Por Prof. Alberto Petrina*
Como en los últimos días se ha propalado
información absolutamente falsa sobre supuestas intenciones de efectuar
reformas en el despacho presidencial, creemos llegada la hora de efectuar
aclaraciones precisas y de carácter técnico, tanto a este respecto cuanto sobre
la temática patrimonial en general. La Casa Rosada es uno de nuestros monumentos más relevantes, en tanto centro
neurálgico del poder desde la Colonia hasta nuestros días; a la par –y por esa
misma calidad–, es uno de los espacios más reformados, ampliados y restaurados
del país a todo lo largo de su historia.
La mayor intervención fue el encargo
de Roca al arquitecto Tamburini para que otorgase unidad al conjunto de
edificios aislados, lo que cumplió magistralmente con el gran arco unificador
del frente sobre la Plaza de Mayo, la bella fachada norte, el Patio de las
Palmeras y los principales espacios nobles del palacio.
Los trabajos de restauración iniciados bajo la actual gestión presidencial
constituyen la mayor y más cuidadosa puesta en valor del edificio desde aquella
lejana etapa, pues se trata de un plan integral sometido oportunamente al
criterio de la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares
Históricos. Pese a ello, ha intentado minimizarse el nivel de las tareas
realizadas sugiriendo la ligereza del "gusto personal" (aunque lo que
en realidad se insinúa es el carácter inorgánico y "caprichoso" de la
operación).
Y vale la pena detenerse en estos términos. Sobre el "gusto
personal", cabe apuntar que es perfectamente lícito que quien que
preside el Ejecutivo tenga la posibilidad de hacer jugar su propia opinión
sobre el espacio en que trabaja, sobre todo cuando esta se ajusta a consultas
con los organismos técnicos. Pero hay precedentes sobre el tema: basta con
recordar las reformas ordenadas en la misma Casa Rosada por Roque Sáenz Peña, o
las obras efectuadas en la Casa Blanca en época de los Kennedy, ya que ellas
representaron, en parte, el "gusto personal" de sus ocupantes; en
cuanto a sugerir veladamente el capricho como disvalor de género, el recurso es
tan grosero que no merece comentarios.
Ahora bien, si extendemos nuestro análisis al campo general del Patrimonio
Arquitectónico, el panorama adquiere una dimensión sin precedentes. El
gobierno nacional está embarcado en un ambicioso plan de obras que incluye el
rescate, la puesta en valor y la restauración de un extraordinario conjunto de
monumentos, en una acción que, por los alcances técnicos y cuantitativos y por
la envergadura de la inversión, no tiene paralelos desde la década de 1940:
estamos hablando de una cifra superior a $ 1500 millones (mil quinientos
millones de pesos).
En un acto verdaderamente simbólico, en 2003 el presidente Néstor Kirchner
ordena la restauración integral del santuario de Luján. Sólo en materia de
arquitectura religiosa se han realizado más de 60 obras, sobresaliendo las de
las iglesias porteñas de Santo Domingo y San Ignacio y las de las catedrales de
Mercedes, Concepción del Uruguay, Río Gallegos y Catamarca. A ellas se suman el
templo de San Francisco, en Tucumán; la capilla protestante de Seión en Gaiman,
Chubut, y la sinagoga Brener en Moisés Ville, Santa Fe.
En la ciudad de Buenos Aires se destacan, además, la apertura del nuevo Museo
del Bicentenario –que incluye el salvataje y restauración del magnífico mural
del artista mexicano David Alfaro Siqueiros–, así como la completa renovación
museográfica del Cabildo Histórico. Entre los trabajos en realización sobresale
la refuncionalización del antiguo Correo Central, la puesta en valor del
edificio del ex Ministerio de Obras Públicas y la restauración de la Casa-Museo
de Ricardo Rojas. Y en las provincias se manifiesta una acción de similar
envergadura: en Santiago del Estero se restaura la antigua Casa de Gobierno,
adicionándosele el nuevo y espléndido Centro Cultural del Bicentenario,
mientras que en San Juan se dota a la Casa Natal de Sarmiento de una puesta
museológica de última generación.
Este amplio proceso de protección y salvataje patrimonial asume asimismo
acciones precisas de investigación académica, que incluyen la edición de la
obra más completa realizada a la fecha en materia de catalogación y
relevamiento documental –"Patrimonio Arquitectónico Argentino. Memoria del
Bicentenario"–, producida por la Secretaría de Cultura de la Nación y
prologada por la propia presidenta.
Por primera vez en décadas, el gobierno nacional establece acciones concretas
respecto de nuestro patrimonio arquitectónico y artístico –y por concretas
quiere significarse orgánicas, mensurables, incontrastables… o sea, dotadas del
respaldo político y de las partidas presupuestarias correspondientes–,
asumiendo en la práctica que la temática constituye una de las señales
tangibles de nuestra identidad como Nación y, por lo mismo, el signo de nuestro
particular aporte a la historia de la cultura universal.
* Director Nacional de Patrimonio y Museos. Profesor
Titular de Historia de la Arquitectura I-II-III (FADU-UBA).
Titular de Historia de la Arquitectura I-II-III (FADU-UBA).
Publicado en Tiempo Argentino
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