Era la Argentina de 1926, sacudida por conflictos de clases y pulseadas ideológicas que rasgaban su traje de tierra próspera, Roberto Arlt escribía “El juguete rabioso”, una novela que transita las desigualdades sociales de esos días y la feroz pelea de los que subsisten del otro lado de una vida digna. Silvio Astier, el personaje de la novela, junto a otros pibes de su misma condición funda el “Club de los Caballeros de la Media Noche” con la intención de cometer pequeños robos para ganar cierta reputación. La idea del Club fracasa y el personaje sigue su vida entre patrones mezquinos y amigos marginales.
Hace muchos años leí esa novela y en ese recuerdo difuso que uno tiene de las viejas lecturas, me aparece Silvio, con un arma que compra después de haber sumado años y frustraciones, para usar como un juguete rabioso que lo ayude a escapar de las constantes humillaciones que le caían encima.
Una noticia que llega de la ciudad de La Plata tiene ciertas similitudes con aquella búsqueda desesperada del personaje de la novela…
La información relata que “un chico de 9 años fue detenido junto a otro de 10 después de intentar robar a una mujer a metros de Los Tribunales de La Plata. Los policías que los capturaron le secuestraron al más chico una réplica de una pistola 9 milímetros con la que amenazó a la víctima”.
La información termina diciendo que el arma era de juguete, la mujer logró escapar, avisó a la policía y los chicos fueron entregados a sus padres.
Un pibe de 9 años y otro de 10 que intentan un robo con un arma de juguete.
Un arma, como un juguete rabioso, para escapar como sea de la constante humillación de una sociedad que juega a que no lo ve.
Una sociedad que solo le presta un ratito de atención cuando empuña su juguete rabioso, ése que en una de esas le regalaron para su cumple, o tal vez no, porque los pibes pobres cada vez festejan menos su cumpleaños.
Según los datos aparecidos en la última edición del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia, un informe elaborado anualmente por el Departamento de Investigación Institucional de la Universidad Católica Argentina, los niños argentinos pobres, entre otras tantas carencias, cada vez celebran menos su cumpleaños.
Los números son contundentes y señalan que el 51,6 por ciento de los pibes pobres no festejó su último cumpleaños.
Más de la mitad de los pibes no tuvieron con qué celebrar su llegada al mundo.
Esta falta de celebración no mejora con el tiempo, sino todo lo contrario: una vez en edad escolar, los chicos de nivel socioeconómico más bajo pasan su cumpleaños sin recibir un reconocimiento en un 61,2 por ciento de los casos.
Cuando nos referimos a las ausencias y a los despojos que sufre la infancia excluida, inmediatamente pensamos en la alimentación, la educación, la salud… lo urgente. Pero hay más, están los detalles, el detalle de festejar, entre los más queridos, nuestro arribo a este barrio del Universo. Ser una vez al año homenajeado es una forma de sentirse querido, necesario. Más de la mitad de los pibes pobres no tuvieron este año esa sensación.
Por eso, nadie debe escandalizarse de los pibes que usan armas de juguete para lograr que los miren, que los descubran, que se enteren de su llegada al mundo.
Ellos usan juguetes cargados de rabia por la fantasía quebrada.
Por eso, nadie debe sorprenderse si un pibe de 9 años y otro de 10 usan un juguete rabioso que pone en vilo a la sociedad que se empeña en no verlos.
Es probable que, como aquellos “Caballeros de la Media Noche” de la novela de Roberto Arlt, todo lo que estén buscando sea escaparle a la humillación y a la indiferencia.
por Néstor Sappietro
Publicado por Agencia Pelota de Trapo
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