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Al
estilo de nuestras "Cartas abiertas" o "plataformas", donde un grupo de
intelectuales busca intervenir en la escena política, el viernes pasado,
reconocidas personalidades del Viejo Continente, como Umberto Eco,
Fernando Savater, Salman Rushdie y Bernard-Henri Levy, firmaron el
documento “Europa o el Caos”. Sin embargo, la idea de Europa que intenta
recuperar ese texto, parece vivir hoy de manera más genuina en otras
regiones del mundo, como China o América Latina.
El pasado viernes 25 de enero los principales diarios europeos
publicaron el texto "Europa o el caos". En medio de las malas noticias
sobre el curso de la crisis económica que ya va para el lustro, el
pronunciamiento de algunos intelectuales despierta expectativa frente a
la chatura del debate político a que son sometidos los ciudadanos
europeos.
Sin embargo, una leída atenta al manifiesto deja ver que las dificultades para superar la asfixia financiera en que están inmersos los Estados y las sociedades europeas no tienen en sus políticos los únicos responsables. Sus intelectuales tampoco parecen estar a la altura de las circunstancias.
Más allá de la amplitud ideológica de los firmantes, podríamos decir que, a grandes rasgos, responden a valores progresistas. “Europa no está en crisis. Europa está muriendo. No Europa como territorio, naturalmente. Sino Europa como idea”. ¿Cuál es la idea de Europa? Una que es compartida fronteras afuera: “paz, prosperidad y una difusión de la democracia.” Habría que acortar la idea de Europa a los años de la posguerra, y hacernos los distraídos con sus costumbres monárquicas pero, hecho esto, es indudable que dentro del marco capitalista esa “idea de Europa” posibilitó la construcción de sociedades desarrolladas con grandes dosis de equidad social.
El problema del manifiesto aparece cuando se apunta dónde y por quién se está produciendo esa "muerte": “Se deshace en Atenas, una de sus cunas”. “Se deshace en Roma, su otro pedestal”, a la que juzga “contaminada por los venenos del berlusconismo”. Y, finalmente, “Se deshace en todas partes, de este a oeste, de norte a sur, con el ascenso de los populismos, los chauvinismos, las ideologías de exclusión y odio que Europa tenía precisamente como misión marginar, debilitar, y que vuelven vergonzosamente a levantar la cabeza”.
Increíblemente, el nombre de “Alemania” no aparece nunca. Tampoco, al menos con claridad, el esquema financiero hoy existente, salvo una vaguísima acusación sin sujeto político: “Europa se viene abajo por culpa de esta interminable crisis del Euro”.
El final sorprende, porque lejos de hacer algún replanteo profundo al formato de integración regional (que parió justamente al Euro como moneda común) los intelectuales afirman, graves: “Antes se decía: socialismo o barbarie. Hoy debemos decir: unión política o barbarie”.
La ausencia alemana es inexplicable, porque algunos números de su economía ayudarían a comprender algo más de esa “crisis interminable”. Algo extraño pasa: supuestamente Europa está en crisis, pero su principal economía….no.
Un ejemplo. En medio del desastre laboral que atraviesan España, Italia o Grecia, Alemania logró este año seguir bajando su desocupación por séptimo año consecutivo. La tasa de desempleo del 2012 fue del 5,3%, la más baja de los últimos 20 años. Las exportaciones de la “locomotora” germana subieron un 4, 3% en un contexto donde las economías que la rodean bajaron sus números, y si bien el PBI creció poco (0.7%) viene logrando números positivos consecutivos en medio de la recesión continental (el año pasado creció un 3%).
¿No resulta un poco extraña esta “crisis Europea” donde su principal economía se muestra pujante, en crecimiento y logrando mantener a su sociedad empleada y por lo tanto con cobertura social, jubilación y demás servicios sociales que como “idea” los intelectuales europeos denuncian que está muriendo?
Habría que pensar -al menos como hipótesis- que la crisis de este capitalismo maduro en la cuna de Occidente parece tener elementos de una crisis de concentración. Es decir, una crisis donde la tapa de los diarios se la llevan los “parados” españoles o los “indignados” griegos, pero que tiene un reverso en las cuentas de la economía alemana, quien aparece a kilómetros de distancia de esas imágenes de naufragio.
