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Hace
35 años que salimos a la luz de una lucha. Buscábamos dos generaciones
víctimas de una dictadura cívico-militar (1976-1983). Primero solas, con
dolor, peligro, miedo y desconocimiento, pensábamos qué puertas golpear
para que nos dijeran dónde estaban nuestro hijos y nuestros nietitos.
Como la mayoría del pueblo argentino, católico por tradición, pensamos
en la ayuda cristiana de nuestra Iglesia acompañando la búsqueda. Se
trataba de sus fieles, a los que debía considerar hermanos.
Hoy, tantos años después, tenemos claro quién fue quién en la etapa
del terrorismo de Estado y aun después. Descubrimos complicidad por
acción u omisión. Sólo unos pocos magníficos prelados jugaron su vida
dándonos protección y consuelo. Otros fueron asesinados.
Si hoy repasamos la historia, nunca cambiamos el discurso
santificando con el olvido. Por el contrario, recordar, hacer un acto de
contrición, pedir perdón, ayudar a la unidad con la Verdad, la Memoria y
la Justicia es la respuesta más cristina y necesaria. No saldrá de
nuestro corazón otro sentimiento por el bien del otro que soy yo. Que la
Iglesia sea pobre y para el pobre, ¡pero que no existan pobres en el
mundo!
Que el Santo Padre Francisco sea iluminado por el Espíritu Santo y
nos ayude a encontrar a nuestros desaparecidos, porque la dulce mirada
de María llorando a su Hijo nos acompañó siempre.
Somos Madres-Abuelas, no sentimos ni odio ni rencor, trabajamos en
paz y sin calumnias. Quienes repasen nuestra historia de más de tres
décadas comprobarán que no especulamos con el dolor, sólo arrastramos
nuestra pesada cruz de la incertidumbre y de la ausencia de nuestros
hijos y nietos, así como de sus 30.000 compañeros detenidos
desaparecidos.
No cambiamos el discurso según la ocasión.
* Presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo.
Publicado en Página12
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