Jean-Luc Mélenchon, candidato de la izquierda francesa
Por Eduardo Febbro*
Desde París
El poco más de 15 por ciento de intención de voto hizo de Mélenchon “el tercer hombre” que desplazó a la hija de Le Pen. Afirma que extrajo de los Kirchner la forma de enfrentar el sistema de medios y de la crisis argentina, la consigna “que se vayan todos” de 2001. Son las 10 de la mañana de un miércoles primaveral. La sede de campaña del candidato del Frente de Izquierda, Jean-Luc Mélenchon, está en un suburbio popular del norte de París y lleva muy bien su apodo: “La Fábrica”. Un gran galpón donde alguna vez hubo una fábrica de zapatos, ahora reacondicionado para estos días de batalla electoral. El sol está afuera y adentro de este amplio local donde no se respira la puesta escena sino la vida misma: humilde, sana, problemática, solidaria, trabajadora, humana. El sol llega con los sondeos de opinión que han puesto ahora al movimiento que lidera Mélenchon en el tercer lugar de las intenciones de voto para las elecciones presidenciales del próximo 22 de abril y 6 de mayo: el poco más de 15 por ciento hizo de Mélenchon “el tercer hombre” que desplazó del trono a la extrema derecha del Frente Nacional y se colocó detrás del presidente Nicolas Sarkozy y del candidato socialista François Hollande. La Fábrica vive una jornada especial. Uno tras otro, los obreros exponen sus problemas, la confrontación con el patronato, las consecuencias de las deslocalizaciones, el desperdicio de los recursos, la destrucción ecológica, el costo inhumano de las reorganizaciones industriales, los errores monumentales de gestión, las ideas concretas para salvar una fábrica y, con ella, cientos de empleos. Los obreros de la CGT, micrófono en mano, presentan la historia que los medios ocultan con un empeño perverso. Jean-Luc Mélenchon los escucha, toma notas, pregunta, pide aclaraciones.
Con el correr de las semanas, esa práctica de cercanía tejió una
historia increíble para un movimiento político apenas fundado y en cuyo
seno cohabitan comunistas del PC, izquierda radical y antiliberal,
socialistas disidentes y ecologistas duros. La mayoría de estos partidos
estuvo a punto de salir de la historia. Ahora están aunados en torno de
un proyecto que los federó y con ello hizo realidad uno de los sueños
más inalcanzables de las izquierdas mundiales: pactar un consenso
orgánico por encima de las querellas asesinas que los dispersaron. En
2009, el Frente de Izquierda ganó cinco europarlamentarios en las
elecciones europeas. El abanico se amplió de manera espectacular con las
elecciones presidenciales. Tanto que, durante el meeting que el Frente
de Izquierda realizó en la Plaza de la Bastilla hace dos semanas,
Jean-Luc Mélenchon no pudo terminar su discurso porque lo embargó la
emoción. El militante de las corrientes
minoritarias tenía enfrente a 120 mil personas en la plaza más
emblemática de la historia de la Humanidad. El proyecto político del
Frente de Izquierda es mucho más que una máquina antiliberal. El Frente
incorporó la ecología política en su programa y, con ese aporte, se
diseñó un proyecto de sociedad novedoso, que contrasta con la pasividad
de la socialdemocracia y el encierro en el que cayeron los partidos
ecologistas tradicionales. No basta ser antiliberal para plantear un
modelo de sociedad distinto. En esta entrevista exclusiva con Página/12,
Jean-Luc Mélenchon, el hombre milagro de la izquierda radical, revela
sus modelos y el corazón de una propuesta que, de una u otra forma,
cambiará las alianzas y la filosofía políticas futuras de los partidos
de izquierda.
–¿Cuál es la fórmula para unir tantas corrientes distintas y a menudo antagónicas dentro de un mismo movimiento? Usted unió lo que estaba disperso y, encima, el éxito acompaña esta estrategia.
–Todo lo nuestro es nuevo: el Partido de Izquierda es nuevo,
cumplimos cuatro años el próximo mes de noviembre, el Frente de
izquierda también es nuevo. Nosotros acabamos de salir de las
catacumbas, somos una corriente que estuvo a punto de desaparecer del
paisaje político. En realidad he tomado mis modelos en América latina,
me he inspirado en lo que pasó allí. Por ejemplo, el Frente de Izquierda
es una fórmula política que liga a partidos muy diferentes. Ahora
tenemos hasta ecologistas oriundos de la franja más radical. En el mismo
Frente tenemos partidarios del no crecimiento, partidarios del
crecimiento y comunistas. Todos llegaron a encontrar cuál era su
intersección común. En este caso, el modelo que puedo evocar es el
Frente Amplio de Uruguay. Para mí fue una fuente de inspiración, desde
hace muchos años. La revolución ciudadana es un proyecto federador
porque incluye la idea del poder ciudadano. Esa palabra permitió hacer
converger tradiciones revolucionarias muy distintas. Pues bien, esa
idea la tomé de Ecuador. La manera de enfrentar el sistema de los medios
de comunicación la tomé de Néstor y Cristina Kirchner. Aquí, en
Francia, me atribuyeron ese estilo a mi mal humor, a mis dificultades,
pero en realidad no es así: ellos me manipulan y yo los manipulo. Ahora
los tengo a puro pan seco, igual que hicieron el ex presidente Néstor
Kirchner y la presidenta Cristina Kirchner. En suma, me inspiro mucho en
la tradición revolucionaria de América latina. Nuestra consigna es:
¡que se vayan todos! Esa consigna la saqué de la crisis argentina de
2001.
