En Homenaje a todos los canillitas que el 7 de noviembre, celebran su día
Por Néstor Sappietro*
Hace algunos años, por las veredas de barrio Azcuénaga, Ramoncito
caminaba vendiendo la 6ta. del diario “La Razón”, era el tiempo en que
el diariero pasaba de noche y su pregón era una parte esencial del
paisaje de aquellos días. Ramoncito no había leído a Mac Luhan, ni
le hizo falta. No pasó por sus manos una crónica de Hemingway ni de
Rodolfo Walsh. Sin embargo utilizaba frases cortas. Evitaba el uso de
adjetivos innecesarios. Nunca empleaba dos palabras cuando le bastaba
una. Usaba verbos de acción, y no caía jamás en un lenguaje literario,
sino más bien coloquial. Le sobraba capacidad para indignarse. Se podría
decir que reunía las condiciones para ser un buen periodista. El caso
es que Ramoncito vendía diarios y jamás se interesó por el periodismo.
Los manuales norteamericanos que no leyó Ramón, y que manejan la
información de acuerdo a las tendencias del mercado dicen que “la
mayoría de los hombres están destinados a la frustración. Los frustrados
se contentan con diversos tipos de ensoñaciones, y el periodista debe
proveer estos sueños”...
Él andaba por la calle gritando que
había vuelto Perón cuando todo el país miraba hacia arriba esperando o
sufriendo la llegada del avión negro. Todos sabíamos que Ramoncito
mentía, pero bien valía comprarle el diario aunque más no sea por la
creatividad. Siempre caía al bar con una nueva. Los Beatles habían
decidido reunirse. Alguien aseguraba haber visto a Gardel con vida.
También se puede decir que la llegada del hombre a la luna fue bastante
posterior a los titulares de Ramoncito que, sin jactarse por la
primicia, venía anticipándolo. Central y Ñuls ganaban partidos que
nunca habían jugado, los salarios aumentaban cada noche y la soledad se
abolía por decreto. Lo del avión y la vuelta de Perón era algo más
que una mentira para vender un diario, era el anhelo de un tipo que
esperaba con el corazón abierto que esa versión se convierta en una
verdad. Tiempo después me enteré de que Ramoncito había sido uno de los
resistentes, de los que estaban dispuestos a dar la vida por Perón; por
eso entre los titulares de los diarios solía silbar el tango “Fumando
espero” que era una contraseña usada por la resistencia peronista para
reconocerse en esos días.
Tenía algo así como sesenta años y
había aprendido en la calle por donde pasaba y en qué consistía el deseo
popular. En sus ojos claritos y vidriosos se escondía la frustración de
varias generaciones. Quizás por eso anunciaba la llegada de mejores
tiempos para los desamparados. Se puede decir que le faltaba rigurosidad
periodística y sentido estético, pero manejaba como pocos la fe
poética, la esperanza y la lealtad...
Después del ’76 no se lo
vio más por el barrio. Fue como si se hubiera quedado sin ilusiones
para vender “a diario”. Como un presagio de los días que iban a venir.
En la sede el C.A.P., allí donde resguardamos las Causas Aparentemente
Perdidas, buscamos todos los días, desesperadamente, razones para creer
en algo, y desconfiamos de los anuncios de buenaventura que suelen
aparecer en las portadas de los diarios. Sin embargo, extrañamos a
Ramón, que si bien andaba vendiendo ilusiones en forma de noticia;
estamos en condiciones de asegurar que no sacaba ventaja, que no tenía
auspiciantes y que, simplemente, lo hacía como quien reparte una
esperanza. Eso era Ramón, un militante de la esperanza.
*De su libro: "Cróncas de las Causas Aparentemente Perdidas"
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