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lunes, 20 de septiembre de 2010

CON MÁS EDUCACIÓN Y TRABAJO, MENOR NIVEL DE INSEGURIDAD

Por Eduardo Anguita*

El economista argentino Bernardo Kliksberg, el mayor especialista en pobreza de Latinoamérica, sostiene que el único camino eficaz para bajar los índices de criminalidad es a través de políticas sociales. La ecuación parece fácil: a mayor inversión educativa y en políticas sociales, menores son los índices de criminalidad. “Hay una correlación estadística absoluta entre más educación y menos delincuencia. Cuanta más escolaridad y trabajo decente haya, menor será el nivel de inseguridad en la sociedad.” En momentos en que el debate sobre la inseguridad vuelve a las tapas de los diarios y a los principales títulos de los noticieros, las palabras de Bernardo Kliksberg clarifican el panorama.
Es que es una voz autorizada en la materia: el economista argentino es el mayor experto latinoamericano en pobreza y desigualdad. Es asesor principal de la dirección regional para América Latina y el Caribe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud) y asesoró en los últimos años a más de treinta países y a organismos internacionales como la Unesco, Unicef, OIT, OEA y OPS, entre otros.

Kliksberg es autor de 48 libros relacionados con el tema. El más reciente es el best seller Primero la gente, escrito con el premio Nobel de Economía Amartya Sen. Por estos días se encuentra en la Argentina. Vino a participar del Primer Foro Nacional sobre Responsabilidad Social Empresaria, que se realizó esta semana en la provincia de Mendoza. El director de Miradas al Sur, Eduardo Anguita, lo entrevistó en Carbono 14, su programa de radio que se emite todos los días -de 18 a 20- por Radio Nacional. El economista aseguró que las políticas de mano dura y el aumento de penas para combatir la inseguridad ciudadana no sirven. Y afirmó que los países que lograron bajar los índices de delincuencia lo hicieron “en base a la inclusión social universal de los jóvenes”. También habló sobre las dificultades que está teniendo la mayoría de los jóvenes latinoamericanos para acceder al mercado de trabajo formal.

–¿Cómo transmitir la cultura del trabajo para que haya más igualdad y para que sea un elemento que dé homogeneidad, que nos integre como sociedad?

–Es un momento muy oportuno para desenroscar el tema. Se está generando en el mundo como consecuencia de esta crisis económica, casi salvaje, que generaron los desaciertos fenomenales en la economía norteamericana, esto que se llama una generación perdida. Hay 81 millones de jóvenes desocupados: es la mayor cifra de jóvenes desocupados en la historia.
La tasa de desocupación en Europa está alrededor del 24 por ciento. Hay toda una generación a la que no se le ha dado la oportunidad de golpear la puerta siquiera para tratar de ser probado en una entrevista. En los Estados Unidos, por cada puesto de trabajo hay seis aspirantes y en algunas áreas como la construcción por cada puesto hay 35 aspirantes. Eso en el mundo desarrollado.

–¿Y en América latina?

–Tenemos 7 millones de jóvenes desocupados. Y los jóvenes que sí están ocupados tienen condiciones mucho peores que los otros grupos de edades: ganan la mitad del sueldo que los adultos y el 68 por ciento no tiene un seguro médico. No se les está abriendo la puerta a los jóvenes para que muestren su cultura de trabajo. Por el contrario, es un momento de exclusión severa. Las crisis han tenido una de sus figuras más vulnerables y más débiles en los jóvenes que estaban asomando a la sociedad de trabajo. En América Latina hay un tema dramático que es que no hay posibilidad de insertarse en el mercado de trabajo formal. Para poder insertarse en el mercado de trabajo formal hay que tener por lo menos doce años de escolaridad. Se muestra estadísticamente que con menos de una secundaria completa hoy las empresas, con razón, en el siglo XXI en un mundo tecnológico tan avanzado, no aceptan siquiera mano de obra para salidas menores no calificadas y resulta que ahí hay un cuello grande. Porque el 50 por ciento de los jóvenes en la mayor parte de América Latina no terminaron el colegio secundario. No porque les falte cultura de estudio, sino porque la pobreza está ahí presente en el 34 por ciento de la población.

Kliksberg, sin embargo, remarcó que ha habido avances importantes en la Argentina, en Uruguay, en Chile, en Brasil. Aunque advirtió: “Hoy las cifras siguen siendo muy lejanas a lo que se necesita. Resulta que de cada tres chicos pobres sólo uno termina la secundaria. Y sin secundaria van a ser marginales. El tema central es el acceso a la educación y el acceso al trabajo. Esos son los temas estratégicos centrales. Si no se resuelve la atención a los jóvenes, va a haber niveles de conflictividad altísimos y es de mirada muy corta ver cómo se desarrolla este drama. Que es drama para toda la ciudadanía: el de la inseguridad ciudadana”.

