Por Roberto O. Marra*
Por estos tiempos de análisis
retrospectivos de los hechos acaecidos en el último año, aparecen
especialistas, periodistas, politólogos y otros similares, desmenuzando lo
realizado por el Gobierno Nacional. Así, vemos que están los que rinden
pleitesía incondicional a todas y cada una de las medidas y acciones que haya
tomado la Presidenta; están quienes, sin dejar de reconocer los logros, marcan
diferencias y demandan mayores profundizaciones; hay otros que a regañadientes
admiten los avances pero remarcando y enfatizando lo adeudado; están incluso
quienes dan por inútiles las realizaciones positivas si no se complementan con
medidas “verdaderamente revolucionarias”, aseguran. Por otro lado, nunca faltan
los enemigos acérrimos de todo lo hecho, por ser parte interesada o por simple subordinación
acrítica al poder real.
No pueden dejar de reconocerse
distintos grados de verosimilitud en algunos planteos, y seguro que con buenas
intenciones de quienes lo manifiestan. Pero el detalle que parece escapárseles
(supongamos que así sea), es que la Presidenta no debe sólo tomar tal o cual
decisión y darse por hecho. Se enfrenta siempre, aún en las medidas menos
importantes, con un abanico inmenso de variables que intervienen en todo lo que
se pretenda hacer: las capacidades de los asesores, la disposición y capacidad
de cada funcionario de cada área involucrada, la lucha para convencer a las
mayorías parlamentarias necesarias, los intereses de los Estados provinciales,
los intereses de otras Naciones, los intereses de las corporaciones
involucradas (económicas, sindicales, empresariales), las distorsiones de los
medios de comunicación a la hora de dar a conocer las propuestas
presidenciales, los intereses y necesidades de los distintos sectores sociales,
las subjetividades de la población (la idiosincrasia popular), la situación
económica y política mundial.
Es decir que, cada uno de los
planteos que la Presidenta haga para impulsar un nuevo nivel de desarrollo
económico y social, lleva en sí no sólo la necesaria condición de
correspondencia con lo ya hecho y con lo que se vislumbra hacia el futuro, sino
también la imprescindible consideración de todos y cada uno de los temas
enumerados (y muchos más aún), para elaborar un camino posible (y probable) de
ser transitado con el menor rechazo por el conjunto de la sociedad.
Esta planificación permanente,
minuciosa, capaz de contener decenas de variables, muchas veces difíciles de
controlar, es la tarea que lleva a cabo esta Presidenta de la Nación. No
estamos hablando de esos energúmenos serviles del imperio que tuvimos antes en
ese máximo cargo. No les era difícil a ellos tomar las medidas porque todo
estaba reglado por los centros transnacionales de poder. Firmaban decretos y
promovían leyes degradantes para la condición humana de sus compatriotas sin
pensar más allá de sus propias y necias pretensiones de perdurar en el sillón
inmerecido que habían logrado.
Ahora, o mejor, desde Néstor
Kirchner en adelante, las cosas no son así. Aún quienes lo desprecian tendrán
que admitir los cambios producidos en la conducción real de lo político y lo
económico. Pero esas formas no anulan el poder de las resistencias de quienes
se sienten perjudicados y de quienes, por influjo de décadas de destrucción de
las conciencias, adhieren más fácilmente a los planteos negativos hacia cualquier
acción del Gobierno que a intentar comprender, análisis mediante, lo que en
realidad sucede y podría suceder ante cada propuesta presidencial.
El avance ha sido enorme. Las
transformaciones son de una gran magnitud (casi revolucionarias en algunos casos).
La concientización política ha avanzado en algunos estratos sociales y
especialmente entre los jóvenes. Pero los cambios, lo sabemos, siempre son
resistidos por las causas o razones que dictan las propias idiosincrasias de la
población. Lo cultural tiene una inercia tal que resulta muy difícil un cambio
drástico e inmediato (como todos querríamos), menos aun cuando de política se
trata.
