Por Alejandro Nadal*
Hace tres semanas, la Unión Europea decidió «rescatar» a Grecia, que estaba ahogándose en el mar de la deuda. Se autorizó un paquete por 110 mil millones de euros (80 de la UE y el resto del Fondo Monetario Internacional) para enfrentar los vencimientos más urgentes de su deuda soberana. El precio para el pueblo griego será una recesión profunda y larga por haber caído en la trampa de una prosperidad que nunca existió.
Con tanto jaleo, el barco de la Unión Europea se ladeó y comenzó a hacer agua. Los tripulantes vieron el peligro del efecto cascada que podría arrastrar a Portugal y España. Los arrecifes no estaban lejos: el desplome del euro se había convertido en una posibilidad real. Había que tomar medidas para evitar el hundimiento.
El 9 de mayo los dieciséis países de la eurozona se comprometieron a proteger al euro con un paquete de más de 500 mil millones de euros (mmde). Junto con otros 220 mmde provenientes del FMI, el blindaje alcanza la portentosa suma de 720 mmde. Por supuesto, esto significa que la condicionalidad de los paquetes del Fondo será el precio a pagar para los países «rescatados».
Los medios bautizaron a la medida como un ejemplo del «shock y espanto» de la doctrina Powell al arrancar la triste guerra de Irak. La idea de esa doctrina era, recordarán los lectores, abrumar con un despliegue militar al enemigo para aniquilar rápidamente sus defensas y desmantelar sus centros de poder.
La metáfora es más que desafortunada. La guerra en Irak es un desastre, así que hay que preguntarse a quién está rescatando esta iniciativa. Para responder, hay que hacer un poco de historia.
El proyecto original de una Europa unida fue concebido como heredero del pacto social de la posguerra. Era el momento de la reconstrucción y la reconciliación, pero también el de la distribución mediante una política de ingresos que permitió una demanda agregada robusta. Ese era, a grandes trazos, el proyecto original de Jean Monnet para el Tratado de Roma de 1957.
Quince años más tarde, el derrumbe del sistema de Bretton Woods cambió las reglas de juego y al final, la Unión Europea alcanzó su plenitud en medio del frenesí neoliberal de los años noventa. Su creación más espectacular, la unión monetaria, nació al abrigo de la teología macroeconómica neoliberal cristalizada en el Tratado de Maastricht (1992): política monetaria obsesionada por la lucha contra la inflación, política fiscal comprometida con el dogma del presupuesto equilibrado y una política de contención salarial que llevaría a serios desequilibrios estructurales en toda Europa.
Aunque el esquema de Maastricht y del Pacto de estabilidad y crecimiento se descompuso antes de que estallara la crisis, los políticos y financieros jugaron a no darse cuenta. Y hoy que la crisis financiera y económica ha roto el paradigma de la economía neoliberal, los centros de poder político y financiero se resisten a abandonarlo.
Según Christine Lagarde, ministra de economía francesa, es sumamente útil tener al FMI participando en esta iniciativa de la UE debido a su «experiencia en aplicar programas de estabilización y ajuste». Para Lagarde, el análisis del Fondo en los casos de Lituania, Hungría y Grecia fueron «muy preciosos». Caray, qué bueno que a Sarkozy le da por reflexionar sobre las alternativas al capitalismo.
Al igual que la Reserva Federal, la Unión Europea sacó su maquinita de imprimir billetes. Ahora podrá comprar deuda soberana, pero la hipocresía del poder es ilimitada: esas operaciones sólo se llevarán a cabo en los mercados secundarios. Pero los países rescatados recibirán el trato que acostumbra otorgar el FMI. Ahora queda claro no sólo a quién van a «rescatar», sino también a quién van a destruir: esta maquinaria quiere desmantelar los últimos vestigios del proyecto original de la Europa solidaria y próspera en el espíritu del Tratado de Roma.
A dos años de haber explotado la crisis neoliberal no se ha prohibido ni una de las transacciones financieras que sirven para especular, incrementar riesgos e intensificar la volatilidad. En cambio, se inicia la última ofensiva en la guerra para desmantelar lo que queda de una etapa en la vida del capitalismo en la que la solidaridad social y una norma salarial que permitía hacer frente a la deficiencia de demanda agregada importaban un poco. ¡Arriba la flexibilidad laboral!
Hoy el pueblo griego se retuerce en un asador en el que los sueños de una generación morirán. Es la misma suerte de la generación que fue sacrificada en México desde 1982 para poder pagar una deuda interminable. Veinticinco años de no invertir en salud, educación, vivienda o medio ambiente. Tiene razón el pueblo griego en rebelarse.
No hay que ser ingenuos. La crisis no es una patología que esporádicamente afecta al capitalismo. En el capital, la crisis no es un episodio del que uno se recupera para regresar a la norma. La crisis es el estado normal del capitalismo. El capital disfruta, vive y se nutre en la crisis.
*Periodista mexicano - Publicado en Telesurtv.net
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