Moyano -Magneto |
Por Roberto Follari*
No todos los caceroleros son golpistas,
afortunadamente. Pero todos son usados por el golpismo. Veamos, si no, la
estrategia planteada por Gene Sharp, estratega del “golpe de Estado blando”
(estilo Paraguay u Honduras) y muy probable agente de la CIA. El define diversos
“momentos”, crecientes en intensidad, de esa estrategia para voltear gobiernos
democráticos. Transcribamos sus puntos principales, que cualquiera encuentra
por Internet.
Primera etapa:
ablandamiento (empleando la guerra de cuarta generación). Encabalgamiento de
los conflictos y promoción del descontento. Promoción de factores de malestar,
como desabastecimiento, criminalidad, inseguridad, manipulación del dólar, paro
patronal y otros. Denuncias de corrupción, promoción de intrigas sectarias y
fractura de la unidad.
Como se ve, todo esto está
practicándose en la
Argentina, muy obviamente viabilizado por algunos grandes
medios de comunicación.
Segunda etapa:
deslegitimación. Manipulación de los prejuicios anticomunistas o
antipopulistas. Impulso de campañas publicitarias en defensa de la libertad de
prensa, derechos humanos, libertades públicas.
Esto lo vemos diariamente en frases
como “vamos a ser como Cuba” o “como Venezuela”, y en cómo se declara con total
libertad que estaríamos en una supuesta situación de falta de libertad.
Tercera etapa:
calentamiento de la calle. Generación de todo tipo de protestas, exponenciando
fallas y errores gubernamentales. Organización de manifestaciones, trancas y
tomas de instituciones públicas que radicalicen la confrontación.
Cuarta etapa:
combinación de diversas formas de lucha. Desarrollo de operaciones de guerra
psicológica y acciones armadas para justificar medidas represivas y crear un
clima de ingobernabilidad. Impulso de rumores entre fuerzas militares y tratar
de desmoralizar los organismos de seguridad.
Quinta etapa:
fractura institucional. Sobre la base de las acciones callejeras, tomas de
instituciones y pronunciamientos militares, se obliga a la renuncia del presidente.
En caso de fracasos, se mantiene la presión en la calle y se migra hacia la
resistencia armada. Preparación del terreno para una intervención militar o el
desa-rrollo de una guerra civil prolongada.
Nada menos que a todo esto se está
empujando al país. Y se lo hace bajo lo que León Gieco llamó “la pobre
inocencia de la gente”. Porque es cierto que algunos que cacerolean estarán
dispuestos a estos niveles de ataque, a liquidar las instituciones y llegar a
enormes enfrentamientos en nombre de tirar abajo como sea al gobierno actual;
pero ciertamente habrá una mayoría que no. La mayoría es inconsciente de que
están siendo llevados por expertos en guerra psicológica a hacer exactamente lo
que allá en el Norte los estrategas quieren que ellos hagan.
No se puede convencer de los logros del
Gobierno a quienes no pueden verlos por prejuicios ideológicos. Por más que se
muestre un presupuesto educativo multiplicado casi por tres, la entrega de
computadoras para todos los niños y jóvenes escolarizados, las jubilaciones que
han llegado a mucha más gente, los niveles de consumo y gozo de vacaciones para
las clases medias como pocas veces se ha visto. Por más que se haya sancionado
una ley de salud mental que es ejemplar, que se cuente con beneficios para discapacitados
que existen desde hace más de cinco años, con una excepcional negociación de la
deuda externa que frenó nuestra –antes– vertiginosa caída económica.
Ninguna razón convence a los que creen,
desde su lugar de inscripción ideológica, que ayudar a los de abajo es “darles
mis impuestos a los vagos”, que no reprimir la protesta social –claro, no la de
ellos mismos sino la de los piqueteros– es demagogia y falta de control.
Imposible que asuman que evitar la salida de dólares no es un atentado a la
libertad, y que una dictadura jamás permitiría los derechos y garantías que hoy
se ejercen.
Que hay problemas, los hay, los hay en
cualquier país y en cualquier situación humana. Que el Gobierno podría
comunicar mejor sus decisiones, por ejemplo, es evidente. Que debe
intensificarse la lucha contra la inseguridad, es cierto. Que se pudo subir un
tiempo antes el mínimo imponible sobre las ganancias, es verdad.
Pero la pretensión de que estamos en el
peor de los mundos es absurda cuando tenemos estabilidad, se cobran salarios en
dinero y a tiempo, se consume considerablemente por sectores medios y altos, se
tiene una política exterior vigente y destacada, se negocia los sueldos en
paritarias, se cuenta con una institucionalidad firme, se han mantenido niveles
de crecimiento de los más altos a nivel mundial.
Por ello, está claro que hay
profesionales de la guerra psicológica agitando el descontento. Su meta es la
liquidación de la democracia en el país, como se ha hecho en Paraguay, y se ha
intentado –hasta ahora sin éxito, pero con fuertes intentonas– en Bolivia o
Ecuador.
Si este intento golpista tuviera éxito,
lo que viene después no es difícil de adivinar. Revancha, país enfrentado de
manera definitiva, espiral de violencia. Todos podrán recordar que el año 1955
no fue el tranquilo final que los enemigos del peronismo quisieron, sino el
inicio de una crisis que atrasó al país –enfrentado en luchas intestinas– por
casi veinte años.
Ojalá aprendamos. Que el cacerolazo se
ponga a la altura de una protesta legítima y no al servicio de una operación
golpista que algunos estrategas de la guerra ideológica manejan desde lejos.
* Doctor en Filosofía; profesor de la Universidad Nacional
de Cuyo.
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