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viernes, 4 de noviembre de 2011

POESÌA FEDERAL Y CINE TELEVISADO

Coco Blaustein y Osvaldo Daicich,



La película transcurre dentro de la televisión. Porque ese es el lugar adonde había sido recluida la política. Y la realidad misma. Hay una pantalla dentro de la pantalla. La televisión como sujeto político.  
Un indio acaricia el lomo negro de su perro. La cámara se detiene en sus manos serenas y, sin cambiar de tono, salta en grandes panorámicas por los paisajes del sur. Se mueve poéticamente por las geografías abiertas. Acompaña el desplazamiento de un camión que se esfuma entre remolinos de tierra. Serpentea entre viejos bares de pueblos, sulkies rodando por caminos polvorientos, camiones tanques que transportan combustibles, estaciones de trenes con vagones en desuso, colegialas presurosas, paisanos en bicicleta, el sonido permanente de los pájaros, los gallos, los ríos, el viento. Y los perros. No los de grandes ciudades. Educados con modales suaves de clases medias señoriales. Perros irrespetuosos, un poco inconscientes, un poco matoncitos, que ladran desenfrenadamente y en directo a las cámaras intrusas. Poesía federal que Blaustein y Daicich transmiten en pantalla completa. Aun sin representación televisiva. Por qué es lo que, previo a la ley, está todavía fuera de los medios. Pero el resto de la película La Cocina de la ley, de Coco Blaustein y Osvaldo Daicich, es una película televisada. Doblemente televisada. Porque la televisó la televisión pública. Pero antes, porque muchos tramos de la película se emiten dentro de un televisor. En la pantalla del cine –o de la televisión si se la visualiza a través de este soporte–  nos encontramos con un rectángulo mucho más chico en cuyo interior vemos el desarrollo del relato sobre los acontecimientos que condujeron a la sanción de la ley. La película transcurre dentro de la televisión. Porque ese es el lugar adonde había sido recluida la política. Y la realidad misma. Hay una pantalla dentro de la pantalla. De este modo, Blaustein y Daicich encuentran un excepcional recurso para sobredimensionar la mediación televisiva: la película, la realidad misma, transcurren dentro de la televisión. Aquello que por años se pretendió invisible se lo muestra de modo extremadamente visible. La televisión como sujeto político. Como mediadora invisible en el mismo corazón del proceso político: en la representación de la realidad y, dentro de esta, de la política. Pero así como la película comienza mostrando todo un mundo no representado, un mundo que es pura presentación, un mundo que aparece a pantalla completa, el del país federal y el de las organizaciones sociales, hay otro mundo que es pura representación. Un mundo que sólo existe en el interior de la televisión. Es el mundo de los políticos que expresan los intereses corporativos.  Entonces, mientras las organizaciones sociales y los dirigentes populares son retratados en espacios abiertos, en paisajes provinciales, en el interior de la vida de sus pueblos, en sus tramas organizativas, los políticos corporativos aparecen recluidos en el rectángulo televisivo, en espacios cerrados, en territorios aptos para la clandestinidad y el secreto. De este modo Blaustein y Daicich hacen hablar a las formas. Derivan un discurso de su apuesta artística. Porque en la película no sólo hablan sus protagonistas, desde la política y la ideología, sino que hablan sus realizadores desde el lenguaje específico del cine y de la producción audiovisual.  Su cine urgente es un cine que construye formas artísticas. Que no abandona su especificidad. Hay un discurso que nace en la forma de narrar y que excede a los contenidos específicos.  Durante el debate en el Congreso, la cámara de los realizadores se distrae: sigue a los mozos, a un asistente que reparte el texto que se discute, a los integrantes del público, a los movileros, a un señor que come un sándwich, a diputados que toman café, que charlan, que mueven distraídamente una butaca. Es una cámara expectante, por momentos tensa o nerviosa, preocupada por el resultado de la sesión parlamentaria. Es una cámara con una posición tomada. Una cámara que se involucra.  Una cámara que habla, con sus formas de estar en las escenas, de las escenas que filma.  Por eso, cuando habla Silvana Giudici, encerrada en un persistente cuadrado televisivo, la cámara se va, gira y se retira.  Se va por un pasillo repleto de cables tendidos para la transmisión. Se va sobre las propias extensiones de las cámaras de televisión, sobre los  intestinos metálicos  del sistema televisivo. Se va a esperarla al lugar donde Giudici posteriormente va: al set televisivo, a su propio y único territorio, al espacio corporativo.  Giudici acude a ese lugar como si su persona fuera un lugar vacío que aloja prácticas de otros. Una sombra inerte que ha prestado su figura para que el gran poder simbólico de la Argentina alcance expresión o traducción parlamentaria. Giudici ha asumido la posición más extrema de subordinación del poder político al poder de los multimedios: una especie de diputada médium o ventrílocua, un lugar vacío en donde se hace audible la voz de otros. Paralelo a estas escenas, la cámara de los realizadores muestra la tensión dramática de Carolina Moisés finalizando su discurso con todo su cuerpo arqueado sobre su banca, soltando un soplo intenso de alivio, tras el esfuerzo en acto de traducir la voz de sus representados. Blaustein y Daicich logran la feliz representación antagónica de dos cuerpos en acción: el de la médium, relajado, recuadrado en el set televisivo, hablado por otros; y el de la  expresión democrática, tensado por el esfuerzo faraónico de construir una voz que represente exactamente a millones de votantes. Los realizadores han sido conscientes de que retrataban ese momento histórico irrepetible que fue el tratamiento parlamentario de la ley y lo escenificaron como una gran batalla épica. Una batalla entre lo que la política intenta hacer con la televisión y lo que la televisión hace con la política. Allí, en el debate, está la televisión y está la política. Está la televisión sustituyendo al debate y la televisión que transmite el debate. Está la política independizándose de los grandes medios. Y la política que intenta continuar como su apéndice. Y en el medio de todo ello, el lenguaje cinematográfico. Y la experimentación audiovisual.  Al final de la película, los referentes sociales que eran pura presentación en el comienzo, se han transformado en representación televisiva. Han ingresado al recuadro televisivo. Pero, tal como han hecho Blaustein y Daicich en la película, su ingreso al mundo televisivo deberá producirse haciendo hablar a las formas. Haciéndolas hablar de otro modo. Reinventando lenguajes audiovisuales. De tal modo que se haga televisión mientras  continúa la caricia serena del indio mapuche sobre el lomo negro de su perro irrespetuoso.



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