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sábado, 29 de enero de 2011

LA OPOSICIÓN Y EL CAMBALACHE

Por Ricardo Foster*

La oposición es una corte de los milagros en la que nadie logra, sin embargo, convertirse en el mejor exponente del alma bizarra que parece expresar con una elocuencia inusitada a todos aquellos que desearían, impulsados por la corporación mediática, enfrentarse a un oficialismo que parece contar con el caballo del comisario.
Tan escasa y raquítica es la oposición que al propio gobierno le basta con seguir gobernando para garantizarse lo que, a esta altura, pareciera anticipar un cómodo triunfo en octubre. Incluso están los que sugieren que con simplemente hacer la plancha alcanza para dejar bien atrás a unos adversarios que no logran despertar ningún entusiasmo al mismo tiempo que no saben dónde buscar los argumentos que les abran una cierta simpatía pública.

De todos modos deberá cuidarse, el gobierno, de esos consejos demasiado triunfalistas que pueden ser portadores de un complicado empantanamiento. Nada mejor, para sostener las expectativas de triunfo, que seguir haciendo lo mejor que se hizo hasta ahora y más. Sabiendo, también, que siguen quedando importantes deudas sociales sin cancelar, deudas que se pusieron de manifiesto durante los últimos meses del 2010 en zonas especialmente vulnerables de la vida popular. El gobierno debe saber que la profundización de lo realizado hasta ahora supone eludir la tentación de dejarse llevar por la inercia triunfalista que, en estos casos, suele ser una pésima consejera. Pero también sabe que en la Argentina la disputa por el poder no suele desplegarse sin situaciones agonales y conflictivas.

Demasiado atrincherados en trifulcas interminables, incapaces de construir un discurso creíble o simplemente enfrascados en internas laberínticas que promueven todos los días un nuevo candidato, las fuerzas opositoras navegan por un mar tormentoso que amenaza con llevar al naufragio a más de un supuesto candidato, incluso a alguno que, no hace mucho, se creía el gran elector o, aquel otro que, subido al supuesto carro triunfal de la traición (llevado en andas por las rutas argentinas después de ejercer su “derecho” a quebrar su acuerdo de origen y la función que le otorgó su investidura constitucional), contempla horrorizado como dos figuras, Alfonsín Jr. y Sanz, antes menores o ausentes, le roban su preciada candidatura para devolverlo al anonimato del que nunca debería haber salido. El partido de Alem e Yrigoyen hace tiempo que extravió sus antiguos orígenes populares dejándoles a los herederos de Alvear la dirección de una fuerza política cada vez más conservadora. Sus originarias intensidades democráticas han menguado al calor de su plegamiento a los intereses del poder económico concentrado. Ni siquiera resulta creíble el discurso seudo socialdemócrata del hijo del padre que busca, con desesperación digna de mejor causa, parecerse en todo a su progenitor. Hace mucho tiempo que el radicalismo abandonó, si alguna vez la tuvo, la idea de una sociedad más igualitaria.

Por otro lado, la eterna pitonisa de catástrofes nunca cumplidas, la profetisa del Apocalipsis, después de hacer estallar todo tipo de alianzas y de devorarse a sus colegas en cenas pantagruélicas, ha decidido, cual Juana de Arco de los intereses más reaccionarios, montar su propio circo, elegir sus candidatos en el interior de su menguada fuerza política, e iniciar su periplo veraniego (habrá que recordarle que Punta del Este queda del otro lado del Río de la Plata y que pertenece a Uruguay, no vaya a ser que concentre su campaña exclusivamente en ese balneario tan fino y exclusivo, de esos en donde efectivamente no se puede hacer clientelismo porque no hay pobres a la vista, aunque sí se pueden hacer otros regalos, de los que siempre se han hecho, a los dueños de las riquezas para que sigan siendo todavía más ricos).

Todavía sin definirse, tratando de superar la feria de vanidades que suele atacarlos insistentemente como si fuera un acné juvenil, los llamados “progresistas” no saben muy bien de qué modo ser representantes de los intereses populares cuando no han hecho otra cosa, en los últimos tiempos, que aliarse con la más rancia derecha a la hora de intentar frenar casi todas las iniciativas progresistas del gobierno nacional. Alguno recorre, con insistencia digna de mejor causa, todos los programas de la televisión basura llevando su sonrisa a cuestas y sus frases de resonancias bíblicas mientras quienes lo suelen entrevistar se ríen por lo bajo disfrutando de tan inesperado aliado (lo recuerdan, tal vez, de las épocas en las que hacía películas clandestinas contra aquellos mismos que están detrás de la escena y que son los verdaderos dueños del poder). Los socialistas, como casi siempre en la historia nacional, juegan contra el arco de aquellos a los que dicen defender y, de modo imperturbable, siguen sosteniendo los intereses de la mesa de enlace y de las grandes cerealeras que han hecho de Rosario, y de sus puertos, su país privado. Poco y nada habría que agregar de aquellos otros supuestos portadores de tradiciones revolucionarias que terminaron aliándose, de un modo grotesco, con los terratenientes (todavía recordamos como flameaban sus banderas rojas, para vergüenza de la gran tradición de la que dicen provenir, al pie del monumento a los españoles y rodeados de señoras y señores de los barrios más conchetos de Buenos Aires).

