Por Rubén Visconti*
Igualdad y
Libertad son dos conceptos para muchos considerados como opuestos e
inconciliables. en tanto para otros , los menos dominantes en la esfera
social, no solo no son antitéticos sino
conciliables en la medida en que se establezca un orden de prioridades. Es
decir, que si bien son conciliables, uno de los dos, en este caso la Igualdad,
debe primar sobre la de libertad. Todo ello partiendo de una afirmación básica
y por tanto fundamental de la siguiente conclusión:
en un mundo desigual no puede existir la libertad.
Analicemos ahora
el funcionamiento real del sistema “democrático” dentro del cual se desarrollan
la mayoría de las sociedades humanas en el mundo actual, por lo menos en todas
las que conforman el mundo occidental, ligado, además, a una doctrina religiosa
dominante desde hace más de dos mil años.
Alguna vez habrá
que analizar en profundidad si es esta última concepción de lo religioso la que
ha influido en que el resto del planeta los sistemas democráticos no existan o,
por lo menos, no funcionen con las características con las cuales se definen en
occidente.
Quedémonos en el
grupo de países en los cuales, reiteramos, tiene vigencia el sistema
democrático para determinar, aplicado al mismo, que aspecto de los dos
conceptos mencionados al comienzo tiene prioridad y al mismo tiempo, si es
posible asegurar que la prioridad de uno de ellos, igualdad o libertad,
libertad e igualdad, garanticen la vigencia del otro.
Es decir,
sintéticamente, sostener que sin igualdad no hay libertad, o, inversamente, si
no hay libertad no existe la igualdad.
El sistema
democrático se analiza desde dos puntos de vista, la del liberalismo político y
la del liberalismo económico, pudiendo afirmarse sin margen de error que en
tanto el primero ha avanzado y avanza permanentemente en sentido progresivo y
progresista, el otro, el económico, sigue aferrado al conjunto de ideas y de
aplicaciones prácticas con las cuales nació, se desarrolla e intenta
desarrollarse sobre las mismas bases que le dieron nacimiento otorgándole a su
vez, crecientes poderes sectoriales cada días más concentrados.
Es decir, que en
tanto el liberalismo político ha avanzado y crecido, el liberalismo económico
se ha estancado y hasta podemos afirmar que ha retrocedido, o más correctamente
sigue creciendo.
Basado en los
principios del liberalismo político se sustentan contenidos tales como que todos los hombres
son iguales ante la ley, consagrando el derecho a la elección de sus
representantes, a la libre opinión de pensar, defender y apoyar diferentes
ideas y creencias sin límites de ninguna naturaleza, y en nuestro país en
particular esa igualdad para todos y de
todos ha alcanzado en estos últimos tiempos temas considerados tabúes hasta
hace poco, como el matrimonio gay y más recientemente el derecho a la identidad, lo que certifica el avance
incesante de este liberalismo.
Claro que como lo
decimos más arriba, no es lo mismo cuando observamos el desarrollo del otro
liberalismo, el económico, que basado en los conceptos de la economía de
mercado sostiene una igualdad imposible de lograr, dado que sus principios
basados en dogmas, como la libre competencia, la supuesta simpatía que evita o
reduce los enfrentamientos de compradores y vendedores, así como la ley del
salario de supervivencia, como la afirmación de que toda oferta genera su
propia demanda, y otras más, todas sostenidas impropiamente como “leyes” que
todos sabemos aplicando una metodología impropia de las actividades humanas y solo pueden ser aplicables como
verdades dogmáticas falsas e incorrectas.
Así, mientras que
el liberalismo político, a pesar de todos los tropiezos aplicados contra sus
principios básicos, en nuestro país y en América latina y en resto del mundo mediante
las más terribles dictaduras militares, sigue avanzando, ampliando las bases de
las libertades otorgadas a todos los habitantes, el liberalismo económico que
sostiene la libertad para el mercado mediante el cual acentúa las desigualdades
ya que mediante esa “libertad” va generando cada más desigualdades que, como
consecuencia de sus resultados, atentan también contra la proclamada libertad y
hasta la anulan.
Por lo tanto,
debe tenerse en cuenta estas diferencias abismales entre ambos liberalismos, el
político y el económico para decidir correctamente con respecto a cuales de sus consecuencias debe primar
sobre la otra; cuál de ellas como resultado directo de sus reclamos de libertad
absoluta del mercado, anula todas las posibilidades de la otra, o sea la igualdad.
Y si bien por
necesidades de un correcto análisis hemos revisado las consecuencias de ambos
liberalismos, afirmando ahora que la vida humana no es divisible y actúa
permanente en su doble condición de ciudadano y de persona, el político le
asegura la libertad, el económico al establecer las condiciones de la
desigualdad, la proclama y exige para sí pero no para el resto.
Las conclusiones
para nosotros son obvias: para alcanzar la libertad es indispensable, previamente, crear todas las condiciones para
el desarrollo de una sociedad de iguales que al serlo, y solo así, podrán gozar
también de la libertad.
Es el programa
que viene desarrollando el gobierno actual mediante el proyecto de inclusión
que conducirá, si lo cumplen y lo dejan los poderosos, hacia una sociedad de iguales en la cual todos podrán vivir en
libertad.
Finalicemos con
una aseveración, quienes viven sin techo, sin trabajo, sin atención de su salud
y sin educación nunca podrán ser iguales a los que todo lo tienen y, por lo
tanto, su libertad será mínima o nada.
*Doctor en Economía
Docente de la UNR
Miembro del CEP
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