British
Petroleum aceptó (16/11/12) catorce cargos criminales formulados por la
Justicia americana por haber provocado, en abril de 2010, el mayor
derrame petrolero de la historia. En él murieron once operarios de la
empresa y se generaron daños ecológicos gravísimos. No se habían
aplicado normas básicas de seguridad, tratando de maximizar ganancias. El Banco Suizo UBS admitió (20/12/12) los cargos criminales que se
le formularon por sus “épicas manipulaciones” de la tasa Libor y otras
entre 2005 y 2010. El procurador de Estados Unidos señaló: “No hay lugar
a error. Para los traders de UBS la manipulación del Libor era para
hacerse ricos”. Antes aceptó su culpa el Barclays Bank y hay
investigaciones sobre otros. Estuvieron dando información falsa
sistemáticamente para adulterar en su beneficio la tasa, causando daños a
innumerables personas.
En la última reunión del G-20 (noviembre 2012), los conservadores
ministros de Finanzas de Gran Bretaña y Alemania denunciaron la
“ingeniería fiscal” con que muchas trasnacionales líderes burlaban los
sistemas impositivos nacionales, pagando montos ínfimos de impuestos.
La jueza australiana Jayne Jagot condenó (5/11/12) a la agencia de
calificaciones Standard & Poor’s por calificación “engañosa y falaz”
en productos financieros adquiridos por trece municipios australianos,
que perdieron montos muy importantes.
En Grecia, con una caída brutal del producto bruto desde que se
inició la receta, y con aumento fuerte en la tasa de suicidios, un
periodista valiente publicó (noviembre 2012) la lista de los 2000. Son,
en medio del ahorro forzado de la población, tenedores de depósitos no
informados en bancos suizos. Los ministros de Economía venían
“extraviándola”.
La lista puede continuar.
En todos estos casos, el mercado, la mano invisible, la
autorregulación, pilares del pensamiento económico ortodoxo, no
protegieron a los ciudadanos. Por el contrario, fueron el ámbito
propicio para que triunfara lo que el presidente Obama llama “la codicia
desenfrenada”, a la que adjudica un papel central en la gran crisis
económica mundial de 2008/9 cuyos efectos continúan.
Se hace imperioso revisar el modo de leer la economía. Sin embargo,
el peso político, mediático y económico de los grandes intereses
favorecidos por la asunción de la economía neoliberal como la única
posible ha llevado a que en Europa se esté aplicando inmisericordemente,
aunque siga produciendo pésimos resultados económicos y desvastadores
daños humanos.
En Argentina y América latina la lucha por la comprensión de la
economía es clave. Diversos sectores sólo conocen la explicación
ortodoxa sobre los mercados, el rol del Estado, la inflación, el dólar,
la deuda externa y otras cuestiones cruciales.
Mientras que en muchas universidades de la región los textos de
Milton Fridman, el Nobel gurú de la escuela de Chicago y asesor
económico de Pinochet, eran estudiados como “la explicación” de la
economía, los de otros Nobel como Amartya Sen y Paul Krugman, que
presentan una visión totalmente divergente, eran casi desconocidos.
Alfredo Zaiat hace una contribución de gran valor a ese debate
postergado con su nueva obra Economía a contramano (Planeta 2012).
En sus páginas se hallan los temas ausentes en la agenda usual.
Entre ellos: por qué los pronósticos económicos ortodoxos no aciertan
nunca y fracasaron tan estrepitosamente en la Argentina; qué es la
economía del miedo, la que pregonaba Menem cuando decía: “O este modelo o
el caos”; cómo funciona la fuga de capitales; el rol de los poderes
financieros; los mitos sobre los bancos centrales; la demonización de
los defaults; las explicaciones simplistas sobre la inflación; el mundo
aparentemente impenetrable de la profesión económica y otros.
Esta agenda renovadora es tratada con el rigor, la seriedad y la
profundidad que caracterizan la producción intelectual del director de
Cash, el excelente suplemento económico de Página/12.
Las fuentes son asimismo no convencionales. En la aguda obra, el
lector podrá encontrarse con prominentes figuras del pensamiento
económico casi ignorados por los economistas de la city como Kennet
Galbraith, pensadores chinos y coreanos, el eminente Julio H. G.
Olivera. También con documentos asombrosos como, entre otros, la
evaluación que la famosa oficina del control gubernamental del Congreso
de EE.UU. hizo de la validez de los pronósticos del Informe Anual del
FMI. Llegó a la conclusión de que “no es un instrumento confiable para
anticipar las crisis”.
Junto con su analítica revisión de la historia económica argentina
reciente y la presentación de propuestas lúcidas, el libro es una
reflexión franca y penetrante sobre el rol de los economistas en la
sociedad.
Pueden ser alumbradores de nuevos caminos como Keynes o, como dice
el autor, “débiles ante los intereses del poder económico, hombres de
negocios dedicados a la comercializacion de información económica” o,
peor aún, “los que viven gracias a que los demás no saben”.
La economía puede seguir siendo una disciplina opaca, sólo para
supuestos especialistas, cuyas propuestas con frecuencia van a
“contramano” del bienestar colectivo o puede, como lo fue en sus
orígenes, ser una “ciencia moral” donde las preocupaciones éticas tienen
un rol central.
Obras iconoclastas como las de Zaiat trazan un rumbo en esa dirección en el país.
Hace un tiempo, el autor invitó a Stiglitz a que disertara sobre
“Etica para economistas” en un congreso internacional sobre ética y
economía que presidió. El Nobel acentuó que se necesitaba un código
ético para economistas y que debía tener por lo menos tres artículos.
Primero, no vender a los líderes políticos teorías supuestamente
infalibles cuando no tienen evidencia empírica real a su favor; segundo,
no decirles que sólo hay una alternativa; tercero, explicitar los
costos para los pobres de las políticas que aconsejan.
A la luz de ejemplos recientes como los citados de BP, la
manipulación de las tasas Libor, las maniobras de las calificadoras de
riesgos y otros semejantes, se podrían agregar al código; cuarto,
identificar si las políticas recomendadas van a seguir aumentando el
coeficiente Gini de desigualdad, hoy el más elevado de la historia del
globo; quinto, cuántos trabajos decentes y estables van a crear; sexto,
dejar la soberbia economicista, practicar la humildad que aconsejaba el
mismo Keynes.
Junto con todo ello tener en cuenta que el modelo necesario debe
generar, al mismo tiempo que logros económicos, cohesión social,
democratización en el acceso a la educación, la salud y la cultura,
derechos humanos, equilibrio ecológico y participación, porque el ser
humano nació para todo eso.
* Premio Domingo Faustino Sarmiento a la trayectoria, del Senado de la Nación.
Publicado en Página12
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