martes, 10 de diciembre de 2019

LA REIVINDICACIÓN DE CRISTINA

Imagen de "diarioregistrado.com"
Por Roberto Marra
Los sucesos de estos últimos cuatro años que, unidos, conforman la historia que será relatada en adelante, se nos presentan como duras imágenes agolpadas en nuestras mentes, mezcladas entre dolores implacables y placeres imposibles, entre muros de sometimientos y puertas que se entreabren a sueños truncados con golpes de miserias, entre rabias incontenibles y palos en las cabezas de los atrevidos que no cejaron nunca en sus empeños de búsqueda de dignidad, entre balazos por la espalda a pobres desesperados y gritos de impotencias desamparadas por una “justicia” de papel glacé.
Amontonados contra la pared de la desesperación, no cabía otra salida que empujarla hasta derrumbarla. Solo que, para hacerlo, se necesitaba mucho más que voluntad o de un acto reflejo del espanto vivido. Se precisaba de una dirección y un sentido que le diera el valor agregado de la capacidad estratégica para hacerse cargo de la tarea reconstructiva del tejido social, deshilachado por la oscuridad mediática, resignificando las inmortales consignas libertarias que traspasaron proscripciones y procesos genocidas, izando las viejas banderas populares, jamás sometidas, ni aún en las más pérfidas de las dictaduras.
Allí estuvo ella de nuevo, mostrando el camino del que nos desviaron hacia el desierto de la peor de las revanchas clasistas, señalando la ruta hacia esa salida que parecía casi imposible encontrar entre la maraña de procacidades empobrecedoras, perdida entre decretos sin urgencias ni necesidad, tapialada con el grueso muro de la mentira organizada, para abatir, desde adentro de nuestras conciencias, la esperanza aplastada a garrotazos e hipocresías.
No podía ser sino ella quien lo hiciera posible. No cabía otra posibilidad, en medio de semejante desvarío incontrolable por el supuesto “mejor equipo”, que no alcanzaba ni siquiera a comprender sus propios actos deleznables. No había nadie más que pudiera protagonizar la conjunción de las fuerzas requeridas para expulsar el mal de nuestra Nación miserabilizada. No existía (ni existe) quien le igualara en el coraje, la pasión y, mucho menos, la capacidad pensante e interpretativa de la realidad, necesariamente transformable.
La bestialidad de los “ceos” que ahora son expulsados, estos secuaces de un Poder que nunca abandona sus intenciones de dominación absoluta, no pudo evitar, aún con la persecusión más despiadada de la historia sobre persona alguna, someter a esta indomable, capaz de domar al “dragón” que vomitó durante años el fuego de falsedades más obsceno que se recuerde, con el solo fin de derribarla, de hacer añicos su tenacidad y acabar con el paradigma que los enloquece y obnubila desde 1945.
Montones de homínidos parecidos a personas, desatados de furias arraigadas solo en el odio irracional, conforman el último “regimiento” que les queda a estos asesinos de niños hambrientos, de viejos arrojados a la muerte prematura, de ladrones de esfuerzos ajenos, de acumuladores de riquezas que nunca produjeron. Son los últimos estertores de una clase que se resiste a desaparecer, que boquea sus alientos finales en busca de la salvación de sus superioridades económicas, odiando hasta sus últimos suspiros, haciendo de esa mujer, el motivo de sus miserables vidas de inmorales traidores a la Patria.
Pero nada ni nadie pudo con ella. Nada impidió su templanza ni amilanó sus certezas. Enfrentando a todos, disolvió los tribunales de los injustos con un alegato memorable, hizo temblar a los cobardes hacedores de su persecusión y construyó, en medio de semejante acoso sin antecedentes, la herramienta que logró vencer a esa repugnante maquinaria productora de los peores horrores populares. Convocó, armó, desató nudos y envolvió pasiones desencontradas, en una amalgama tan heterogénea como imprescindible para vencer a la runfla de despreciables destructores de la República que decían venir a salvar. Encontró y re-encontró a los y las mejores, hasta convertir su propia postergación en la herramienta que logró lo que, meses antes, parecía imposible.
Cristina asume hoy, reivindicada, su nuevo puesto de lucha. Ahora se convierte, otra vez, en aquella que bajaron de la carroza convertida en calabaza en diciembre de 2015, creyendo que acababan con su vida política. Miserables almas desalmadas, nunca comprendieron a quien se enfrentaban, nunca supieron contra quien desataron sus furias bestiales. Y terminaron derrumbados ante los pies de esta estadista sin par, coronada con la honra del irrenunciable amor de su Pueblo.

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