Si no fuera por la crónica que Mariano Grondona publicó el domingo en La Nación no me hubiera inspirado para hacer esta inocente crónica. La de Grondona lleva el siguiente título: “Los Kirchner, ¿Temen caer o quieren caer?”. Impúdico modo de desnudar su deseo destituidor que parece hacerle agua la boca. Aún el estímulo más miserable sirve para estimular una reminiscencia linguística. La palabra que me viene a la memoria es “turrada”, acción baja y ruin. ¿O no lo es instalar la idea de que el Gobierno si no cae por si mismo va a caer contra si mismo? Va a caer ¿viste? Una cosa lleva a la otra y turrada me lleva a turrito, el diminutivo de turro. En la novela “Los siete locos” Roberto Arlt la coloca en boca del farmacéutico que le replica al protagonista Erdosain: “Rajá, turrito, rajá”. Esa respuesta desdeñosa se hizo una cita memorable. Porque el “turrito” en diminutivo suena más contundente, despreciativo e implacable que turro. Como tantas palabras ha dejado de usarse , al menos con frecuencia social. Paradójicamente su desuso se produce en tiempos en que más abundan los “turritos” o “turritas” de derecha, de izquierda u oblicuos. A diferencia del “garca” que traiciona con más ambiciones, el “turrito” es mezquino e insuficiente para obtener el diploma de turrazo. Este es más codicioso y más frontal. Le pone el cuerpo a su comportamiento. No disimula, no se disfraza: se desnuda. Se exhibe caucásico y peludo. Pero el turrito es un pícaro y actualísimo representante de la escena argentina. Está entre nosotros, y a veces en uno mismo si se tiene esa desgracia y no se la combate dejando de repetir como propio el mensaje interesado de los otros. Un turrito, como un cuervo o un carancho se alimenta de las sobras carroñeras que dejan las grandes bestias. Esas que al menos se afanan por luchar a dentelladas por su alimento. El turrito no. Espera el devenir para usufructuar los desechos. En la política siempre se ubica de tal modo que quede aglomerado, pero frunciendo la nariz como que está disconforme en cualquier lado. Posa de autonomía pero se sube a los colectivos sin andar exigiendo el mapa del recorrido. Basta con que le ofrezcan un asiento donde ejercer su turrismo. Cuando se desorienta se baja y se sube a otro aún al costo de amputarse el orígen. Los hay en cualquier disciplina. En esta que yo ejerzo proliferan con un agregado: se sienten honorables desturrados, no turritos. Cuando Roberto Arlt escribe: “rajá, turrito, rajá”, resume al destinatario. Le dice: andá a turrear a otro. Un buen ejercicio, aparte de releerlo es reconocer a los turritos obvios y ya tradicionales. Y una experiencia actual es descubrir a los turritos/as menos pensados. Estos sorprenden. Y algunos duelen o indignan más que los otros.
por Orlando Barone
Carta abierta leída el 9 de Marzo de 2010 en Radio del Plata.
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