Aburren.
Cansan. Ofenden. Insultan. Constantemente. Todo el tiempo. Sin
intervalos. Sin intermitencias. Y sin embargo, siempre se las arreglan
para ser las víctimas. Han construido un sistema de sentidos –un relato-
que es falso, irrisoriamente falso, y lo sostienen de manera hipócrita y
agresiva. Juegan con cosas que no tienen remedio, desvalorizan los
significados construidos en las últimas décadas. Se disfrazan de
"progres" abstractos y en la práctica son feroces conservadores y no
encuentran contradicciones en abrazarse con lo peor que tiene la
sociedad argentina.
Como quedará demostrado el 8 de noviembre –no me
gustan los demasiado españolizados 8N o 7D- por las calles de Buenos
Aires danzarán juntos Jorge Lanata y Cecilia Pando, Elisa Carrió y Aldo
Rico, Magdalena Ruiz Guiñazú y Luis Barrionuevo, Victoria Donda y
monseñor Héctor Aguer. Y estarán, como en un Cambalache posmoderno, en
el mismo lodo todos manoseados.
Héctor Magnetto, quien como Alfredo Yabrán siempre supo que "el
poder es impunidad", ahora debió salir a dar la cara y montar una
operación política mandando mensajes de tipo mafioso desde Montevideo.
Mala noticia para los suyos. Cuando un ajedrecista hace jugar al Rey y
lo saca de la comodidad del enroque significa que se acortan los tiempos
y que ya no quedan demasiados recursos. "Optimista", porque, según él
–ha logrado con su multimedio, en realidad- "la sociedad está empezando a
reaccionar y pienso que tiene reservas para sostener esta batalla
–contra el gobierno nacional- en el tiempo", Magnetto sostuvo que lo que
permite entablar esa guerra es el dinero y no la verdad. Y le plantó al
gobierno una advertencia: "Todos sabemos que el dinero en algún momento
se empieza a agotar." La tiene clara el CEO de Clarín: no hay batalla
cultural, no hay libertad de prensa ni valores democráticos en juego,
sencillamente, según su visión, hay "guerra de recursos", gana el que
tiene la billetera más abultada. Y para él, el Grupo Clarín dispone de
más dinero que el Estado argentino. Así se entiende, entonces, su
desafío a la democracia argentina y a la Ley de Medios: el que tiene
dinero hace lo que quiere.
El poder es impunidad y violencia es mentir.
Hace un par de años escribí que Carrió era la gran bastardeadora de
la Palabra. Porque para ella sólo eran medios "para generar títulos
para el diario Clarín o La Nación. No tienen peso en sí mismas. Pueden
decir o desdecir, pueden profetizar pariciones que nunca se producen o
despertar huracanes que jamás arriban a la realidad. Están allí para
generar impacto mediático".
Las palabras están cargadas de recuerdos, de dolores, olores y
sufrimientos. Por eso cuando Carrió asegura que el gobierno actual es
una dictadura, está burlándose de los 30 mil desaparecidos, de los
millones de silenciados, de los miles de exiliados, de los miles de
detenidos. Cuando compara a Cristina Fernández con Hitler, con una
sonrisa prepotente y burlona, con la soberbia de quien sabe que tiene
licencia para usar el micrófono –¿cuánto hace que Carrió no debate con
alguien; cuánto hace que Carrió no hace otra cosa que hablar para un
auditorio mediático que sólo está allí para aplaudir sus iluminaciones
proféticas?– no hace otra cosa que humillar a los 6 millones de personas
–judíos, gitanos, marxistas, homosexuales– que fueron masacrados en los
campos de concentración nazis. Lo que hizo Carrió es un acto de
irracionalidad discursiva. Porque, además, jugó con el contenido
simbólico y emocional que tienen las palabras "dictadura" y "nazismo".
Desgraciadamente, lo hace siempre. No le sirve para mucho, ya que
en las últimas elecciones no representó ni al 2% de la población. Fue
tan brutal su derrota que hasta mintió con que iba a dejar la política.
Pero eso, como los huracanes y las pariciones, tampoco fue cierto y ahí
la vemos, en TN, la señal de su patrón y mentor, mintiendo.
