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martes, 25 de septiembre de 2012

EL VELERO DE LA HISTORIA


Por Gustavo Daniel Barrios*

               Se trata de aquellas tierras de las que nunca hemos tenido demasiadas noticias en los países emparentados a los mares australes. Si hasta muchos ni sospechan cuáles son esos pueblos, ubicados formalmente por encima de una importante mancha en los mapas. Los mapas modernos nunca le llaman a esa mancha Ponto Euxino. Este mar interior inmenso que hoy llamamos Mar Negro. Para acceder a él desde el Mediterráneo, la vieja Mar Grande, se introducen los barcos por el estrecho de los Dardanelos, que antiguamente conocíase como el Helesponto. Y antes de hacer el gran ingreso, deben los barcos navegar por otro pequeño mar interior que hace muchísimo tiempo era conocido como la Propóntide, y hoy se identifica como el Mar de Mármara. Las dataciones para la variación toponímica son muy difíciles.
               El antiguo Ponto Euxino  declaraba su orilla sur en la Anatolia, que viene del griego y significa “Salida del Sol”, por el hecho de que para los griegos todo al oriente de su familiar “Tracia Oriental”, era la zona de levante. Y lo es: Turquía.
               El Ponto Euxino, inmenso mar interior, el Mar Negro, es predecesor para nosotros del más adentrado Caspio, como este precede al pequeño Aral. Y el Mar Negro esconde a su vez un apéndice que es un muy pequeño mar, subsidiario de él, llamado Mar de Azov.
               Esto es apenas una puesta en valor de un área que es el epicentro de un drama apasionante.
               Este tejido nos conduce a los teatros de mayor importancia para el propio drama; estos teatros son Rumania  y Hungría. Y aquí hay una tácita unión.
               Los misterios que nos ocupan, según apuntarían los anales de un reino, tienen su enclave nodal en tierras de las viejas Valaquia  y Moldavia, desde antes de su conformación rumana. Son junto con los válacos y moldavos, iniciados en tan complejo criptograma gente de ambas orillas del Dniéper, antes de su dilución en el Mar Negro. Pero es necesario precisar, que desde los tiempos pretéritos del nacimiento de este misterio, que acaso sea la vida misma, están dentro del selecto círculo de los elegidos, los húngaros, ese viejo pueblo asiático de caractéres europeos medios en lo físico. Estos y sus hermanos los rumanos, tienen su corazón sintonizado en el tintineo de recuerdos de cosas casi irrecuperables, uno tiende a suponer, de un pasado en cielos distantes a los bañados por el Céfiro, benévolo Céfiro  de donde viven.
               El caso es que sabe de un gran secreto la Rumania, saben del mismo secreto en todos los tramos finales del Danubio. Y este gran secreto lo conocen y lo guardan con el mayor de los celos, Budapest  y Bucarest  -bella semejanza de sonidos-. Ciudades asociadas en un secreto capital.
               Yo clasificaría este criptograma, como el colisionar oculto que explicaría todas las guerras que los turcos le han hecho a los válacos o rumanos, a los magiares o húngaros, a la Armenia. Resulta escabroso el ordenamiento de este relato. He optado por aceptar que en la Caucasia, y en territorios al norte de los otros dos mares interiores, Caspio  y Aral, se cobijan pueblos de aguda melancolía, como fruto de un imponderable conocimiento antiquísimo. Mucho más melancólicos que los que habitan al sur de los tres mares interiores. Le pondré un nombre a este teorema: “Ecuación del Quersoneso Táurico”.

               Este es el contenido de la ecuación: Estos pueblos ubicados al norte de los tres mares interiores, y cuya coronación sentimental está en derredor de los Cárpatos, han venido desde hace muchísimo tiempo, practicando un juego que se concentra en la conservación de un secreto cuyos rectores eran y son, rumanos y húngaros, en tanto en el seno de esa tácita unión fraternal, está consolidado un ministerio de orden extraño.
               Se impone el suponer, que las viejas guerras que los turcos le han hecho a rumanos y húngaros, presentan el cariz de un desesperado y ansioso deseo de fundirse con el occidente. Pero el concepto de occidentales  que aparece en esta trama, se transformaría por el de euroasiáticos profundamente enraizados entre los Urales y el Atlántico, y perdurables en su vínculo de unidad, incluso en los tiempos que fueron entre el “Octubre Rojo” y la caída del “Muro de Berlín”. Sucede que para la sociedad, jamás se disolvió ese fraternal y ubicuo pertenecer. Es por esto mismo que para la sociedad, siempre tuvo el mismo valor París, que los territorios a levante de Polonia, aun durante aquel larguísimo segmento apuntado. Y esto ocurría en detrimento de Turquía, ya que si bien lo era en lo geográfico y aun lo es, nunca obtuvo su galardón honorífico de euroasiático en lo que atañe al secreto.
               La comunidad de privilegio, y es obvio que no se trata más que de una parte de esos pueblos, eran y son beneficiarios y guardianes de un maná, inverificable para la mayor parte del mundo. Llegaremos a conocer buena parte de ese maná.

