Chávez
fue un político sensorial. Todos sus sentidos estaban puestos en la
mirada sobre el otro, sobre las geometrías de fuerzas y sobre los mapas
del poder. Poseía una gran mesa mental donde pensaba y dialogaba con sus
estrategias. Las pintaba y suscitaba apoyos. Conocía a pies juntillas
las historias nacionales, como un sargento cuartelero conoce los
rincones de su institución. Sabía sobre las anécdotas, las batallas y
los grandes o pequeños sucesos de aquellos lugares adonde viajaba o
realizaba su Aló Presidente.
Todo el mundo se sorprendía con una palabra
que rescataba o encontraba, que solo daba cuenta de ese lugar y que
solo los lugareños conocían. De alguna manera, era la metáfora de un
Estado que mientras se constituía rescataba todas las palabras para
fundirlas en un proyecto de nación. Frente a las cámaras de televisión
territorializaba la palabra y, al mismo tiempo, la nacionalizaba. Chávez
llenó el país de (nuevas y renovadas) palabras, aprovechó a mirar los
expectativas de sus ciudadanos y puso el oído donde no solo lo que se
escuchan son palabras. Es decir, a veces, el dolor social como los
deseos no pueden decirse, están allí, disponibles para quien pueda o
quiera interpretarlos. Ante una catástrofe o frente a un suceso donde
las vidas populares estaban asediadas, Chávez ponía sus oídos, miraba
algunos rincones que otros funcionarios dejaban pasar y encontraba
soluciones que asumían la tensión entre sus principios y la realidad.
Tenía una sensibilidad particular. Sensibilidad de político y de
pintor. Estaba construida entre saberes eruditos (que siempre desplegaba
en Aló Teórico) y el tránsito anfibio por todos los mundos sociales. De
todos esos mundos existía una opción, había una decisión por aquellos
que tanto habían padecido y que se encontraban en todas las listas de la
invisibilización social. En este sentido, Chávez era un lector del
padecimiento (un voyeur sofisticado de almas sociales), un traductor
oral o gestual del mismo y un buscador de soluciones inmediatas. Todavía
resuena el “¡exprópiese!”. Nadie puede olvidar al Presidente en las
últimas inundaciones que sufrió Caracas metiéndose en el agua, hablando
con los afectados con el agua hasta las rodillas. En parte eso lo
pintaba, un político con capacidad de sumergirse en el dolor, de
identificarse con el afectado sin dejar de ser, al mismo tiempo, la
autoridad máxima del Estado venezolano. Chávez era un político que se
movía entre el fango y la jefatura de un Estado en construcción. Debió
hacer todo al mismo tiempo: reparación y Estado. Atender inundados y
enfermos y expropiar Pdvsa.
Chávez se hizo entre el barro más transitado por las penurias y la
búsqueda de justicia. Palabra que conectaba de manera virtuosa con los
saberes socialistas, cristianos y republicanos.
La muerte de Chávez no disolverá aquellas palabras que
artesanalmente rescató, tampoco expulsará el derecho que restituyó de
soñar con un orden distinto. Las multitudes padecientes que todavía se
mantienen en las calles, que circulan por la capilla viviente y que, por
el momento, no salen del estupor son el mejor signo demostrativo de que
por allí ha pasado un político excepcional. Un político con oído,
mirada y palabra.
* Doctor en Ciencias Sociales (UBA), Investigador Conicet/IIGG, Profesor Idaes/Unsam.
Publicado en Página12
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