Por Alfredo Zaiat*
La
economía argentina transita un ciclo de crecimiento impactante en
términos históricos con dos restricciones notables: sin crédito externo
al gobierno nacional y con fuga de capitales. La existencia de estas
limitaciones tiene sus respectivas explicaciones, aunque resultaría un
ejercicio contrafáctico entretenido especular sobre el probable
comportamiento de la economía aliviada de ese par de factores.
¿Crecería
más del ya exuberante 9 por ciento o igual o menos debido a que
provocaría la apertura de otros frentes turbulentos, como la probable
apreciación cambiaria? Se trata de un juego que requeriría de excesivos
supuestos, aunque el punto de partida sería que muy pocas economías en
el mundo pueden registrar tasas de crecimiento tan vigorosas como la
argentina con esas dos restricciones a la vez. Estas adquieren aún mayor
dimensión en un escenario de crisis en las potencias maduras, que
agudiza las tensiones que emergen de esas condiciones particulares de la
economía doméstica. En este escenario, con esas variables estructurales
que afectan los márgenes de autonomía de la política económica, se
encuadra la vocación del Gobierno para instrumentar una más amplia
administración del comercio exterior. Sin financiamiento externo y con
fuga de capitales en el actual contexto internacional obligan a contar
con las divisas necesarias para alcanzar el equilibrio de la Balanza de
Pagos, lo que implica necesariamente acumular un saldo comercial
positivo cercano a los 10 mil millones de dólares anuales. Esa cuenta es
la principal fuente de divisas excedentes para mantener a la economía
en un sendero alcista eludiendo la crisis que se cansan de convocar, sin
éxito, economistas del establishment, además de protegerla de los
impactos negativos de la crisis internacional.
Detrás del objetivo de mantener un sustancial balance comercial
superavitario se encadenó la batería de medidas vinculadas al mercado
cambiario y al comercio exterior. El control en la compra de moneda
extranjera, que combate las operaciones con dinero no declarado, y las
varias iniciativas en el área de las importaciones, que alienta la
sustitución y la producción local, son subsidiarias de una meta
superior: obtener un saldo de divisas suficiente para continuar con el
actual período de crecimiento. La presión para disminuir y hasta frenar
la remisión de utilidades de multinacionales también forma parte de ese
propósito.
Es probable que si no hubiera habido una fuga de capitales tan
intensa o un déficit comercial tan abultado en el sector energético no
se habría instrumentado la medida para detener el giro de fondos al
exterior de bancos extranjeros. O no se hubiera explicitado en forma tan
rotunda la presión al Grupo Eskenazi que maneja YPF, empresario
considerado “amigo del poder” por no pocos analistas, por la generosa
remisión de utilidades y por la exigencia de más inversiones. El
kirchnerismo se ha caracterizado a lo largo de su gestión que reacciona
ante la necesidad, profundizando políticas de intervención pública,
industrialización o de inclusión social, según la demanda de los
acontecimientos, y desafiando la receta de la ortodoxia. No recorre los
preceptos aconsejados por el mundo de especialistas en la materia
(planificación, previsión e implementación) e interpela constantemente
los análisis esquemáticos de voceros conservadores. De acuerdo con los
resultados de estos años, puede ser que la estrategia kirchnerista sea
la adecuada teniendo en cuenta la calidad de los sujetos sociales
intervinientes en el escenario de la política y la economía local. De
esa forma se ha ido configurando un patrón de desarrollo que va siendo
pulido sin margen para el retroceso, puesto que si lo hace perdería la
legitimidad social adquirida. Esto lo impulsa a disponer medidas que
avanzan, por caso, en la administración del comercio exterior y, en
especial, en la sustitución de importaciones.
En el último número de Coyuntura y de-sarrollo elaborado por la
Fundación de Investigaciones para el Desarrollo (FIDE) se afirma que “el
Gobierno deberá compatibilizar virtuosamente los progresos en materia
de inversión real con la modalidad que adquiera el control selectivo de
las importaciones, asumida como necesaria para maximizar el saldo
comercial”. Resolver ese dilema, se sostiene, es una condición
ineludible, tanta para el pleno aprovechamiento del mercado interno como
a fin de contar las divisas suficientes para llegar al equilibrio en el
Balance de Pagos. FIDE, institución liderada por el economista Héctor
Valle, indica que “se estima que tales propósitos suponen no sólo
alcanzar un excedente de más de 9000 millones de dólares, sino lograr
que se liquide el total de las exportaciones, incrementar los ingresos
por turismo y negociar con el capital extranjero para que sean menores,
este año, sus remesas en concepto de utilidades y dividendos”. En ese
sentido, evalúa que obtener un saldo comercial positivo en línea al
contabilizado el año pasado es una estrategia, como fuente principal de
divisas, que “se ha convertido en una virtual ‘cuestión de Estado’”,
tarea que no es sencilla porque el comercio internacional se ha
estancado con tendencia declinante. Por eso concluye que “el espacio del
comercio exterior será entonces un territorio donde se efectivice la
decisión táctica de proteger la economía interna para eludir mejor los
impactos de la crisis internacional”.
La intensificación de las medidas de administración del comercio
exterior, motivadas por factores internos y externos, se va orientando
entonces a consolidar aspectos estructurales de desarrollo. El profesor
coreano Ha-Joon Chang, uno de los más importantes economistas
heterodoxos del mundo, explica que “la mayoría de los actuales países
ricos usaron la protección arancelaria y los subsidios para desarrollar
sus industrias en las primeras etapas de su desarrollo”. Practicaron el
intervencionismo estatal en la búsqueda de convertirse en economías
avanzadas. Gran Bretaña se hizo librecambista a mediados del siglo XIX
(más precisamente en 1846 con la abolición de las leyes de granos)
cuando ya era la principal potencia industrial del mundo y podía colocar
ventajosamente sus manufacturas y bienes de capital. Estados Unidos es
otro ejemplo: los industrialistas y proteccionistas del Norte
necesitaron una guerra civil para eliminar a los librecambistas sureños,
cuya base de sustentación económica era el sistema esclavista. Más
adelante, Alemania en el siglo XIX, Japón en el XX, los países del
sudeste asiático después de la Segunda Guerra Mundial, que forman hoy
parte del mundo industrializado, practicaron el proteccionismo para
defender sus industrias.
Esto significa que casi todos los países cuidan sus mercados,
vigilan el ritmo de ingreso de los importados y diseñan políticas para
equilibrar los intereses de la producción nacional y los de sus
principales socios en el comercio internacional. Forma parte de una
estrategia compleja para mejorar la integración de la industria nacional
y su inserción en el comercio internacional. Para ello los sectores
beneficiados por el proteccionismo deben asumir compromisos de
producción, precios domésticos, empleo y exportación.
*Publicado en Página12
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