En la sesión del miércoles a la noche, el jefe de la Cámpora,
Andrés Larroque, también "estiró los conceptos" teóricos. En plena
sesión, chicanero y apasionado, dijo: "Escuchamos a los diputados
socialistas decir que no quieren más jóvenes muertos... qué bueno porque
hasta hace unos días tenían un jefe policía narcotraficante. He leído
sobre el socialismo científico, sobre el socialismo utópico, pero nunca
escuché hablar de narcosocialismo, es una pena." Los opositores
estallaron en el recinto y rasgándose las vestiduras como los fariseos
se retiraron ofendidísimos y escandalizados por lo que había dicho "el
Cuervo", como se lo conoce al ya no tan joven diputado.
Sin embargo nadie se había agarrado de los pelos cuando Carrió
había dicho minutos antes: "¿Para qué introducirlos (a los jóvenes) en
la adultez? ¿A qué tiempo queremos hacerlos responsables de lo que
nosotros hacemos? Que disparate hacerlos responsables a nuestros hijos
de 16 años. ¿Qué van a ofrecer a cambio del voto? ¿Dinero, acaso
droga?". Quedaba claro, la diputada estaba acusando a los oficialismos
de comprar votos con drogas. Nadie se alteró. Nadie se horrorizó. Nadie
saltó de su banca. Total, Carrió tiene licencia para mentir y ofender.
Tiene impunidad. Perdón, inmunidad parlamentaria. Y la protección de
Magnetto, claro, que esa "mismita" noche la llevó a TN a que hiciera
ante las cámaras su papel de Annie Wilkes, el personaje femenino de la
película Misery.
Es cierto que hay un poco de chicana y un poco de estiramiento
conceptual en la frase "narcosocialismo". Pero también es cierto que el
eurocentrismo argentino tiene mucha incidencia en este caso. La palabra
"Socialismo" tiene tanto prestigio para las clases medias progresistas
que, aún cuando se hable de "socialismo" como expresión local o
partidaria, genera un áurea de respeto cuasi religioso. Es tan educado,
tan formal, tan urbano, tan modosito, que es imposible pensarlo como
aliado a una de las peores policías del país. Y sin embargo, perdón por
la mala noticia, sino la conducen o son débiles o cómplices.
Lo que llama la atención, en realidad, es el doble estándar
intelectual. Eduardo Duhalde, prácticamente, vendía droga con su familia
en un kiosquito con su familia en Lomas de Zamora. Adolfo Rodríguez Saá
o Juan Carlos Romero eran poco más que recontraagentes del
narcotráfico, Daniel Scioli es cómplice de la Maldita Policía. Claro,
eran peronistas. Sin embargo, los prolijos y educaditos socialistas son
apenas "víctimas" de la situación, "inocentes muchachitos que
desconocían" la situación de la "Maldita Policía Santafesina".
Puede ocurrir lo siguiente: que los poderes políticos democráticos
sean efectivamente débiles frente a los aparatos de seguridad armados y
una de las tantas estrategias posibles sea la complicidad con esas
policías. Es probable que sea menos doloroso para los gobernadores
"tranzar" con los jefes policiales que combatirlos. La política de
seguridad del sciolismo apunta en esa dirección. Pero ¿por qué en el
caso del socialismo santafesino no? ¿Es posible que una fuerza que
controla la provincia desde hace ya tantos años no sea consciente de que
tiene a varios jefes policiales comprometidos con el narcotráfico y
que, además, es una de las fuerzas -según la nada kirchnerista
Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional (Correpi)- con
más casos de gatillo fácil en el país? ¿Cómo puede ser que una
provincia socialista tenga una policía feroz? Es posible que no se trate
de "narcosocialismo", como lo llamó Larroque, pero no es fácil negar
que al menos se trate de un "inocuosocialismo".
Pero, claro, contra el Peronismo se puede decir cualquier cosa.
Total, ya ha sido proscripto, perseguidos sus militantes, fusilados sus
dirigentes, corrompidos muchos de sus líderes, torturados y encarcelados
miles de sus cuadros. En cambio, sobre el socialismo, cualquier crítica
lesiona la "honorabilidad" de su buen nombre. Hay un poco de hipocresía
en todo esto, me parece.
A decir verdad, hay mucho de hipocresía en todo esto. Todos sabemos
que la mejor arma para destruir al narcotráfico es legalizar y
reglamentar la producción, el comercio y el consumo de estupefacientes.
Inclusive, muchos diputados que se hacen "los caretas" y se hacen los
ofendidos consumen –como en cualquier otro estrato y profesión de la
sociedad- algún tipo de drogas. Entonces, no se hagan los desentendidos.
Muchos zaracean contra el narcotráfico y después en sus casas se
prenden un "porrito" porque es cool, moderno y progresista.
*Publicado en Tiempo Argentino
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