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La
Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LSCA) sancionada en 2009
pero cuya aplicación todavía está sesgada (la judicialización de la ley
por parte del Grupo Clarín, entre otros actores, impidió su cumplimiento
pleno) abre un panorama nuevo que no puede limitarse a la discusión por
la estructura de propiedad de las empresas de medios.
La convergencia tecnológica ha dejado de ser un concepto abstracto
para convertirse en una práctica real. En este aspecto, la posibilidad
de las telefónicas de brindar servicios de telefonía celular e Internet,
sumada a al servicio básico de telefonía fija, quedó fuera de la LSCA y
de toda reglamentación.
En este marco de situación, la disputa por la estructura de
propiedad deja afuera una problemática de la que debemos tomar
conciencia en el corto plazo. La apertura de la Televisión Digital
Terrestre (TDT) y las nuevas licencias que quedarán disponibles si se
aplica la LSCA en su totalidad dejan la cuestión de los contenidos, y
por ende, de la sustentabilidad de las nuevas señales, libradas al azar.
Y en este sentido, las audiencias pasan a ser cada vez más importantes.
Las plataformas digitales exigen pensar la producción y el consumo
desde otra lógica que ya no es la misma que estaba implícita en la
realización de cualquier producto televisivo. A la aleatoriedad que
siempre tuvieron las audiencias se suman otros factores, como por
ejemplo el visionado por Internet y, consecuencia de ello, otro tipo de
exigencia de calidad en los productos que consume y la atemporalidad con
la que se realizan.
El desafío actual será dotar de contenidos estos espacios frente a
audiencias que ya no se conforman con esperar una hora determinada
–impuestas por los directivos del canal de TV– para ver sus programas
favoritos. Y peor aún, para ver sus programas favoritos que no son
nacionales.
Es necesario dar un primer paso para acostumbrar a las audiencias a
visionar contenidos locales que, a su vez, deben ser de calidad. Esto
nos lleva al problema de la rentabilidad de la producción y su
sustentabilidad en el tiempo. Pero también implica pensar en otra forma
de hacer televisión.
Pensar las multiplataformas como una posibilidad para garantizar la
permanencia de las audiencias se presenta como una opción. Pero,
lamentablemente, quienes están en condiciones de brindar estos servicios
son empresas que quedaron fuera de la legislación que tantos años hemos
tardado en conseguir. Y esto no es un dato menor.
La disputa por una ley que garantice más voces nos ha distraído de
una cuestión de no menor importancia: cómo garantizar estas voces.
Frente a una televisión que cada día pierde más asiduos, ante la
explosión de nuevas formas de comunicación e información, parece que
siempre nos faltan, en lo que concierne al sistema de medios argentinos,
cinco para el peso.
Hoy en día, ya no puede pensarse la lógica del broadcasting
(comunicación uno a muchos) como la predominante. El auge de las redes
sociales y las plataformas colaborativas (blogs, YouTube, por mencionar
algunas) han configurado un nuevo mapa de comunicación donde el rol del
consumidor pasa a ser cada vez más el del productor, sin ser tan
relevante la cantidad de gente que lo vea o lo siga. Es lo que Henry
Jenkins denomina “prosumidor”: un híbrido entre los dos términos,
productor y consumidor.
En estos tiempos modernos, donde las audiencias están cada vez más
fragmentadas y cuando cuesta cada vez más generar ganancias o incluso
cubrir los costos de producción y distribución, las empresas de medios
necesitan apuntar a estrategias transmedias para que sus productos sean
sustentables. Esto implica nuevas inversiones pensando no en audiencias
masivas que ya no existen, sino en el consumo fragmentado capitalizando
los usos y las prácticas de las redes sociales para atender a los nuevos
usuarios. Y eso nos lleva a preguntarnos qué tipo de
productores-empresas podrán llevar adelante este desafío sin que sea
acallada ninguna voz por falta de fondos.
En este nuevo panorama se tornará necesario retomar la disputa por
la estructura de propiedad. En el nuevo escenario el protagonista ya no
será el Grupo Clarín, sino aquellas empresas que sepan capitalizar (y
que de hecho ya lo hacen en España) el fenómeno de la convergencia. A no
ser que el propio Estado se anticipe a los nuevos tiempos modernos.
* Licenciada en Comunicación Social, Universidad Nacional de Quilmes. Becaria del Departamento de Ciencias sociales UNQ.
Publicado en Página12
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