–Quería adentrarme en estas tensiones que usted dice. No para extorsionar con la idea de que hay que invertir más en seguridad, sino para poder profundizar esto que usted dice: una generación de adolescentes y jóvenes, con problemas de rebeldía social o delincuencia, que pueden terminar sus días en la cárcel.

–Claro. Yo me apoyo en cifras y las cifras dicen que la delincuencia joven ha aumentado significativamente en toda América Latina. Pero cuando se analiza qué pasó en otros países, cuáles son las experiencias comparadas, qué ciudades del mundo lograron eliminar la delincuencia joven, se llega a conclusiones opuestas a las conclusiones demagógicas y rápidas en que se está llegando por parte de algunos sectores en el debate de la Argentina. La conclusión demagógica y rápida es hay que meterlos presos, aplicarles la mano dura, todo el rigor. Yo les pregunto a los que plantean esos términos: ¿saben cuáles son los países del mundo que tienen menos criminalidad joven? Son Noruega, Suecia, Dinamarca, que tienen menos de un homicidio cada cien mil habitantes por año. En América Latina tenemos 26 homicidios cada cien mil habitantes por año, y en el Salvador 70 homicidios cada cien mil habitantes por año. ¿Cómo lo lograron los países nórdicos? ¿En base a aumentar el número de patrulleros en la calle y las alarmas eléctricas y a hacer penas más severas? No. Son los países que tienen la menor cantidad de policías por habitante. O sea: la inversión en fuerzas de seguridad es la menor en todo el planeta. Lo lograron en base a la inclusión social universal de los jóvenes. No es una tentación el delito porque todos los jóvenes, amparados por la sociedad –incluyendo las empresas privadas–, pueden terminar desde el preescolar hasta un posgrado. Todos los jóvenes tienen el derecho asegurado y protección total en materia de salud.

El especialista de la ONU señaló que el 20 por ciento de todos los jóvenes de América Latina están actualmente fuera del sistema educativo y fuera del mercado del trabajo. Y que, en ese sentido, las políticas públicas “siguen siendo muy débiles”. Pero marcó excepciones: “Hay cosas muy interesantes que está haciendo el Ministerio de Trabajo en la Argentina con empresas privadas. O lo que está haciendo el Ministerio de Educación para que los chicos que no terminaron la secundaria puedan rendir las materias que les faltan”. Kliksberg explicó: “Algunos jóvenes excluidos que no tienen ayuda quedan sueltos frente a la opción de la delincuencia. De alguna manera la sociedad está preparando una mano de obra cautiva al crimen organizado. La sociedad no distingue entre el crimen organizado y la criminalidad joven”.

–¿Cómo se logra convencer al sector privado, a la sociedad, de qué es necesario hacer esta apuesta a los jóvenes? Porque muchas veces es el sector privado el que presiona al Estado para que no gaste esos recursos en los jóvenes.

–La idea es como El Principito: lo esencial es invisible a los ojos. Hay una correlación estadística absoluta entre más educación y menos delincuencia. En los Estados Unidos se probó hace poco que un año más de escolaridad para los chicos que abandonaban la escuela reducía el número de asaltos y homicidios en la economía en un 30 por ciento. Cuanta más educación y trabajo decente haya, menor será el nivel de inseguridad en la sociedad.

Kliksberg remarcó que las empresas privadas pueden ayudar muchísimo en las políticas públicas. Y destacó las acciones de ese tipo que se están haciendo en Alemania, Noruega, Holanda, Canadá. “Ahí las empresas privadas asumen su responsabilidad social empresaria para crear puestos de entrenamiento, en una primera etapa, y después trabajo para jóvenes excluidos. Ahí comienza la seguridad. El tercer término es la familia. Si se apoya a la familia para que no se desarticule, baja la pobreza. La familia es la principal proveedora de educación antidelincuencia en la sociedad a través de los ejemplos diarios. Estas acciones son las que producen resultados en el mediano y largo plazo y hacen bajar la delincuencia. Entonces, como decía El Principito, está allí, a la vista.”

Finalmente, Kliksberg diferenció la criminalidad joven del delito organizado. “Al crimen organizado al que aplicarle el máximo peso de la ley, como las bandas del narcotráfico o las que hacen secuestros, entre otras. Pero la delincuencia joven que está creciendo debe ser analizada desde el punto de vista de las opciones reales que se están ofreciendo en esta sociedad.” Una voz autorizada para un debate que suele quedarse a mitad de camino.

*Publicado en Miradas al Sur

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