Una de las formas de medir la salud de una economía en sociedades altamente industrializadas es por la acumulación de patentes que sus empresas y gobiernos registran cada año. En ese sentido, el grado de asimetría alemana respecto de sus vecinos es gigante y le da un sustento material bien evidente a la “muerte” europea. En el 2010, Alemania tuvo ingresos por royalties (lo que el país cobra por el uso de algún producto patentado en su territorio) de unos 55.000 millones de dólares. ¿Cuánto tuvo Italia? Apenas 9.800, con un balance final negativo, al computar lo que pagó por la tecnología importada, de casi 6.000.
Para tener ideas de dimensiones, en ese mismo período EEUU lideró el rubro con casi 90.000 millones de dólares cobrados por sus patentes en todo el mundo (cada sucursal de Mac Donalds, programa de Microsoft, o equipo de Hewlett-Packard le reporta al EEUU un ingreso “extra” por haber sido inventado fronteras adentro). Lo que un país como Argentina recibe por sus exportaciones totales en un año, EEUU lo embolsa solamente por el rubro de sus patentes.
Más que en chimeneas humeantes, las asimetrías mundiales y regionales del siglo XXI hay que medirlas por el grado de soberanía tecnológica.
Así las cosas, las miradas más interesantes sobre la coyuntura europea parecen venir de afuera, antes que de sus cónclaves políticos o intelectuales. Hace pocos meses, el ministro de economía de Brasil, Guido Mantenga, realizó una gira por los países del Euro y, aún con el consabido lenguaje diplomático, fue más claro que los hombres de letras criados en la rebeldía del mayo francés.
“La estrategia definida principalmente por Alemania consiste en llevar a cabo un primer saneamiento, reduciendo la deuda y recortando el gasto, y solo después se les prestará asistencia a los países necesitados. Debemos preguntarnos si es políticamente viable decirle a la gente que los salarios seguirán cayendo y que el trabajo seguirá faltando durante los próximos dos o tres años. ¡Me parece una estrategia temeraria porque ya vamos por el cuarto año de crisis!”
Lo que Europa necesita, dijo, muy keynesianamente, es un plan de inversiones en infraestructura.
A fines de octubre de 2012, el diario El País publicó un extenso reportaje a Cui Hongjian, director de Estudios Europeos en el Instituto de Estudios Internacionales de China. La solemne y orgullosa humildad china le permitió traducir a este intelectual de un régimen de partido único una europea que resulta una quimera en el continente de los museos: “China quiere tener un desarrollo estable y sostenible durante otros 30 años, así que ahora es un buen momento para aprender más de la experiencia europea. Queremos crecimiento económico, pero necesitamos también justicia social. Y la experiencia está en Europa. Quizás en los últimos 30 años, China aprendió demasiado de Estados Unidos”.
La “idea” de Europa no está muerta. El problema –al menos para los europeos- es que hoy ese credo parece vivir con más vigor en otras regiones del mundo.
Sin embargo, una leída atenta al manifiesto deja ver que las dificultades para superar la asfixia financiera en que están inmersos los Estados y las sociedades europeas no tienen en sus políticos los únicos responsables. Sus intelectuales tampoco parecen estar a la altura de las circunstancias.
Más allá de la amplitud ideológica de los firmantes, podríamos decir que, a grandes rasgos, responden a valores progresistas. “Europa no está en crisis. Europa está muriendo. No Europa como territorio, naturalmente. Sino Europa como idea”. ¿Cuál es la idea de Europa? Una que es compartida fronteras afuera: “paz, prosperidad y una difusión de la democracia.” Habría que acortar la idea de Europa a los años de la posguerra, y hacernos los distraídos con sus costumbres monárquicas pero, hecho esto, es indudable que dentro del marco capitalista esa “idea de Europa” posibilitó la construcción de sociedades desarrolladas con grandes dosis de equidad social.
El problema del manifiesto aparece cuando se apunta dónde y por quién se está produciendo esa "muerte": “Se deshace en Atenas, una de sus cunas”. “Se deshace en Roma, su otro pedestal”, a la que juzga “contaminada por los venenos del berlusconismo”. Y, finalmente, “Se deshace en todas partes, de este a oeste, de norte a sur, con el ascenso de los populismos, los chauvinismos, las ideologías de exclusión y odio que Europa tenía precisamente como misión marginar, debilitar, y que vuelven vergonzosamente a levantar la cabeza”.
Increíblemente, el nombre de “Alemania” no aparece nunca. Tampoco, al menos con claridad, el esquema financiero hoy existente, salvo una vaguísima acusación sin sujeto político: “Europa se viene abajo por culpa de esta interminable crisis del Euro”.