Volviendo al principio, a las
manifestaciones de tantos especialistas, periodistas, politólogos y otros
similares, vale la pena detenerse especialmente en aquellos que son de verdad “progresistas”,
realmente pensadores desde lo nacional, desde la “izquierda”, si se le quiere
poner un rótulo (no peyorativo). Sus reclamos de profundización del proyecto
político vigente no pueden dejar de compartirse. Pero resulta muy chocante y
hasta inadmisible los señalamientos sobre que el actual sería un modelo sólo “desarrollista
frondizista”, o que no tiene en cuenta a los trabajadores, o que no implementa
medidas contra los dueños del poder y que en realidad los incluye y favorece en
detrimento de los sectores menos favorecidos, y cosas por el estilo. Se acusa
además a la Presidenta de actuar con “soberbia” y “prepotencia”, que (no)
casualmente son los epítetos preferidos por los medios que se erigieron en
portavoces y parte misma del poder concentrado (a esta altura es bueno
reconocer que la soberbia de algunos “intelectuales” que hablan de la soberbia
de la Presidenta, es hasta invalidante de sus aseveraciones). Se aduce también incapacidad
de la Presidenta para aceptar los “grises”, prefiriendo los enfrentamientos y
la lógica de amigo-enemigo.
No es posible que personas de
tales reales o supuestos niveles intelectuales no lleguen a percibir las
enormes dificultades a las que se enfrenta cada día esta Presidenta para poder
construir estrategias y tácticas que le permitan ir superando etapas en el
camino a nuevos y superiores estadíos. Por lo que se infiere que quienes actúan
con la lógica del amigo-enemigo serían ellos.
Es en la comprensión, en la
profunda interiorización y convencimiento de las mayorías de los beneficiarios
actuales y futuros de las políticas que forman parte inescindible de este
Proyecto Nacional y Popular, donde se encontrará el combustible que permita
darle la seguridad que la conducción necesita para acelerar los cambios que tanto
se reclaman, y de esa manera definitivamente alejarnos para siempre del pasado
de horror y miseria que padecimos. No se trata de adherir acríticamente a todo
lo generado por el Gobierno. Las críticas honestas, admitiendo lo
imprescindible de mantener a rajatabla lo logrado hasta aquí, son siempre
necesarias y de invalorable ayuda para los líderes y conductores (conductora en
este caso).
Todavía nos quedan restos muy
duros de modificar. Porque duele cada indigente, duele cada chico padeciendo
miseria. Porque duele sobre todo el contraste con el insaciable consumismo que
una parte importante de la Sociedad puede realizar, y que justamente desde esos
sectores se ataque al Gobierno cuando éste impone alguna medida de un mínimo
apaciguamiento de la inmoral condición de otros argentinos sumidos en la
miseria. Esos son los verdaderos frenos a la profundización del Proyecto. Y lo
paradójico es que desde esos mismos sectores partan también las críticas “por
izquierda” al Gobierno, reclamando que haga lo que su estúpido accionar ayuda a
impedir.
¿Se entiende entonces la
enmarañada cantidad y calidad de variables que hay que atender para avanzar y
profundizar? ¿Se captan las razones profundas de tantas trabas, zancadillas y
pretendidas desestabilizaciones? Si es así, podremos comenzar este nuevo año
con la mirada atenta a estos hechos, a estas causas, y elevar nuestro
compromiso, no ya para empeñarnos en defender a esta Presidenta, por más
adhesión que tengamos hacia ella, por más admiración y respeto que nos genere.
Será necesario para con la Patria. Sí, esa palabrita que hasta no hace mucho
daba vergüenza decirla, pero que al influjo de lo sucedido en toda nuestra
Suramérica en el último decenio, se ha convertido nuevamente en la síntesis de
lo que somos o, mejor aún, de lo que queremos ser.
*Arquitecto - Miembro de la Asociación Desarrollo & Equidad
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