“Entre
el fuerte y el débil, la ley es la que protege y la libertad es la que
oprime.” La frase acompañó la campaña del líder del Frente de Izquierda
francés, Jean-Luc Mélenchon, en las últimas elecciones. La mirada de
Mélenchon sobre la realidad latinoamericana en general, y argentina en
particular, permite alejar un poco el foco y ver algo más que un
dirigente europeo de izquierda que reivindica a esta región como el
escenario en el que se desarrollan hoy alternativas políticas potentes:
esa mirada expresa también la necesidad europea del cambio de timón, de
paradigma, de escala de valores, de noción de lo público y sobre todo
del Estado.
Sin embargo, la frase que eligió Mélenchon no proviene de ningún
líder populista latinoamericano sino de Henri de Lacordaire, un cura
célebre del siglo XIX que, además de refundar la Orden de los
Predicadores, daba conferencias multitudinarias en la iglesia de Nôtre
Dame ante un público compuesto no sólo por feligreses: hacia 1835 se
daban cita ante las prédicas de Lacordaire personalidades como Balzac,
Tocqueville, Alejandro Dumas, Chateaubriand, Lamartine, Victor Hugo.
Tampoco es Mélenchon el primero en retomar esa frase que se refiere a
nociones de la ley y de la libertad que no son las que han prevalecido
en el pensamiento dominante en las últimas décadas. Aunque el discurso
liberal de la libertad nos suena como si fuera lluvia, de natural no
tiene nada. Hace apenas cuatro décadas, en 1969, hubo un papa, Pablo VI,
que fue invitado especial en la celebración de los 50 años de la OIT
(Organización Internacional del Trabajo). En ese discurso papal, Pablo
VI recomendó a la OIT: “Formular en normas de derecho la solidaridad que
cada día se afirma más en la conciencia de los hombres”. Aquel Papa
saludaba la organización gremial y la legislación laboral y, para hacer
explícito ese saludo, citó al cura Lacordaire en un párrafo que vale la
pena releer: “Así como en el pasado habéis garantizado con vuestra
legislación la protección y supervivencia del débil contra el poder del
fuerte –ya lo dijo Lacordaire: ‘Entre el fuerte y el débil está la
libertad que oprime y la ley que libera’–, en adelante tienen que
dominar los derechos de los pueblos fuertes y favorecer el desarrollo de
los pueblos débiles, creando las convicciones no sólo teóricas sino
también prácticas para un verdadero Derecho Internacional del Trabajo,
en la escala de los pueblos”. También citó la frase del cura Lacordaire
el filólogo español de la Universidad Complutense Juan Luis Conde, en un
trabajo notable titulado “Cómo llenar palabras vacías: el caso de
‘Libertad’”. En él, Conde hace un paralelismo entre dos grandes textos
de análisis de lenguaje político. El primero, del alemán Victor
Klemperer (autor de La lengua del Tercer Reich), que analiza el lenguaje
propiciado por Goebbels; el segundo, el del británico George Orwell, La
política y el idioma inglés, que es una crítica al lenguaje político
usado en una democracia representativa de la posguerra.
Conde destaca que Klemperer, para describir las tácticas de
comunicación del nazismo, usa la palabra “toxicidad”. Orwell recurre,
por su parte, a “engaño”. Klemperer describe cómo el nazismo “se
introducía en la carne y en la sangre de las masas a través de palabras
aisladas, de expresiones, de formas sintácticas que imponía
repitiéndolas millones de veces y eran adoptadas de forma mecánica e
inconsciente. El dístico de Schiller sobre ‘la lengua culta que crea y
piensa por ti’ se vuelve a interpretar de manera puramente estética y,
por decirlo así, inofensiva. Pero el lenguaje no sólo crea y piensa por
mí sino que guía a la vez mis emociones, dirige mi personalidad
psíquica”.
Orwell, a su turno –su texto fue analizado en otro artículo en este
mismo espacio–, denuncia “el declive” de la lengua inglesa en el habla
política, describe una retórica corrupta que no se condice con los
actos. “La prosa consiste cada vez menos en palabras elegidas por la
propiedad de su significado y cada vez más en frases ensambladas como
secciones de un gallinero prefabricado.” Critica también la escucha
pasiva de esa lengua muerta, porque en general los públicos reaccionan
“abriendo la mente de par en par y dejando que entren a mansalva todas
las frases hechas. Ellas serán las que construyan las frases por ti,
incluso pensarán los pensamientos por ti”.
En su exquisito trabajo, Conde hace un recorrido histórico por la
palabra “libertad”, a la que apelan todos los discursos cualesquiera
sean sus fines, incluso los contrarios a la libertad. Hace un rastreo
desde el origen latino, muestra cómo se arraigó su significado de “no
esclavo” durante siglos en los que, no obstante, la mayor parte de la
humanidad siguió viviendo en condiciones infrahumanas. La detecta como
bandera en las Guerras Púnicas del siglo III, y la encuentra como el
gran consenso de la República de Roma. Y va observando, en ese
recorrido, que libertad es una de esas palabras que “se resisten a una
definición”: conviene que cada uno que la escucha le ponga la suya. Eso
viene arrastrando la palabra, precisamente, desde la noción romana,
cuando el ejército imperial iba anexando territorios, venciendo a una
sucesión de déspotas exóticos, y en cada victoria declaraba la
“libertad” de los conquistados. Ser libre ahí era ser súbdito o, en
otros términos, gozar de la protección de Roma.
El filólogo Conde llega al presente y después de repasar que fue
también en nombre de la “libertad” que se diseñaron las Estrategias de
Seguridad Interior de los ’70, afirma: “Podríamos decir que a fecha de
hoy, en el siglo XXI, a diferencia de lo que sucedía en la primera mitad
del siglo pasado y hasta bien avanzado aquél, cuando se oye exigir
‘libertad’ podemos estar seguros de que está gritando la derecha, por no
decir la extrema derecha. Significativamente, durante el golpe de
Estado de Pinochet contra Salvador Allende, la canción elegida por los
golpistas fue ‘Libre’, de Nino Bravo”. Se trata, dice, de “una
usurpación del lenguaje” ilustrado y de izquierdas por parte de la
derecha. Adaptaciones a la doctrina que Milton Friedman introdujo en su
best-seller Free to Choose: A Personal Statement: la libertad es el
derecho del dinero a gozar de sus privilegios, y el derecho a que ningún
Estado los regule.
Es analizando esta voltereta en el aire de la palabra libertad que
el filólogo Conde cita, precisamente y volviendo al principio, al cura
Lacordaire. “Ese uso contemporáneo del concepto de libertad forma parte
de una ofensiva sin precedentes contra cualquier proyecto de igualdad
entre los hombres. Pretende devolvernos a una etapa anterior a la
existencia de la ley y el derecho, atravesando profundas capas de
conocimiento adquirido y consolidado cuyo sumario haría un ilustrado
francés, el religioso Henri Dominique Lacordaire, en un discurso
pronunciado en la memorable fecha de 1848 en una Conferencia en Nôtre
Dame: ‘Entre el fuerte y el débil, entre el rico y el pobre, entre el
amo y el siervo, es la libertad la que oprime y la ley la que redime’.
En otras palabras, como cualquiera entendería para el caso de un combate
entre un peso pesado y un peso pluma, en una situación de flagrante
desigualdad, no hay nada más injusto y peligroso que la libertad. Sin
equidad, sin árbitro, sin reglas, la libertad es pura barbarie.”
*Publicado en Página12
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