El final sorprende, porque lejos de hacer algún replanteo profundo al formato de integración regional (que parió justamente al Euro como moneda común) los intelectuales afirman, graves: “Antes se decía: socialismo o barbarie. Hoy debemos decir: unión política o barbarie”.
La ausencia alemana es inexplicable, porque algunos números de su economía ayudarían a comprender algo más de esa “crisis interminable”. Algo extraño pasa: supuestamente Europa está en crisis, pero su principal economía….no.
Un ejemplo. En medio del desastre laboral que atraviesan España, Italia o Grecia, Alemania logró este año seguir bajando su desocupación por séptimo año consecutivo. La tasa de desempleo del 2012 fue del 5,3%, la más baja de los últimos 20 años. Las exportaciones de la “locomotora” germana subieron un 4, 3% en un contexto donde las economías que la rodean bajaron sus números, y si bien el PBI creció poco (0.7%) viene logrando números positivos consecutivos en medio de la recesión continental (el año pasado creció un 3%).
¿No resulta un poco extraña esta “crisis Europea” donde su principal economía se muestra pujante, en crecimiento y logrando mantener a su sociedad empleada y por lo tanto con cobertura social, jubilación y demás servicios sociales que como “idea” los intelectuales europeos denuncian que está muriendo?
Habría que pensar -al menos como hipótesis- que la crisis de este capitalismo maduro en la cuna de Occidente parece tener elementos de una crisis de concentración. Es decir, una crisis donde la tapa de los diarios se la llevan los “parados” españoles o los “indignados” griegos, pero que tiene un reverso en las cuentas de la economía alemana, quien aparece a kilómetros de distancia de esas imágenes de naufragio.
Una de las formas de medir la salud de una economía en sociedades altamente industrializadas es por la acumulación de patentes que sus empresas y gobiernos registran cada año. En ese sentido, el grado de asimetría alemana respecto de sus vecinos es gigante y le da un sustento material bien evidente a la “muerte” europea. En el 2010, Alemania tuvo ingresos por royalties (lo que el país cobra por el uso de algún producto patentado en su territorio) de unos 55.000 millones de dólares. ¿Cuánto tuvo Italia? Apenas 9.800, con un balance final negativo, al computar lo que pagó por la tecnología importada, de casi 6.000.
Para tener ideas de dimensiones, en ese mismo período EEUU lideró el rubro con casi 90.000 millones de dólares cobrados por sus patentes en todo el mundo (cada sucursal de Mac Donalds, programa de Microsoft, o equipo de Hewlett-Packard le reporta al EEUU un ingreso “extra” por haber sido inventado fronteras adentro). Lo que un país como Argentina recibe por sus exportaciones totales en un año, EEUU lo embolsa solamente por el rubro de sus patentes.
Más que en chimeneas humeantes, las asimetrías mundiales y regionales del siglo XXI hay que medirlas por el grado de soberanía tecnológica.
Así las cosas, las miradas más interesantes sobre la coyuntura europea parecen venir de afuera, antes que de sus cónclaves políticos o intelectuales. Hace pocos meses, el ministro de economía de Brasil, Guido Mantenga, realizó una gira por los países del Euro y, aún con el consabido lenguaje diplomático, fue más claro que los hombres de letras criados en la rebeldía del mayo francés.
“La estrategia definida principalmente por Alemania consiste en llevar a cabo un primer saneamiento, reduciendo la deuda y recortando el gasto, y solo después se les prestará asistencia a los países necesitados. Debemos preguntarnos si es políticamente viable decirle a la gente que los salarios seguirán cayendo y que el trabajo seguirá faltando durante los próximos dos o tres años. ¡Me parece una estrategia temeraria porque ya vamos por el cuarto año de crisis!”
Lo que Europa necesita, dijo, muy keynesianamente, es un plan de inversiones en infraestructura.
A fines de octubre de 2012, el diario El País publicó un extenso reportaje a Cui Hongjian, director de Estudios Europeos en el Instituto de Estudios Internacionales de China. La solemne y orgullosa humildad china le permitió traducir a este intelectual de un régimen de partido único una europea que resulta una quimera en el continente de los museos: “China quiere tener un desarrollo estable y sostenible durante otros 30 años, así que ahora es un buen momento para aprender más de la experiencia europea. Queremos crecimiento económico, pero necesitamos también justicia social. Y la experiencia está en Europa. Quizás en los últimos 30 años, China aprendió demasiado de Estados Unidos”.
La “idea” de Europa no está muerta. El problema –al menos para los europeos- es que hoy ese credo parece vivir con más vigor en otras regiones del mundo.
*Publicado por Telam
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