Por Gustavo Daniel Barrios*
Eran las quince y
treinta cuando yo ya me ubiqué en el sofá de color negro, que hacía juego con
dos sillones y con los paneles color marrón muy oscuros que revestían a metro y
medio desde el zócalo, todas las paredes de la sala de estar, en comunicación
con un patio oblicuo, y oblicua la pared del living nuestro, y que más que
patio era un oasis abarrotado de plantas. Uno de los sillones, de frente a mi
sofá, era ocupado por Emilce Real, la
dueña de un caserón hispánico colonial de tipo pastoril en donde estábamos
reunidos, y que habitaban ella y su hijo menor en ese tiempo, hace catorce
años.
El caserón era para lucirse, refinado en su interior, que no hacía caso
de la línea adecuada a esa zona, de las edificaciones de su calle, una calle
que buscaba hacia el sur en ese punto, el antiguo garaje o hangar de los
trolebuses, hasta el 84, hoy remozada
sede o repartición del municipio, hacia el lado pues de la avenida y el gran
pulmón de la ciudad.
El caserón pastoril de Emilce me ha hecho acordar a cierta
curiosidad de un tramo del boulevard Avellaneda, que se ubica a grandes rasgos
entre el bar “Capilla” de antes, ubicado frente a San Francisco Solano y el pasaje Petion que desde una esquina del boulevard se proyecta en diagonal,
para ofrecer luego el giro a los coches que acceden a la terminal, cuando
vienen por ejemplo de Victoria. Se
trata de unas ocho casas campestres inglesas, de estilo rústico, que forman
familia con tantos otros rectángulos, o arquitecturas de aquilatados laureles,
que habían ido apareciendo hace tanto, en varias zonas, a raíz del Central Argentino, construidas para el
personal ferroviario. Las ocho, con precisión están entre calles “San Juan” y
“Rioja”, en más de doscientos metros, y creo que son seis del lado impar, y las
otras dos del par. Estas últimas ahora les pertenecen a un jardín de infantes
de porte excesivo para la actividad, y al club “Atlantis Sportmen” en lo que es
el anverso de su presentación, porque su ingreso está en la otra calle.
Todas estas casas muy
altas poseen en el techo, en su largo, dos aguas quebradas de zinc, y dos aguas
quebradas de zinc en su ancho, todo en la cúspide, algunas cuentan con
pararrayos extraños, y todas tienen corredores con barandas rodeando la casi
totalidad del piso alto, más detalles cambiantes entre una y otra porque todas
varían. En su integral imagen panorámica hacen a muchos pensar en las viviendas
orientales más tradicionales en el mudo de los ojos oblicuos, si se pasa rápido
en automóvil. No puede decirse disonantes ni desagregadas, porque estas
estructuras son lo más querible de esas cuadras, aunque nada tienen que ver con
la línea más habitual de al sur del viaducto.
Marchaba el té cuando
nos dispusimos con Emilce a charlar,
té que preparaba su hijo Urías Lamas,
cuyo padre llevaba entonces cerca de veinte años divorciado de Emilce. Y Urías tiene una hermana llamada Noemí,
que vivía sola en esa época en una casa interna cerca de allí, del garaje y
además de..., como olvidar ese “fuerte” de imagen poco amigable que es la
cárcel.
Emilce es la sobrina de un matrimonio sin hijos, en una familia muy
pequeña, que en época del reencuentro que se relata aquí, ambos tíos esos
habían fallecido. Estos ancianos eran cercanos a mi familia por vecindad y por
relación fraterna. Los hijos de Emilce
jugaban conmigo algunas pocas veces al año, muy especialmente en navidades y
año nuevo, si se daba que coincidíamos en las dos casas, la de sus tíos abuelos
y la mía de la infancia. Me encontré con Emilce
andando a pie al pasar por la puerta del “Ariston”, una mañana de Septiembre
del 98. Entablamos ahí un dialogo
sensacional por lo extenso y por la alegría que impresionó tanto a ella como a
mí el cruzarnos, por las ganas que había en dar el uno con el otro, según
descubrimos allí mismo en esa acera esa mañana.
Y me invitó a su casa, que no era ya la misma en donde crecieron Noemí y Urías, y que dejaron al divorciarse sus padres.
Hablé.
-Antes de llegar a lo mejor, que es hablar de nimiedades y dar con lo
esencial, eso a lo último, ¿para qué me invitaste a venir? Sé que existe algo
concreto.
