Por Mempo Giardinelli*
Estimado Gustavo,
Ante todo, gracias por enviarme la nota que publicaste en Clarín el 5 de agosto; no la había leído porque soy lector habitual de La Nación y Página/12. Otra aclaración: no integro el colectivo Carta Abierta y el título de esta nota responde a un estilo de artículos que escribo desde hace años.
Lo hago ahora porque siento respeto por tu inteligencia y guardo hacia vos una simpatía personal basada en el hecho de que hace años cantábamos con la misma, querida maestra, y en el común origen de nuestras familias, pues mi madre era de Carlos Casares, donde yo pasé muchos veranos en mi infancia. Siento, por ello, una cercanía de la que hablamos la última, en el Ministerio de Educación, y que ahora me autoriza, dado tu envío, a discutir algunos conceptos de tu nota.
No soy experto en soja, ni en agro ni en nada. Declaro mi ignorancia de antemano, y acepto que vos sí sos un experto. Pero también un dirigente con fuertes intereses, que te hacen mirar las cosas desde un ángulo que también respeto, pero al que cuestiono por todo lo que, sin ser experto, puedo ver con mis ojos y con el corazón.
Las oportunidades económicas que mencionás en tu artículo podrían ser incluso compartibles, pero si muchos decimos que la soja es mala para la Argentina es porque vemos los daños que ha producido y produce: bosques arrasados; fauna y flora originarias destruidas; quemazones irresponsables de maderas preciosas; plantaciones desarrolladas a fuerza de glifosatos, round-up y otras marcas que parecen de Coca-Cola pero venenosa. Yo recorro el Chaco permanentemente y viajo por los caminos de las provincias del NEA y el NOA: Santiago del Estero, Santa Fe, Corrientes, Formosa, Misiones, Salta, Jujuy, y veo los “daños colaterales”, digamos, que produce la soja: agricultura sin campesinos; cada vez menos vacas en los campos; una industrialización completamente desalmada (eso digo: sin alma) y el incesante, inocultable daño a nuestras aguas.
Esto no es una denuncia más, Gustavo, y no es infundada: la modesta fundación que presido ayuda a algunas escuelitas del Impenetrable y en una de ellas hice tomar muestras del agua de pozo que bebe una treintena de chicos. El análisis, realizado por trabajadores de la empresa provincial del agua, mostró que el arsénico es 70 veces superior a lo humanamente admisible. Siete y cero, Gustavo, 70 veces. Lo traen las napas subterráneas de los campos sojeros de alrededor. Hace veinte años esa agua era pura.
Como no sé quién es el exacto responsable de este horror, entonces digo que es la soja. Porque en los viejos campos de algodón, tabaco, girasol o trigo que había en el Chaco trabajaban familias enteras para cultivar cada hectárea. Pero ahora un solo tractorista puede con 300 o 400 hectáreas de campo sojero y eso se traduce en la desocupación a mansalva y el amontonamiento de nuevos indigentes en las periferias de las ciudades de provincia. A esto lo ve cualquiera en las afueras de Resistencia, Santa Fe, Rosario y muchas ciudades más.
Aun admitiendo por un momento que quizás no sea la soja específicamente la responsable, hay una agricultura industrial –tu artículo elogia su presente y sus posibilidades– que es la que está cometiendo otros crímenes ambientales. Ahí está, como ejemplo, la represa que intereses arroceros –al parecer dirigidos por un tal Sr. Aranda, del Grupo Clarín– están haciendo o queriendo hacer en el Arroyo Ayuí, en Corrientes. Esa represa va a cubrir unas 14.000 hectáreas de bosques naturales, va a tapar uno de los ríos más hermosos del país con un ecosistema hasta ahora virgen, y, lo peor, va a contaminar todo el acuífero de los Esteros del Iberá con pesticidas y químicos para producir arroz, soja o lo que China necesite.
¿Se entiende este punto de vista, Gustavo? Yo entiendo el tuyo y comparto que nuestro país “necesita una estrategia de desarrollo con una visión de largo plazo” dado que estamos frente a una extraordinaria oportunidad. De acuerdo en eso. Pero no a cualquier precio. No si nos va a dejar un país ambientalmente arrasado. Nos vamos a quedar sin pampa, sin sabanas donde pacer el ganado, sin el agua potable que es el tesoro mayor que tiene el subsuelo argentino y que ya, también, destruye una minería descontrolada.
Tu nota subraya “la oportunidad que tenemos”, pero ¿qué desarrollo y qué sustentabilidad tendrán las futuras generaciones de argentinos sobre un territorio desertificado en enormes extensiones, un subsuelo glifosatizado y con las aguas contaminadas con cianuro, arsénico y una larga lista de químicos letales que ya es pública y –sobre todo– notoria?
Tampoco es cierto que “los beneficios están presentes en el conjunto de la sociedad”, porque si así fuera y con las gigantescas facturaciones sojeras no tendríamos las desigualdades que tenemos. Que no son sola culpa del Gobierno, la corrupción o los políticos. Son el resultado de una voracidad rural que a estas alturas está siendo, por lo menos, obscena.
Como bien decís, el desacuerdo no puede reducirse a soja sí o soja no. Eso sería, en efecto, “empequeñecer el horizonte”. Pero entonces gente sensible como vos –y me consta tu sensibilidad y creo que no pertenecés a la clase de neoempresarios argentinos que no ven más allá de su cuenta bancaria y son incapaces de tener más ideas que las que les dictan los economistas que les sacan la plata– gente como vos, digo, debería hacer docencia para que tengamos, si ello es posible, grandes producciones de soja pero no a cualquier precio.
Soja sí, entonces, pero no si se descuidan el medio ambiente y el agua. No sin desarrollar alternativas verdaderas para los miles de campesinos que han sido y están siendo expulsados de sus tierras de modos brutales o sutiles. No si los sojeros siguen eludiendo impuestos y negreando a sus empleados. No si las grandes empresas semilleras o herbicidas siguen comprando medios y periodistas para que mientan a cambio de publicidad.
No todo es soja sí o soja no, de acuerdo. Pero tampoco la declaración de idealismo e inocencia que se lee en tu artículo.
Si querés lo seguimos discutiendo. Vos sos un experto. Yo apenas un intelectual. Capaz que enhebramos buenas ideas para el país que amamos.
Un cordial saludo.
*Publicado en Página12 - 11/08/2010
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