               El Expreso de Oriente inauguró su servicio el 4 de Octubre de 1883. Salía de Estrasburgo y se dirigía hacia Rumania  enlazando Viena, Budapest  y los Balcanes. El trayecto clásico era el de París-Estambul. Desguasado a partir del 40 aproximadamente, en los años 70 un hombre, un tal James Sherwood, empieza a reconstruirlo, poco a poco, juntando en principio vagones dispersos por todos lados. Y relanza los servicios en el año 82. Para el viaje de reapertura se la convocó a Liza Minelli, quien hizo todo el viaje, tal vez en sintonía con el hecho de que El Expreso de Oriente era un tren para el exotismo de los que son cultores de finezas.
               Si se abordaba en el primer ciclo este tren desde París, el viajero sabía, al dirigirse hacia Estambul, que enfilaba para el Asia. Y no importó nunca que la Tracia Oriental, la parte turca en cuyo cabo se alza Estambul, es indiscutiblemente parte de la masa continental europea. El viajero, al alojarse allí junto al Mármara, frente al gran oriente, sentía que estaba pisando el hall de ingreso de un mundo modificado y extraño para él, si era francés por ejemplo. La incógnita es si existe una Turquía  europea a occidente de Estambul.
               Es este indefinible mosaico turco el que me permite retomar la pista que resolverá el laberinto. El fondo de la cuestión es este: Si los rusos, así como la ESA (agencia espacial europea), esta última un organismo de mucho relieve también, tienen una dilatada experiencia en los ensayos espaciales, probablemente querría esto significar, que los territorios al norte de los tres mares interiores, entre todos ellos Ucrania  y Bielorrusia, pero además los territorios al oeste de Bulgaria  y la misma Bulgaria, y la completud del mundo euroasiático que claro, incluye a Moscú, y la completud de la Europa Occidental..., participan esos territorios del maná,  que es La tradición de los Atlantes.
               Esta culminación de la “Ecuación del Quersoneso Táurico”, llamada Tradición de los Atlantes, se proyecta a todo lo perteneciente al futuro de los cohetes Arianne, al futuro de todas las carreras espaciales, naturalmente Yankees  incluidos, que viene a resolver para mí un secreto tremendo de la Historia, que se desenvuelve en silencio. Que en el futuro de los viajes y del desarrollo espacial –la guerra queda afuera aquí y es aborrecida-, se vislumbra un horizonte consistente en la preservación, asegurada por el rectorado como punto culminante de la sociedad, de la especie humana, en un primer paso dirigido a la absoluta supresión del hambre, y luego a las tecnologías orientadas a elevar a la población a la fase de “semidioses”. En buen romance: La solución de todos los problemas.

               La “Ecuación del Quersoneso Táurico” supone que Turquía, sociedades de la antigua Anatolia, descifraron la naturaleza del secreto, no el mismo secreto, hace siglos.
               Y aquí llega lo trágico. Si los guardianes de La tradición de los Atlantes, no segregadores, de nadie, simplemente guardianes, que se ubican en la zona fronteriza entre Rumania  y Hungría, y se ayudan de poblaciones que viven hasta en las inmediaciones del Aral, y este rectorado desde allí distribuye un juego de rango único, parece por esto explicarse que en la zona de Valaquia, haya vivído el príncipe válaco Vlad , hijo de Dracul  (demonio), conocido como Vlad Tepes (Vlad el empalador). Este fue el sujeto que inspiró a Bram Stocker a escribir su libro “Drácula”, que se editó en 1897. Como príncipe, Vlad 3º atacó a todos. Su crueldad lo impulsó a concebir un método sin precedentes, al menos a simple vista. Introducía, o hacía introducir, un palo de unos 3, 50 metros de largo en el recto, para después clavarlo a la carne y enhiestar a la víctima para que la misma tardase muchas horas en morir. Es seguro que empaló a más de 40 mil. Pero es más que probable que haya triplicado ese número. Prenda de no agresión entre Vlad 2º  y un sultán, fue entregado por su padre –Vlad 2º-  al propio sultán a sus trece años. Al regresar cuatro años después, y siendo impactado por la atroz muerte de un hermano a manos de un noble húngaro mucho más tarde asociado con él mismo, pero de criminalidad muy inferior, llega a entender su situación, y su naturaleza, y años después logra convertirse en el regente válaco. Para vengarse de las ciudades que lo resistían, en lo meramente confrontativo entre Estados a nivel de los impuestos por ejemplo, Vlad Tepes organizó empalamientos masivos, talando bosques enteros para fabricar estacas. Una vez empaló a unos 20 mil colonos sajones de más al norte de su país. Y organizó otros empalamientos aterradores, de carácter multitudinario. Esto debe relacionarse, o este mounstro está necesariamente relacionado, con la aristócrata húngara y asesina serial feminicida madam Báthori, aquella mujer que se bañaba con la sangre de sus víctimas en tinas llenas del rojo y untuoso elemento.

               Muchos viajeros suelen trasladar al regresar a sus  tierras, las impresiones que dejan países y regiones tan pequeños, como es el caso de Eslovenia, o la propia Transilvania  que, es hora de decirlo, está en el centro de estos misterios. El viajero muchas veces medita en lo visto, y se interroga sobre cómo es posible que regiones tan pequeñas atesoren tanta belleza. Simétrico es, según leyes de correspondencia intuidas, el establecimiento de lo hondo y dulcemente embriagador, en proximidad con el asiento del mal. Sumado a esto debe pensarse, que si en esa región se lleva a cabo un juego de estirpe no parangonable a nada, Vlad Tepes, debe haber hallado la oportunidad causal de expresar todo su odio. Por todas las cosas aquí consignadas es que este mounstro debió hallar esa oportunidad.
               Empero, a toda acción destructora se le opone una reacción lógica, cuyos bálsamos pretenderán asperjar sobre los hombres y mujeres, niños y ancianos, en sin igual proyecto, los extraños soldados de La tradición Atlante.

*Escritor
  Miembro de la Asociación Desarrollo&Equidad

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