Por Mario Wainfeld*
“En la crisis –decía Eduardo Duhalde, a la sazón presidente– todos tienen razón para reclamar.” En la salida de la crisis, interpreta extensivamente este cronista, todos (o muchos) tienen incentivos racionales para adherir al líder que la conduce, al timonel en aguas embravecidas. Néstor Kirchner, presidente en el tránsito del infierno al purgatorio, congregó ese apoyo. Su fuerza se proyectó de un escueto 22 por ciento de los votos (la mayoría prestados) en 2003 a un 45 por ciento, bien propio, en 2007. La aprobación de la opinión pública y la imagen positiva trascendían largamente el caudal electoral. Un consenso transversal y pluriclasista (poco ruidoso y poco activo en promedio) avaló al kirchnerismo en la emergencia.
Si se mira en perspectiva, ese fenómeno venía aminorando en 2007, pero la polarización electoral y la mayoría ciudadana que ansiaba la continuidad disimularon la mengua. El conflicto por las retenciones móviles, allende la seguidilla de errores tácticos del Gobierno, catalizó diferencias que estaban en germen, propias de una nueva etapa. Las corporaciones agropecuarias fueron acompañadas por numerosos ciudadanos y ganaron el espacio público. En esa primera lid, perdidosa, el kirchnerismo pagó de contado varias carencias de construcción acumuladas en años: poca presencia mediática, falta de grupos de pensamiento, escasa militancia organizada. Una noche, en un episodio más estigmatizado que comprendido, Luis D’Elía y un grupo de militantes sociales pusieron el cuerpo (y una piña sobre la cual se hizo un mundo) para evitar que un colectivo poco organizado le ganara la Plaza a un gobierno peronista.
Desde entonces, se fue desarrollando una doble tendencia que sigue en curso. Por un lado, la dilución de esa mayoría amplia pero desmovilizada. Por otro, la progresiva transformación del kirchnerismo en una (primera) minoría consistente, activa, con capacidad de actuación en distintos planos.
Carta Abierta fue la primera expresión: intelectuales y académicos que se situaban como orgánicos y dinámicos, interviniendo en el debate público. Sucesivamente surgieron otros: agrupaciones juveniles, bloggers hiperactivos, referentes de la cultura y del espectáculo que tomaron posición activa.
El discurrir llega hasta hoy tras un zigzagueo que comprende dos duras derrotas (las retenciones en 2008, las elecciones en 2009) y varios avances políticos e institucionales que no estaban en agenda (sistema jubilatorio, ley de medios, asignación universal, matrimonio entre iguales).
El kirchnerismo es la fuerza política con mejor intención de voto, pero está distante de la primacía que tuvo en 2005 y 2007. Es la única que puede movilizar a miles de ciudadanos de clase media por Facebook y a decenas de miles de trabajadores, del sindicalismo y de los movimientos sociales. Es, a considerable distancia, la que cuenta con más trabajadores de la cultura y organizaciones de derechos humanos vivaces para defenderlo. La presidenta Cristina Fernández tiene más militantes y activistas dispuestos a bancarla en el ágora y en la calle que los que pudo contar Néstor Kirchner. Pero dista de gozar de la anuencia, así sea calma, de la mayoría silenciosa que dio sustentabilidad al mandatario que la precedió.
El kirchnerismo procura recuperar el favor de la base popular, que le respondió de modo inferior al esperado en las urnas el año pasado. Y de sectores medios, que le advirtieron un distanciamiento en 2007 y le dieron mayormente la espalda el año pasado. Ha repuntado marcadamente desde su punto más bajo, su curva apunta hacia arriba.
En ese contexto cabe leer la Marcha de Antorchas, inscripta en el imaginario y las tradiciones peronistas. Un acto de trabajadores, lo que en siglo XXI abarca a empleados sindicalizados o informales y también a desocupados. Néstor Kirchner, Hugo Moyano y Emilio Pérsico, de rigurosa campera, trataron de generar fervor identitario y de dar cuenta de su alianza política. Interpelaron a los laburantes, el sector en el que el oficialismo tiene más virtualidades de crecimiento, para mejorar su desempeño de 2009.
Los oradores y los asistentes expresaron a una fuerza que muchos dieron por derrotada hace dos años y hace uno. Pero que sorprende por su capacidad para dar pelea de cara a un horizonte abierto y fascinante.
*Publicado en Página12 - 27/07/2010
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