Es una dura paradoja de la historia contemporánea que ciertos sectores enraizados en movimientos populares no se descubran como parte, incluso desde una crítica por izquierda, de un gobierno que ha venido, después de décadas, a reabrir las puertas de un proyecto emancipatorio. Carencia que entusiasma, como siempre, a las fuerzas conservadoras y que pone en evidencia una debilidad que también involucra al oficialismo allí donde no ha sabido, no ha querido o no ha podido incorporar un espectro más amplio de aliados para fortalecer el proyecto popular.

Al peronismo (sic) federal la cosa no le resulta tampoco sencilla. Felipe Solá no ha salido todavía de su pasmo ante tanto pueblo reunido para despedir a Néstor Kirchner (un último resto de sinceridad lo llevó a pronunciar una frase de la que es muy difícil luego arrepentirse: “si en esta Plaza de Mayo están estas multitudes acongojadas, los equivocados debemos ser nosotros”… pobre Felipe que se creyó, cual príncipe heredero, ser el elegido). Francisco de Narváez no sabe cómo regresar a una escena que ya casi no lo recuerda (sus incontables arcas tendrán nuevamente que destinar una parte de sus “ahorros” para financiar a un ejército de asesores, encuestadores, publicistas y afines para rearmarle su entretenimiento con la política, su deseo caprichoso de ser, al menos, gobernador de la provincia de Buenos Aires). Eduardo Duhalde, mientras tanto, sigue jugando el juego que más conoce pero que está algo chamuscado: la conspiración unida a la retórica de “déjenme a mí que les garantizo el orden”, “soy el mejor piloto para navegar en medio de la tormenta”, etc. Sus chances, siguiendo una compulsa electoral genuina, son parecidas a las que tiene All Boys de contratar a Messi para que juegue con Orteguita. En todo caso, este sector expresa la metamorfosis neoliberal de un sector del peronismo lo suficientemente grotesco como para reunir, bajo un mismo paraguas, a los Rodríguez Sáa, señores feudales con pretensiones de jugar en las ligas mayores (cuando les tocó, por azar, el turno se fueron directamente al descenso), a un eterno conspirador amante de la mano dura y de las grandes corporaciones, junto con personajes menores que sueñan con llegar a una meta que se les diluye rápidamente como Das Neves o el propio Solá. Reutemann, más pícaro, se corrió a tiempo pensando, tal vez, en seguir siendo la esperanza blanca del conservadurismo neoperonista.

Apenas sólo por el lado de una derecha fashion y cool (pero que a la hora de la verdad ha mostrado su rostro reaccionario y racista) es que aparece una posibilidad menor de disputar electoralmente. De una derecha, que hoy gobierna pésimamente la ciudad, pero que cuenta con el aval de los grandes medios de comunicación. De una derecha, la macrista, que responde con mayor elocuencia a lo que desea el poder económico aunque casi todo lo que hace no suele rendirle los frutos esperados. De una derecha que depende de las artes mágicas de Durán Barba o de alimentar el fuego destructivo del peor de los racismos mientras sólo tiene para exponer de su gestión de más de 3 años cientos de baches arreglados, más de una vez, con osada insistencia al mismo tiempo que la salud, la educación y las viviendas muestran la realidad de un proyecto que mezcla sin disimulos incapacidad estructural con la avidez nacida de proyectar y realizar negocios privados con bienes públicos. Ese ex niño rico que tiene tristeza porque su padre no lo quiere, se ha convertido en al esperanza blanca del grupo Clarín y de los vecinos de Barrio Norte. También, y para vergüenza de algunos sectores populares, ha encarnado el prejuicio xenófobo y racista y se ha convertido en la fuerza “restituidora de la pureza argentina”, en el portador de una retórica que fácil y rápidamente puede desembocar en el cualunquismo fascistoide cabalgando sobre los miedos y los odios de sectores medios bajos, que arrastran sus propios problemas y sus carencias, y que proyectan su resentimiento hacia quiénes son más pobres y vulnerables que ellos. El poder lo sabe y actúa en consecuencia.

Mientras la oposición sigue su lanza de los lobos hambrientos devorándose entre todos, los que han vuelto al centro de la escena pero con balas de fogueo porque la munición gruesa hace tiempo que se les acabó, son nuestros gauchócratas, los 4 jinetes del Apocalipsis agropecuario, aquellos que anunciaron con intachable certeza que no iba a haber más leche, ni carne, ni trigo ni maíz y que la pampa húmeda se iba a convertir en el desierto de Gobbi. Como una farsa de sí mismos y en medio de una bonanza inocultable creen que segundas partes pueden ser buenas. Ni siquiera la buena voluntad de sus periodistas aliados y de sus cadenas nacionales de radio y televisión más la prensa gráfica adicta pueden volver a posicionarlos. Ya nadie parece creerse, como en el 2008, el mito del “campo”.

Al gobierno le cabe la responsabilidad de seguir gobernando y de hacerlo profundizando todas aquellas medidas que terminaron por transformar a la oposición –política, económica y mediática- en una tienda de los milagros que no sabe a dónde ir ni con quién. Y deberá tener cuidado del contagio, de esa peste que suele asolar a las fuerzas políticas cuando se olvidan qué es lo importante y qué se debe defender. Por esas paradojas de la actualidad argentina, tal vez sus verdaderos adversarios estén en sus propias filas. La democracia saldría robustecida si, de cara a los cruciales comicios de este año, pudiéramos asistir no a enfrentamientos estériles o a provocaciones destituyentes, sino a un genuino debate que logre expresar lo que está en juego en este tiempo argentino.

*Filósofo
 Publicado en Veintitres

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