–¿Cuál es la clave, la consigna de base del consenso entre tantas izquierdas?
–Diría que si hay una palabra clave es la siguiente: la
racionalidad concreta. Mi postulado inicial consiste en decir que no hay
ningún problema al que no se le pueda aportar una respuesta técnica,
concreta, radical. Se trata de salir de los debates preguntándose cómo
se puede superar el marco de la contradicción. Yo les diría a los
camaradas que quisieran imitarnos: a veces hay que tomar el viejo
vocabulario, ponerlo a un lado, volver a comenzar desde cero como si
acabáramos de nacer. A través de las palabras podemos crear una
gramática nueva, una síntesis nueva y convergencias extraordinarias.
–Estamos en una época de crisis global y profunda. Su discurso de ruptura ha encontrado un eco enorme en el electorado. ¿Qué tipo de socialismo o de planteamiento de izquierda se puede formular dentro de movimientos de sensibilidades similares, pero enfrentadas para controlar la crisis y cambiar el sistema?
–En la época de la crisis argentina, tuve una discusión con unos
camaradas que habían ocupado un hotel en Buenos Aires. Tuvimos una
discusión sobre el tipo de socialismo que era necesario plasmar a través
de las críticas que se podían hacer del modelo venezolano o cubano. El
camarada que estaba ahí nos dijo: “Miren, ustedes, los europeos, son muy
interesantes para las polémicas, pero están en crisis. La última vez
que hubo una crisis desencadenaron una Guerra Mundial y la Shoá para
salir de la crisis. ¿Qué van a hacer ahora?”. Nos quedamos mudos. Aquel
camarada había puesto el dedo en la llaga: la crisis del capitalismo de
nuestra época conjuga crisis económica y crisis ecológica, y provoca
deflagraciones que son mucho más que esquemas teóricos: son
deflagraciones en las cuales la misma humanidad puede abolirse. Es
preciso que nuestra izquierda se cure de la manía de las querellas
teológicas, de las discusiones
aterradoras sin fin. Es preciso tener una práctica racional. En cuanto
se presenta una dificultad, se trata de desconstruirla, de desconstruir
su contenido y volverlo a construir con los útiles que funcionan. Es
imposible separar la práctica del trabajo teórico. Tengo una intuición,
una suerte de certeza histórica y política: la clase trabajadora está
llena de ideas, de conocimiento, de una mirada de experto. ¡Es una
fuente fabulosa! La dialéctica del intercambio nos permite progresar.
–Como lo señaló hace un momento, dentro del Frente de Izquierda están los ecologistas. Pero su presencia no es decorativa, es orgánica. La ecología política es el núcleo del proyecto que usted defiende.
–Al principio no había tomado en cuenta esa dimensión. Tenía una
sensibilidad ante el medio ambiente, frente al desperdicio y la
contaminación, pero no iba más lejos. En la antigua izquierda éramos
capaces de pensar todo, pero nos quedábamos con ángulos muertos. Uno de
los ángulos muertos era: ¿cómo vivimos? En la historia del socialismo
hay una suerte de obsesión sobre el hombre nuevo. Sin embargo, es una
noción tan turbia que al final se vuelve peligrosa. ¿Qué es ese hombre
nuevo al que queremos reformatear, a partir de qué? Enseguida vemos
aparecer el riesgo totalitario. Ese era un ángulo muerto. El otro estaba
en el hecho de que el desarrollo mismo del sistema puede poner en tela
de juicio las mismas bases de la existencia del sistema porque agota los
recursos y saquea el medio ambiente. Fueron los verdes quienes pusieron
ese tema sobre la mesa. Reconozco la deuda intelectual que tengo con
ellos. Alguien dijo que la ecología
política era el nuevo paradigma organizador de la izquierda, y tiene
razón. Me interesé en ese tema y para mí fue un shock intelectual,
similar al shock que tuve cuando, en mi juventud, leí el libro de Marx y
de Engels, La ideología alemana. Para mí fue una revelación
intelectual, una clave de comprensión. Lo mismo me ocurrió con la
ecología política. En esa búsqueda volví a Marx a través del recuerdo de
una frase en la que él hablaba de la naturaleza y decía que ésta era el
cuerpo inorgánico del hombre. Marx describe la relación del ser humano
con la naturaleza en una suerte de dialéctica en la que el ser humano es
uno de los episodios de la naturaleza y no simplemente una criatura
exterior que surge y se plantea la pregunta del control de la
naturaleza. Así terminé por formular una síntesis entre la antigua
izquierda, de la que yo era un representante, y el nuevo paradigma.
