Publicado en Telam
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