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domingo, 12 de septiembre de 2010

EL MITO AGRARIO

Por Federico Bernal*

En su discurso de inauguración de la 124ª Exposición de Ganadería, Agricultura e Industria, el máximo exponente y promotor de una Argentina dependiente señaló: “Hace 100 años, el debate era si debíamos ser como los grandes países de Europa o como Estados Unidos. [...] En el centenario éramos el granero del mundo y una de las naciones más prósperas del planeta. En el bicentenario somos un país vapuleado por la corrupción, la imprevisión, la exclusión y la pobreza”. Esta vez le tocó a Hugo Biolcati, titular de la SRA, formular el mito agrario, mito que desde el inicio del conflicto por la Resolución 125 ha vuelto a pisar fuerte en la política nacional.
Lo hizo porque no hay mejor argumento para ganarse los afectos de las clases medias que reivindicar al modelo agroexportador de la supuesta época dorada argentina (1880-1930).

Sin embargo, el mito agrario estaría incompleto y adolecería de una grave falla sin el ocultamiento de las leyes que originaron el verdadero desarrollo socioeconómico de las naciones industrializadas. Experiencias a las que Biolcati hace obligada mención. Estados Unidos, los “grandes países europeos”, Canadá y Australia son los casos predilectos para los representantes de la Argentina granero del mundo. Según dictamina la fisiocracia argentina, mientras que en nuestro país la industrialización de la década del ’30 y luego el populismo industrialista de Perón interrumpieron el tránsito al desarrollo, esos países entonces potencias agroexportadoras (como se cree era la Argentina) no se desviaron de tales modelos de acumulación sino que los profundizaron. Nada más alejado de la realidad.

Un brevísimo repaso a la historia colonial de Australia ayuda a conocer sus grandes encrucijadas y definiciones; tiempos que recuerdan las fricciones que hoy vive Argentina.

La actual Australia moderna e industrial fue no hace mucho tiempo un conjunto de colonias desorganizadas y desvinculadas entre sí. Estaban regidas por un sistema económico arcaico y funcional a las apetencias laneras de la pujante industria textil de la época. Gran Bretaña, potencia industrial, política y militar del siglo XIX, fue dueña de las capacidades productivas y económicas australianas durante la mitad de ese siglo. Capacidades que utilizaba para sus propios fines al insertar a sus colonias de Australasia en la división internacional del trabajo a gusto de las chimeneas de Manchester y Yorkshire.

Desde su colonización, en 1788, hasta la primera mitad del siglo XIX, las colonias australianas pasaron de ser un simple depósito de convictos y del excedente poblacional británico e irlandés, a ser el principal proveedor de lana del imperio. Para las clases sociales dominantes, ligadas a la exportación de lana –la aristocracia de los squatters o squattocracy–, esa Australia colonial lanera significaba lo que para las oligarquías agropecuarias argentinas el modelo agroexportador entre 1880 y 1930. Pero si en nuestro país ese modelo de acumulación –interrumpido transitoriamente entre 1930 y 1955– logró reimponerse por la fuerza con la Revolución Libertadora, proseguir casi invariablemente hasta diciembre de 2001 y retroceder desde 2003 a la fecha, no ocurriría lo mismo con la “época dorada” de la oligarquía pastoril australiana.

En la isla-continente una serie de factores internos y externos convergieron en determinado momento de su experiencia colonial para torcer definitivamente el rumbo a favor de un desarrollo diversificado y moderno, democrático e industrial. El principio del fin del atrasado sistema pastoril en Australia, esto es, el sistema dominante de uso y tenencia de la tierra que había regido durante la primera mitad del siglo XIX (específicamente entre 1820 y 1850) comenzó su ocaso a partir de 1840, extendiéndose al menos durante tres décadas gracias a la lenta pero progresiva ejecución de profundas transformaciones políticas, sociales y económicas. Dichas transformaciones implicaron, en una primera etapa, la democratización e industrialización de la agricultura, en una segunda una profunda reforma agraria, y en una tercera la federación de las seis colonias británicas ubicadas en el actual territorio australiano. Según el sociólogo e historiador australiano Philip McMichael, autor del libro Colonos y Cuestión Agraria en Australia (1984), el sistema pastoril fue un tipo de acumulación precapitalista que al monopolizar las tierras (viejas y nuevas) frenaba la aparición de un capitalismo dinámico y progresivo, y con él, el desarrollo del mercado interno y mejores condiciones materiales para la mayoría de la población. La continuidad de semejante statu quo resultaría imposible de sostener ante el avance de las clases y sectores emergentes impulsados por la crisis internacional de la lana, el auge minero y el fin de la mano de obra rural semiesclava (convictos) en la colonia.

Aglutinados en un gran frente de clases –no exento de contradicciones– las burguesías comerciales de las grandes ciudades, miles de nuevos inmigrantes, obreros, profesionales y técnicos, mineros y pequeños agricultores rompieron el dique de contención oligárquico. La aristocracia lanera que pregonaba convertir al campo australiano en el “ovejero del mundo” fue avasallada por un orden social superior, incluyente, moderno y democrático.

En el presente argentino en tránsito hacia la modernización económica y la progresividad social, esconder la verdadera historia de países como Australia, Canadá, Estados Unidos es para la Sociedad Rural una cuestión de supervivencia. Porque cada una a su modo (aunque todas en el período comprendido entre mediados y fines del siglo XIX) supieron barrer sus propias estructuras socioeconómicas y políticas ligadas a un modelo de acumulación atrasado que obstaculizaba el desarrollo económico. Prueba de ello es que las naciones emblema para la oligarquía argentina carezcan hoy de sociedades rurales. Por eso mismo, en su discurso Biolcati sólo mencionó en calidad de invitados a los presidentes de las sociedades rurales o federaciones de agricultura de Chile, Brasil, estado de Río Grande del Sur (Brasil), Paraguay y Uruguay. ¿Y las sociedades rurales de Estados Unidos, Canadá y Australia?

*Publicado en Página12 - Suplemento Cash

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