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jueves, 16 de febrero de 2012

LA COLA DEL ALACRÁN

Por Gustavio Rosa* 

Estos días se presentaron propicios para las fintas. No para las opiniones más o menos serias y fundamentadas, sino para tirar escupitajos a mansalva y esperar una reacción. No importa el destinatario, sólo la reacción. Desde columnas periodísticas, comentarios en la red, editoriales televisivos, crónicas mal intencionadas se arrojan constantemente bolas de boñiga –para no decir bosta, que queda más feo- con el único objetivo de inundar de hedor el ambiente.
Claro, con el calor, la ausencia de viento y la humedad lo hediondo huele peor. Decir que en nuestro país se están tomando medidas neoliberales ortodoxas o que esto es similar al menemato o que con Néstor esto no pasaba, además de un desconocimiento absoluto demuestra una extremada maldad. Si alguien dice que un helecho es un animal no habla muy bien de sus conocimientos en asuntos biológicos. Pero decir que un alacrán es un tierno gatito que merece ser acariciado encierra objetivos perversos. En Argentina hay alacranes, tiernos gatitos y frondosos helechos y lo importante es conocerlos, diferenciarlos y tratarlos a cada uno como se merece.
Si a mediados de febrero los sucesos parecen agitados, cuesta imaginar lo que será dentro de unos meses. La repudiable e incomprensible represión por parte de las fuerzas policiales catamarqueñas a los vecinos de Bajo La Alumbrera se transformó en un hecho funcional para muchas cosas. Por un lado, para entablar una seria y profunda discusión sobre la explotación de los recursos mineros. Si es mayor el daño que el beneficio; si genera empleo genuino y numéricamente significativo; si no hay otras alternativas de desarrollo económico en la región; si la protesta en Tinogasta no fue una puesta en escena; si el poder político puede controlar al económico y al policial; si todos los vecinos se oponen o son unos pocos.
Pero por otro lado sirvió para socavar y extender el desconcierto a todo el territorio nacional. La actitud desproporcionada de las fuerzas de seguridad catamarqueñas se convirtió en una herramienta para atacar una política de Estado crucial en estos ocho años de gestión: no reprimir las protestas sociales. Y para ciertos sectores acostumbrados a gobernar y saquear el país a su antojo, la ausencia del látigo los deja desnudos. Por eso cierto cronista agitaba frente a cámara el enojo de los manifestantes y se regodeaba ante el equipamiento de los kuntur. Lo que pasó en Tinogasta sirve a futuro si se quiere abordar seriamente la explotación de los recursos de la minería con beneficios para todos pero también es útil para retroceder a los momentos más oscuros: el sometimiento de los sectores más vulnerables al garrote de los que nunca se sacian. Aunque frente a cámara se indignen, las balas de goma, los bastones y los gases lacrimógenos actúan como la más excitante película pornográfica.
Como desde hace unos años reina la cordura gracias a la recuperación de la política, los gobernadores de las diez provincias con abundantes recursos mineros –petróleo, sobre todo- se reunieron no para diseñar un plan de acción represivo ante las protestas sino para exigir a las empresas extractivas un mayor compromiso con la producción para evitar la importación de lo que en realidad sobra. Pero además para elaborar planes de aprovechamiento de los recursos en sintonía con los pobladores de las regiones afectadas. Tanto Famatina como Tinogasta pueden funcionar más como construcción que como retroceso.
