Por: Hugo Muleiro*
¿Qué es lo que tanto festejan los argentinos por estos días del Bicentenario? L a participación activa y entusiasta de cientos de miles de personas cada día en desfiles y presentaciones históricas y artísticas en Buenos Aires, incluyendo una gran impronta latinoamericanista, está causando una sorpresa mayúscula, por un hecho que tomará tiempo interpretar y descifrar.
¿Festejan familias completas, la mayoría de clase media o baja, a pesar de que cada día leen y escuchan noticias de una inflación galopante, fuera de control, que produce aumento de la pobreza y desesperación? ¿Festejan a pesar de que la mayoría amplísima de los medios relatan un país institucionalmente quebrado, donde un gobierno de modos totalitarios sepulta todo disenso? ¿Bailan y cantan hasta la madrugada en la avenida principal de Buenos Aires con músicos locales, y de Uruguay, Chile, Paraguay, Brasil, Colombia, a pesar de que cada día no pueden ni salir a las calles, según ciertas crónicas, porque la inseguridad los acecha y los angustia?
La señora de 75 años que junto a un joven de 20 levanta los brazos y saluda al rockero local León Gieco cuando canta contra los inversores extranjeros, diciéndoles que "es mejor que tu empresa se vaya de mi país", ¿son los mismos ciudadanos que están atribulados porque la mayoría de los comunicadores les dicen que Argentina permanece aislada del mundo, con un gobierno incapaz de insertar al país en la aldea global, y que "apenas" es capaz de llevarse bien con Evo Morales y Hugo Chávez, pero no con Barack Obama, Rodríguez Zapatero y Angela Merkel?
Sólo el sábado 22 de mayo al mediodía, alrededor de un millón de personas presenció un desfile de militares, policías y otras fuerzas de seguridad, algo impensado en el país hasta hace unos pocos años. Diez horas después, una multitud también estimada en un millón de personas celebró a León Gieco, al uruguayo Jaime Roos, a Los Jaivas, de Chile, a Pablo Milanés, de Cuba, y a la música paraguaya y colombiana.
Junto a puestos de cada una de las provincias (estados) del país, desplegados a lo largo de un kilómetro en la avenida 9 de Julio de Buenos Aires, miles de personas hicieron filas cada día para visitar las instalaciones desplegadas por las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo. Los argentinos que visitaron a estas luchadoras que hoy acompañan varias de las políticas del gobierno, ¿no escucharon nunca a opositores de izquierda decir, a través de los medios que maneja la derecha, que la presidenta Cristina Fernández realiza la política de derechos humanos y de juzgamiento de los represores sólo para beneficiarse personalmente?
Pareciera que cientos y cientos de miles de argentinos, quizá millones, no estaban en ninguna parte, eran invisibles, y salieron abruptamente a las calles estos cuatro días, sin importarles que la concepción del festejo, su impronta de proximidad con la cultura y la política latinoamericana, se debe a decisiones adoptadas por un gobierno que lleva al país, según se les dice todos los días, a una hecatombe que está a un paso.
O tal vez, pobres ingenuos, crean en un informe de la ONU que dice que gracias a un subsidio estatal para cada niño de familias cuyos adultos no tienen trabajo formal, Argentina pasó a ser el país con desigualdad menor de América Latina. Pero es difícil que lo crean, porque la noticia apenas tuvo espacio en medios estatales y en unos pocos privados que están sumados al oficialismo que, obviamente, los compró con dinero de la corrupción.
Los medios privados, diarios, radios y canales de televisión que están en unas pocas manos, no pudieron ignorar la presencia de esta marea humana que visitó puestos, degustó comidas de provincias –aún a pesar de que un día para el otro los precios fueron duplicados de manera escandalosa-, comió sentada en el asfalto, bajo un árbol, en cualquier acera, hizo filas larguísimas para ver una vieja locomotora, visitó a las Madres y Abuelas y se apretujó cordial y alegremente para celebrar a cuanto artista se presentara.
¿Hay en una porción significativa del pueblo argentino, además de la razonable evocación por los 200 años del primer intento por formar un gobierno local, un deseo hasta ahora invisible de plegarse a una celebración colectiva, de mostrar una cierta alegría o cuanto menos conformidad por algún nivel de progreso que no se publica en ninguna página ni noticiero de los "medios independientes"? ¿Hay un sector muy numeroso en un estado tal que permita esta celebración gigantesca, sin precedente alguno en más de medio siglo, en contraposición absoluta con la imagen de un pueblo que estaría abatido, angustiado, inerte ante un gobierno agresivo, "crispado", incapaz de escuchar?
Grandes titulares sobre la masividad de la fiesta popular no alcanzaron, sin embargo, a tapar del todo el sentimiento de rabia de la derecha local por esta sorpresa y, como siempre, el objetivo en la mira fue la presidenta, quien no pudo controlar la emoción ni que su voz se desarticulara cuando el viernes 21 inauguró el Paseo del Bicentenario, ya en ese momento colmado por una multitud. El diario Clarín remitió este hecho, el de la emoción presidencial, más allá de la página 30, a un espacio casi invisible. Otro diario, que le sigue a aquél en ventas, La Nación, escribió que la mandataria "se emocionó con su propio discurso".
Se ve que sufrieron una reacción visceral, una especie de cólico político, para minimizar o aniquilar a una presidenta capaz de llorar, es decir capaz de ser tan humana, de tener sentimientos como patriotismo, según ella misma lo conciba, de conmoverse porque "Dios quiso", como dijo, que ella estuviera como jefa de estado en el año del Bicentenario. Es que una presidenta que tiene estas emociones no es la maldita que trabaja solo para aniquilar al país, someter a los habitantes a su antojo, causarles cuanto mal sea posible e imaginable, todo con el único propósito de guardarse todo para sí.
Nadie en su sano juicio puede asegurar que este pueblo que rara vez llega a la avenida principal de la europeizada Buenos Aires se movilizó y festejó por identificación militante con el gobierno y su presidenta, así como nadie puede honestamente negar que se expandió y mostró su algarabía, su cariño por el país y por los artistas que el gobierno convocó, y por los invitados extranjeros que llegaron a honrarlo. Y había que ver los bailes y los cantos: no eran, al menos estos, los argentinos a punto de ser lanzados al mismísimo infierno.
Pareciera que ellos ven y sienten los tiempos actuales de otra manera y, si Argentina conserva todavía algo de la inteligencia y el talento por los que consigue admiración, es seguro que pronto comenzará un ejercicio para determinar qué sucedió en estas jornadas, y por qué.
Como casi siempre, seguro es también el acierto que suele tener la mirada liberadora del poeta, como cuando escribió, aunque ajeno a este tiempo y estas circunstancias: "La sopa de los pobres llega al centro, y su vapor al reino de los cielos".
*Publicado en Telesurtv.net
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