miércoles, 17 de julio de 2019

EL CONSENSO

Imagen de "Calameo"
Por Roberto Marra
En una sociedad donde nada parece suceder si no sucede en los medios, donde todo se vuelve real solo si lo instalan los comunicadores de noticieros y programas de falsos “debates”, no resulta extraño que se aprovechen esas circunstancias para dirigir los sentidos de la población hacia lo que los dueños y promotores de esos medios necesitan y desean. Y como todo invento, el sistema comunicacional adquiere las virtudes y los defectos de quienes se apoderan de ellos, lo cual, en el capitalismo en el que vivimos, se transforma en un poderoso cerrojo a la libertad que (falsamente) se dice promover.
Para muestra, basta el “botón” del actuado “enojo” del presidente por la supuesta “persecusión” de los escasos medios no afines a su ideología, como si esas pocas voces disidentes con su gobierno pudiera hacerle mella, frente a los centenares de otros que lo acompañan sin escamotear un instante de sus prepotencias y sirviendo de bases de lanzamientos de esos poderosos misiles de mendacidades que se multiplican hasta el paroxismo, construyendo ficciones informativas que se consumen casi sin posibilidad de contradicción alguna.
La mentira se ha convertido en lo habitual, contruyendo una realidad paralela que actúa como una virtual “pala mecánica”, arrancando los conocimientos de la realidad para profundizar la brutalidad y facilitar la dominación. La falsedad es la moneda corriente con la que se paga la credulidad de millones de personas apabulladas por la metralla de dicotomías que aseguren la generación de desprecios y odios hacia los sectores sociales que el Poder ya no necesite para sus negociados.
En ese ámbito, inmersos en esas circunstancias, se van sucediendo los períodos de gobiernos en esta particular “democracia” donde todo está retorcido por el poder comunicacional, donde cada palabra que se utiliza está pensada para distraer o enterrar la realidad, haciendo ilusorio el sueño de una libertad que jamás se tiene, salvo para optar entre males mayores o menores, aún cuando, cada tanto, aparezcan seres excepcionales que se animan a hacer lo que parece imposible.
Entre esas palabras que se transforman en caballito de batalla de los poderosos y sus mendaces representantes mediáticos y politiqueros, está el “consenso”. Nadie que pretenda asumir una posición dominante, dejará de utilizarla. Todos y cada uno de los contendientes en las batallas ideológicas y electorales, girarán en torno a ese término que se asume como incontrastable. Casi como mágico, ese vocablo representa una actitud de elevada conciliación, un método insoslayable, aparentemente, para convertirse en “bien visto” por la sociedad.
Justo lo contrario de lo buscado, esa palabra se convierte, más veces de lo que se pueda pensar, en parte del problema para salir del estancamiento dogmatizante, que abreva en eso que se acostumbra denominar como “el sentido común”. La idea de que se puede obtener una unívoca postura de todos los integrantes de una sociedad resulta tan falsa como cada una de las mentiras con las que se construyen los sentidos generalizados a través de los medios.
Dueños de las conciencias mayoritarias, los poderosos plantan la semilla del aparente “consenso”, que remite a lo que ellos promueven como idea de “sociedad mejor”, un cúmulo de obviedades sensibleras para distraernos de sus reales objetivos de continuidad de su dominación y elevación de sus fortunas. La natural bonhomía de la población hace el resto, dejando pasar por enésima vez el engaño hasta que (tarde) descubre que ese famoso “consenso” solo lo era entre los oscuros personajes que siempre los estafaron.
Ya es tiempo de descubrir en los inevitables “disensos” la verdadera raiz de la conformación de una sociedad renovada, donde cada postura ideológica pueda expresarse libremente, sin ataduras a inverosímiles unívocas posiciones sobre cada uno de los temas que importen, donde se logre la unidad de acción de los diversos con los aportes generosos de cada quien. Y donde la búsqueda de la verdad se libre de los falsos paradigmas impuestos desde las usinas del pensamiento único, tan falaz y tan perverso como obligarnos a vivir en un Mundo sin diferencias.

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