-Te invité “Grillo” para ofrecerte una responsabilidad emocionante –a mí me
llaman “Grillo” en todas partes desde la infancia, por eso también para Emilce y Urías, e incluso Noemí-....
Vos acertaste sí, quedan pistas en el diálogo que permiten entender si algo de
lo hablado esconde un secreto...
-Sí, y lo podemos atender ahora si te parece. ¿Querés?
-Quiero ofrecerte la coordinación de 16 de 171 granjas Ombúes, llamadas de
descanso, que existen y te estoy anoticiando ahora de esto. Están en tierras
compradas por gente como yo simplemente, mucha, sacrificando incluso los ahorros que se iban a dedicar a
la felicidad personal, en determinado tiempo. Salís por la 34, por doquier
entre Rosario y Tostado.
-¿Quiénes? ¿Esto empezó hace mucho?
-Sí claro “Grillo”, yo te voy a contar. Desde el 53. Fue ese año, bajo el impulso simbólico de la administración
peronista, porque los padres de uno y la generación que inauguró este proyecto,
entrevieron el germen tutelar de Perón,
el carácter involucrado en su gobierno, y que él había llegado a proveernos de
un insumo transformador casi extinguido a toda la población, como fue dotar a
esta, de la parte involucrada afectivamente con su gestión hablo, de cierto elemento.
Ese elemento fue la autorización para producir acciones que derivasen un día en
la posesión...... –miró al techo buscando la palabra justa-.., de un ambiente
ideal para motorizar, adelantándonos a los desprovistos del deseo de ayudar,
para que se establezca lo bueno, motorizar a toda una maquinaria imparable,
funcionando con libertad y creatividad, para adelantar el país. Y con ese
avance consentir el ideal de igualdad, etc. En buen romance, autorizó ese
hombre a los más despiertos, a iniciar una aventura rica, ¿entendés?
Yo quedé fascinado. Recuerdo que
sin estar aún informado de esa “misión” en 16 granjas, le dije muy
enfáticamente, y además con algo de embeleso: “Contá conmigo para esto”.
Y Urías, desde el otro sillón, habiéndose el clima distendido en
razón de entrar muy adentro en materia los tres, quiso contribuir con su madre
y me dio detalles: -Las tierras se empezaron a comprar en ese tiempo, como ella
dijo, y esto lo empezaron mis tíos abuelos. Nuestra parienta de sangre, ya
sabés, era ella, Valeria Ugarte. Me
pregunto por qué..., ah entiendo, se mudaron para el 90 y al poco tiempo murió ella y a poco él, por eso no te hablaron
de esto –y se dijo para él, “pero cuando se hacía el trabajo anónimo tampoco…,
bueno”-.
-Valeria Ugarte –intervino Emilce-
era hermana de mi madre, y yo desde que me divorcié soy Emilce Real Ugarte. Y así está grabado en unas tarjetitas...
Me dirigí a Urías –Se tardó muchos años esto.....
-Bueno –retomó él-, fue
este un país muy inestable –hablaba con ductilidad. Mi amigo de la infancia es
una rara piedra de colección, y parecía esa tarde más viejo que su
madre-.....Si había dentelladas, dentelladas, y dentelladas, las cosas se
postergaban...., pero siempre tenés que saber “Grillo” que el trabajo de
hormiga siguió y siguió, incapaz de detenerse. Y dio sus frutos. Estas granjas
empezaron a funcionar en el 91. ¿Vos
creíste que abrieron ahora?...Las 171 granjas ya funcionaron todas en el año 91.
-Debe haber un grupo
–inquirí-, de características específicas, al que esto se dedica.
-Naturalmente –Urías hacía declamación, no un racconto
formal, ya que él le agregaba gravedad y misterio a su oratoria, cosa que a mí
me fue de utilidad para captar que esto se trataba de una obra que venía
horneándose desde hace siglos, y que lejos está de lo ordinario-... Esto se
dedica a todos aquellos que nunca obtendrían ni la más mínima chance de
escabullirse, por medios habituales, de un submundo invariable, de deformación
estructural. Por eso nuestros fundadores, cuando la época del “Aguilucho
Gálvez” te hablo, observaron que lo trastornado por un agente biodegradante,
variables desconocidas si querés, que biodegradan, a aquellos seres habitantes
del referido submundo, sólo se los podría hacer trascender de ese deterioro,
con un escape, en base a que nunca habrá una “farmacopea” para este retorcido
mal. Nunca. Entonces el hecho es pasar a habitar otro espacio, incluso ni
drástico ni traumático el salto, y es un salto cualitativo que ofrece además la
única garantía. Para no quedarse a esperar la muerte es mejor un avance
fenomenal, por lo inconmovible en apariencia de esa deformación. Y las granjas
les permiten dejar a sus habitantes todo eso atrás.
