Desde Madrid
Viviendo en la sociedad de la información, a muchos se les olvida
que la comunicación, sea cara a cara o mediada por algún soporte, supone
siempre y antes que nada una relación entre personas. El sistema sanitario es uno de los campos en los que esa
“deshumanización” de la comunicación se ha hecho más palpable.
Admitiendo que hay matices, lo cierto es que la comunicación entre los
médicos y los pacientes y sus familias es uno de los aspectos en los que
el sistema sanitario sigue presentando un déficit.
Las causas son
variadas: una formación universitaria en la que la comunicación es una
materia ausente, o su valor es despreciado en comparación con los
saberes especializados; una práctica profesional que refuerza la
autoridad de los médicos como poseedores de un saber específico que los
hace dueños de nuestras vidas; y, por qué no decirlo, la propia
organización del sistema, que por masificación y falta de recursos
limita el tiempo de consulta y termina convirtiendo a los pacientes en
casos de estudio o simples historias clínicas, con pocas referencias a
la historia personal y a su contexto familiar y social. De allí que una
buena parte de los profesionales de la medicina han establecido una
relación distante con los pacientes y sus familias, similar a la que
tiene Joan Manuel Serrat con los políticos en su clásico “Entre esos
tipos y yo hay algo personal”.
Afortunadamente, esta situación está cambiando. Cada vez son más los
profesionales sanitarios, y particularmente del campo de la medicina,
que se dan cuenta de que entre esos tipos (sus pacientes) y ellos (los
profesionales) hay algo personal, ya no como la distancia a la que nos
referíamos antes sino como una necesidad de establecer un vínculo de
confianza, empatía y asertividad que permita mejorar el proceso clínico.
Veamos algunos ejemplos.
Hace algunos meses participé en Sevilla en un encuentro de formación
de médicos. Sorprendido por encontrarme en una sesión de comunicación
en el marco de una jornada sobre cáncer de próstata dirigida a
profesionales de una especialidad vinculada históricamente con la
práctica quirúrgica, pregunté a los directivos de la Asociación Española
de Urología por qué estábamos los comunicadores invitados a ese evento.
“Tenemos acceso diario a todas las investigaciones sobre nuestra
especialidad, pero muchas veces fallamos en el tratamiento porque no
somos capaces de comunicarnos bien con los pacientes y sus familias. Y
eso no nos lo ha enseñado nadie cuando fuimos a la universidad”, fue la
respuesta. Estos profesionales reclaman habilidades para relacionarse
con unos pacientes que, por ejemplo, llegan a la consulta médica con
mucha más información que antes porque el “Dr. Google” les informa
prácticamente de todo (aunque de forma bastante errática), o para
afrontar situaciones tan complejas como el momento de transmitir a un
paciente que padece un cáncer de próstata.
Esta necesidad de mejora en la comunicación es, también, una demanda
de los propios pacientes y sus familias. Una investigación del GAT
–Federación Estatal de Asociaciones de Profesionales de Atención
Temprana– sobre procedimientos profesionales, vivencias y necesidades de
los padres cuando se les informa que su hijo tiene una discapacidad o
un trastorno en el desarrollo recogió el descontento de padres y madres
de niños con discapacidades de cero a seis años sobre la forma en que
les habían transmitido que su hijo/a presentaba una anomalía congénita,
un trastorno del desarrollo o cualquier otra discapacidad. Como
respuesta, el Real Patronato sobre Discapacidad del Gobierno de España
editó recientemente, con el apoyo del grupo investigador, la guía La
primera noticia, en la que ofrece a los profesionales que trabajan en
atención temprana un conjunto de recomendaciones a tener en cuenta a la
hora de comunicar la discapacidad. Hablamos entonces de la comunicación
como un derecho de los usuarios del sistema socio-sanitario.
La comunicación es también un criterio de calidad asistencial. Esta
mejora asistencial no depende tanto de un importante desembolso
económico sino más bien de la voluntad política de darle la vuelta a
ciertas prácticas institucionalizadas. Como en muchos otros campos, la
realidad va unos pasos por delante de la universidad. Mientras
trabajamos para que los planes de estudio de las carreras
socio-sanitarias (y especialmente los de Medicina) se adapten a las
nuevas demandas profesionales y sociales, nos toca desarrollar una tarea
de concientización que permita recuperar el sentido primigenio de la
comunicación: la de una habilidad humana que nos permite entendernos y
sentirnos como iguales en una sociedad. Para que entre pacientes y
profesionales sanitarios haya, de verdad, algo personal.
* Director de Comunicación de la Fundación de Educación para la
Salud (Fundadeps - España) y docente del Experto en Comunicación Social y
Salud de la Universidad Complutense de Madrid.
Publicado en Página12
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