Por Horacio Brignone*
Hacia fines del año pasado, Chávez advertía que el actual método capitalista para calcular el producto bruto interno del país no tomaba en cuenta el peso del sector público, y mucho menos los programas sociales y económicos - aunque incidan definitivamente en la vida de la mayoría- ya que carecen de valor mercantil; coincidiendo con un informe de economistas encabezados por Stiglitz, que proponen cambiar el método de medición del PBI
Asistimos a una crisis de la ley del valor, sostenía Daniel Bensaid un año antes de su muerte. ("Y después de Keynes, ¿qué?" , Bensaid, D., Vientosur, Número 106)
Reduciendo el valor mercantil de todo producto o servicio al tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción, la ley del mercado apunta a medir lo inconmensurable, atribuyendo a cada cosa un valor monetario.
¿A qué corresponde el salario de un enseñante-investigador universitario? Transformado en vendedor de prestaciones mercantiles, no vende sin embargo un producto, aunque recibe por el tiempo de trabajo una remuneración financiada por la distribución fiscal.
¿Se trata sólo del tiempo pasado en su laboratorio…. o el que pasa frente a la pantalla de su computadora?... ¿Detiene su pensamiento cuando lee en el metro o hace footing?
“Entre el dinero y el saber, no hay común medida” sostenía Aristóteles, cuestión especialmente peliaguda teniendo en cuenta que la producción de los conocimientos está hoy altamente socializada, es difícilmente individualizable y comporta una gran cantidad de trabajo muerto. Sin embargo desde la perspectiva de la vigente ley menemista de Educación Superior, se han naturalizado los estándares productivistas impuestos por Banco Mundial y la CONEAU con su zaga de acreditaciones a universidades que los cumplan sumisamente.
El tiempo largo de la ecología no es el tiempo corto de las cotizaciones en Bolsa.
Atribuir un valor monetario a los servicios de la naturaleza se enfrenta con el arduo problema de determinar un denominador común a los recursos naturales, a los servicios, a los bienes materiales, a la calidad del aire, del agua potable, etc.
Asistimos a la privatización generalizada del mundo, lo que hace de todo, incluso de la fuerza humana de trabajo, una mercancía vendible.
Las controversias sobre la propiedad intelectual dicen mucho al respecto: Se pone precio a la menor idea susceptible de generar una actividad, todo está cubierto por el copyright. No se comparte: se captura, se apropia, se trafica.
A este paso, vendrá quizá un tiempo en que será imposible plantear cualquier enunciado sin descubrir que ha sido debidamente protegido y sometido a derecho de propiedad, advierte Bensaid.
Con la adopción en 1994 del acuerdo TRIPS (Trade Related Aspects of Intellectual Property Rights) los grandes países industrializados lograron imponer el respeto mundial a las patentes, cuando hasta entonces su validez no era reconocida ni se patentaban sustancias sino procedimientos de fabricación.
La información también convertida en una nueva forma de capital, produjo que el número de patentes presentadas cada año se haya disparado. Sólo Monsanto, Bayer y BASF han presentado más de 500 patentes sobre genes de resistencia a la sequía. (el gen existe, no se inventa)
Patentes de variedades de plantas o de animales de crianza, de sustancias de un ser vivo, desdibujan la distinción entre invención y descubrimiento abriendo el camino al pillaje neoimperialista mediante la apropiación de saberes zoológicos o botánicos tradicionales.
Bancos de semillas centenarias fueron desvalijados por corporaciones estadounidenses asentadas en Irak.
El problema no es tanto que la patente de secuencias de ADN constituiría una afrenta a la muy divina Creación sino que el esclarecimiento de un fenómeno natural pueda ser, en delante, objeto de un derecho de propiedad. Patentar un saber y no un hacer.
Lavoisier no patentó el oxígeno, ni Einstein, la teoría de la relatividad, ni Watson y Crick, la doble hélice de ADN. Desde el siglo XVII, la entera divulgación favorecía las revoluciones científicas y técnicas. En adelante, la parte de los resultados puestos en dominio público disminuye, mientras que aumenta la parte confiscada por patentes para ser vendida o procurar una renta.
Ahora bien, tratándose de una crisis estructural y no una de aquéllas cíclicas que se producían más o menos cada diez o doce años, es también una crisis de las soluciones imaginadas para superar las crisis pasadas
Las medidas económicas producidas en el país se enrolan en lo que podríamos llamar un keynesianismo o neokeynesianismo, explicitado incluso por algunas líneas gubernamentales.
John Maynard Keynes, delegado de Gran Bretaña en la conferencia de Breton Wood, creía que el capitalismo era ideal, pero que había que regularlo
Edmund Phelps, un neokeynesiano, glorificando al capitalismo, presentaba los problemas actuales apenas como un contratiempo, diciendo que “todo lo que debemos hacer es traer de vuelta las ideas keynesianas y la regulación, reproduciendo la grotesca idea –fustigaba Meszaros- de que el sistema es como un compositor de música. Puede tener algunos días malos, de pereza en los cuales no puede producir, pero si usted lo mira globalmente verá que es maravilloso. Piense en Mozart –él debió haber tenido también algún mal día. Así es el capitalismo en crisis, como los días malos de Mozart. Quien crea esto debería hacerse examinar la cabeza. Pero Phelps, en lugar de hacerse examinar, ganó el nóbel de economía en el 2006.”
Se olvida a menudo que las pociones keynesianas pudieron contribuir a recuperaciones temporales, pero que tras una corta calma en 1934-35, la economía conoció una recaída brutal en 1937-38 y fue precisa nada menos que una guerra mundial para crear las condiciones del crecimiento duradero de los “treinta gloriosos”, recordaba Bensaid.
El debate económico en Argentina es todavía un tema ajeno al gran público, sin embargo hay terreno fértil para encararlo, a la vez que indispensable desde que si bien es dable “decretar” el aspecto negativo, es decir, la destrucción de un esquema perimido, no ocurre lo mismo con el aspecto positivo, la construcción: tierra nueva, mil problemas. Para resolver estos problemas, es necesaria la libertad más amplia y particularmente la actividad más amplia de la población (Rosa Luxemburgo).
Bensaid aliviaría los complejos de sectores de izquierda seducidos por los nuevos populismos: “Cuando los supervivientes de una izquierda reformadora contemplan una alternativa keynesiana al liberalismo, es posible hacer un trozo de camino juntos (…) podríamos, pues, combatir codo con codo por objetivos comunes, y podría ser que estas movilizaciones desencadenaran una dinámica social que fuera más allá de los objetivos iniciales”, aunque advierte: “pero esto no significaría de forma alguna una armoniosa síntesis entre keynesianismo y marxismo. Como proyecto político de conjunto, y no como suma de medidas parciales, el programa de Keynes, claramente proclamado, es salvar el capital de sus propios demonios. El de Marx es derrocarlo.”
*Columnista del Programa “Hablando Claro”, Radio Nacional Córdoba, 26/06/10
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