Respiró. Se rascó
brevemente la panza, se redireccionó, y abrió el paso a las conclusiones:
-Vuelvo a tu inquietud “Grillo”. Nadie que esté aliviado socialmente, o
siquiera encausado, aunque no goce de lujos, pero que tenga un derrotero
previsible, de expectativas buenas crecientes, podría nunca ser admitido en
nuestras granjas, que no sea en calidad de amigo, adherente, todo eso sí, o los
que prestan ayuda, pero esta aventura de vivir en ellas, esa exclusividad por
una vez en la vida la tienen sólo los últimos de los últimos.
Me dirigí a Emilce: -¿Lo de descanso qué estaría
expresando?, porque es obvio que trabajan allí.
-Bien, es en el sentido
de que descanso –ella empezó a explicar-, a nivel de lo seguro y a nivel de la
infinitud que la vida de las granjas tienen, es el verdadero, y ni siquiera se
interrumpe o cesa con el trabajo, descanso desconocido antes por ellos, y uno
ve cómo ese descanso integral, de una vida sin perturbaciones, ellos gozan de
verdad en las granjas.
-¿Y lo de ombúes?
–volví a preguntarle a ella-.
-Todas las granjas, de
superficies grandes estamos hablando, están pobladas de ombúes, su sello,
porque para nosotros son como los “Menhires de Carnac”, los ombúes te protegen.
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A partir de aquí, los
hechos de esta historia se vierten en una acequia, torrente de cauce ligero
pero apacible, o tránsito de esclarecimiento, que es capaz de identificar a
dónde se deriva esto.
En una parte de este
relato, se apuntó la fecha de Septiembre del 98, y yo destaco que ese mes fue el decisivo nuevo comienzo de catorce
años, temporadas en que uno ha estado al límite de tiempo, trabajando en las
granjas sin tregua, yo compenetrado y la tonelada de automóvil, que de Lunes a
Sábado me llevaba a una zona cercana a Totoras,
nunca difundida área puntual en donde se ubican las ombúes más familiares a mí,
de esas 16 que me competen. Si no viajaba todos los días, sí unas tres veces
por semana, porque a veces dormía y duermo allá. Hoy nos parece que yo mejor
pase a ubicarme en el depósito o despensa que maneja Emilce Real, y es parte de toda la obra, para cambiar un poco de
aire.
En cuanto a aquellos
grandes días, llevo todavía en mi secreta zona de nostalgia, a la canción
“Extraña Influencia”, escrita e interpretada por Charly García. Esta canción emite una singular nota o sonido y
oraciones, agradablemente erosionantes para el interior mío. Un milagro me era
cada reproducción radial en mis oídos, ya que nunca lo grabé. Quizá se generó
tanto ese efecto en razón de contener el tema una señal de mucha fuerza, que
ayuda a decodificar el sentido de estos tiempos, años imposibles de parangonar,
y que el genio músico pudo columbrar en esencia. Y a esto lo relaciono con las
propias granjas ombúes.
En un mundo de
humillaciones, guerras fratricidas, de tantos lugares de detención, tormento y
desaparición, y el horror que han desparramado los cobardes, los inventores del
tormento, y del secuestro, lugares de muerte, que otros hay aún hoy en
rezagados países, ese particular mundo que se dirige a disolverse, la canción
de García tantas veces oída con
indescriptible gozo por este narrador en esos primeros años, la señal de “
Extraña Influencia” me descubría un rastro no de las formas, que esa partitura,
esa grabación, trasmitía a los oídos de los desarropados de toda preocupación
miserable. Esa canción en definitiva, me era una vía o surco hacia una lejanía
conquistable, y trazo aquí analogía con el referido salto cualitativo que con
inteligencia me trasmitiera Urías Lamas,
porque el ensayo más genial tiene mejor alcance y mayor arraigo.
*Escritor
Miembro de Desarrollo&Equidad
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