–Esa síntesis condujo luego a la profundización del principio de la planificación ecológica como modelo de gestión.
–Sí. Así surgió la idea de la planificación de la ecología. Con esa
planificación se pueden desarrollar las fuerzas productivas y disminuir
las huellas ecológicas de la humanidad.
–Su argumento implica que la izquierda dejó de lado la cuestión del medio ambiente, de los recursos naturales, que no integró ese dato fundamental en su proyecto de sociedad.
–El problema de la izquierda consistió en adoptar el principio
según el cual los estándares de vida de los ricos eran el buen camino.
Por consiguiente, eso es lo que le hacía falta a todo el mundo. Y es a
eso a lo que hay que renunciar. La riqueza es sinónimo de
irresponsabilidad en lo que atañe a los modos de consumo. Fue un error
de la antigua izquierda pensar así. Teníamos una mirada acrítica sobre
el consumo. Encima, cuando surgía una mirada crítica, ésta era absurda
porque se basaba en principios morales. La ecología política permitió
solucionar muchos problemas teóricos. Por ejemplo, toda la idea
progresista reposa sobre la igualdad y la similitud de los seres
humanos. Aunque eso es una mera idea. Si uno mira alrededor, ve
enseguida que los seres humanos no son en nada iguales. Pero nosotros
fundamos de manera natural nuestra idea sobre esa igualdad. La
Revolución de 1789 dice: los seres humanos nacen y permanecen libres e
iguales en derecho. Esa es la razón por la cual en Francia nacieron
todas las matrices de los pensamientos totalitarios y racistas. Ellos
postularon que no era así, que, por naturaleza, había diferencias,
desigualdades, razas. Quienes niegan la desigualdad natural condujeron a
todos los regímenes igualitarios a ser totalitarios, porque tuvieron
que forzar algo que está ya en la naturaleza. La ecología política
resuelve ese obstáculo teórico, cierra la discusión. ¿Por qué? Porque
dice que sólo existe un ecosistema compatible con la vida humana. Es
decir, todos los seres humanos son semejantes por el hecho de que, si
ese ecosistema desaparece, los seres humanos desaparecen todos al mismo
tiempo. Somos entonces iguales frente a las obligaciones del ecosistema.
Esto quiere decir que si tenemos un solo ecosistema que hace la vida
posible, hay entonces un interés humano general. Ese interés humano
general es una realidad. De esta manera
llegamos a refundar el conjunto de los paradigmas organizadores del
pensamiento de izquierda, es decir, el socialismo, el humanismo, las
Luces, la República y la democracia.
–En la línea de este pensamiento, usted puso en primer plano a la clase trabajadora como actor ecológico y la idea de la planificación ecológica.
–Desde luego. Son los trabajadores quienes manipulan los productos
nocivos. Estos productos les arruinan el primer segmento de la
naturaleza que son ellos mismos: los pulmones cuando se respiran
porquerías, la fecundidad, etcétera. La clase que está en contacto con
la catástrofe ecológica es la clase obrera. La planificación ecológica
consiste en organizar la producción, que hoy está pensada a corto plazo.
Las empresas están bajo el control de los inversores, de las agencias
de calificación, quienes reclaman cuentas cada tres meses. No hay
ninguna estrategia a largo plazo. Tornar compatibles los procesos de
producción y de intercambios con los imperativos de la ecología requiere
tiempo. La planificación consiste en aminorar el tiempo, el cual es una
dimensión social y ecológica fundamental. La segunda idea subyacente
concierne a la política de la oferta a partir de una pregunta: ¿qué
necesitamos? De allí surge otra idea, la del
imperativo común; algo común a todas las reflexiones y a toda la
producción y los intercambios. Eso es la regla verde, es decir,
disminuir la huella ecológica de la producción de una forma seria,
metódica y profunda.
–En este contexto, su proyecto de la revolución ciudadana se distancia de los principios de la socialdemocracia ya que, por ejemplo, se inscribe contra el credo del crecimiento como fórmula de progreso.
–En el proyecto de la revolución ciudadana hay, en efecto, una
ruptura teórica de fondo con la socialdemocracia. Nosotros no decimos
que vamos a repartir el fruto del crecimiento. La socialdemocracia está
orgánicamente ligada al productivismo porque declara que el progreso
social sólo existe dentro del productivismo. No. Nosotros pensamos lo
contrario. Creemos que el progreso económico sólo es posible si hay
progreso humano y progreso social. Para nosotros, el progreso humano y
social es la condición del desarrollo económico. Estamos en dos visiones
diametralmente opuestas. Tenemos que recuperar la audacia de los
pioneros, de aquella gente que decía “este mundo es bello, es nuevo”.
Tenemos que conocer, descubrir, proteger e impedir el saqueo de los
recursos. La tierra es de una gran belleza. Todo no está perdido.
*Publicado en Página12
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