En cambio, con el incremento de las dietas de los diputados y senadores trataron de armar una explosión parecida a la del 2001. En facebook aparecieron algunos ciudadanos iluminados por la oscuridad del pasado que convocaban a una protesta frente al Congreso que, por supuesto, sólo fue virtual. Y se repitió aquella consigna macabra, tal vez justificable en aquel contexto de desolación y bronca. Algunos escribían con letras mayúsculas un contundente “que se vayan todos”. El alacrán está muy ansioso por dirigir su aguijón hacia donde más duele. La irresponsabilidad informativa puede tener serias consecuencias. Y más aún si algunos –muy pocos- exponentes de las fuerzas políticas opositoras tratan de encarnar el papel de héroes monásticos anunciando a los cuatro vientos que donarán el excedente. No es lo que dijeron el mes pasado cuando cobraron el primer sueldo con el incremento. Lo dicen ahora, que comenzó la comedia, después de que el director dio la señal.
Claro que los números son bestiales si se los escupe con malsana intención. Tirar porcentajes como si fuera estiércol va a producir –gracias al calor y la humedad- un hedor intolerable para los individuos que siempre se identifican con los sectores equivocados. Pero los incrementos fueron acordados en diciembre después de dietas congeladas durante más de seis años. Todos lo sabían pero salta ahora, cuando se cobra por segunda vez la nueva dieta. Pero son diputados y senadores que pagan ganancias y no cobran aguinaldo. Y están produciendo importantes transformaciones para reconstruir nuestro país. No estamos en crisis y lo que tanto indignó a los no-políticos representa apenas el 0,5 por ciento del presupuesto. Si algo faltó en todo esto fue la sutileza. Podrían haber acordado un incremento gradual para evitar el impacto. Aunque en realidad, para los carroñeros hubiera sido lo mismo. Un legislador de billetera flaca –menos de seis mil pesos- es más sobornable que uno que cobra treinta. Y eso es lo que molesta: que haya menos sobornables.
Lo más doloroso es que la gilada sigue la pelota como un perrito faldero.  Uno sabe que ciertos medios están defendiendo intereses -propios y grupales- que pueden verse afectados en su desmedida avidez, intereses de una oligarquía que quiere volver a dominar los destinos del país en detrimento de los ciudadanos. Lo inexplicable es que algunos individuos que seguramente se verán afectados por las políticas excluyentes que esos sectores extrañan se dediquen a hacerse eco de sus consignas. Por eso apuntan sus misiles a los políticos comprometidos con la labor parlamentaria. Antes era más fácil sembrar en el vacío despolitizado que dejaron los noventa. En 2008, la cobertura mediática del conflicto por la 125 condujo a que muchos se acoplaran a la protesta sin comprender casi nada. Que ahora repitan como loros que esto es un ajuste neoliberal ortodoxo o que volvemos a los noventa es hacerles el juego en algo que ignoran. ¿Desde cuándo un ajuste neoliberal ortodoxo incluye aumento a los jubilados, paritarias libres e incremento de la inversión en salud y educación? Tanta es la necesidad de identificarse con lo que no son que no advierten que el veneno del alacrán puede alcanzarlos a ellos también.
Como el veneno anglófilo del diario que fundó Mitre. Bartolomé Mitre fue un aliado incondicional de la corona, un cómplice, un mucamo de los intereses del Imperio. A tal punto que organizó una guerra contra un país vecino sólo por responder a órdenes colonialistas. Sus sucesores extrañan ese país de oligarquías expoliadoras y cómplices de los intereses foráneos. Por eso buscan escribas dóciles que pongan en duda los derechos soberanos sobre las islas o que salgan a defender a los desvalidos kelpers. Hasta temen que, de recuperar Malvinas, expulsemos a sus pobladores o los degollemos para colgar sus cabezas en el monumento a los caídos. Tan desesperados están que no advierten que su soledad es cada vez mayor. Ellos defienden su posición hegemónica en decadencia y es comprensible que tiren dentelladas al aire, cada vez menos dañinas. Lo que hace ruido es que haya individuos que se hacen eco de esas consignas a sabiendas de que jamás se verán beneficiados por ese poder. Tal vez, todo lo contrario: cuando el aguijón del alacrán no tenga a quién envenenar se volverá contra aquellos que durante estos años intentaron acariciarlo.  
*Publicado en Apuntes Discontinuos

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