martes, 30 de octubre de 2018

LOS VERDADEROS CULPABLES


Imagen de "Realidad Argentina"
Por Roberto Marra
La responsabilidad es sinónimo de compromiso, de obligación, de carga, de incumbencia. La culpa, por su lado, puede expresar una falta, una infracción, un error, un desliz, un incumplimiento. La responsabilidad no parece que pudiera generar automáticamente culpa, pero la culpa implica una falta indudable de cumplimiento de una responsabilidad. Con este criterio, se puede encarar el análisis de las relaciones entre el Pueblo y sus gobernantes, cuando aquel es el que elige a estos a través de sistemas de decisiones “libres”, con la necesaria prevención sobre el significado en la realidad de esta palabra.
El Pueblo es responsable de lo que vota y de sus resultados posteriores. O de lo que no vota. Es quien decide, es su incumbencia natural en una democracia, pensada ésta como ideal, aun cuando sea muy difícil su existencia real. La sociedad compromete el futuro en cada acto electoral, pero hay que decir también que lo hace en virtud de sus convicciones intervenidas, atravesadas por factores exógenos a sus propias elaboraciones intelectuales, influenciadas por la aplicación de maquinaciones de quienes desean favorecer a sus intereses particulares, postergando los sociales.
El Pueblo tiene una obligación que atender cuando decide. Pero ese conjunto está constituido por individuos, que a su vez forman parte de sectores sociales diferenciados, las clases, que demandan por intereses diversos y, las más de las veces, opuestos entre sí. Además, aquellos que poseen mayor capacidad económica, generalmente tienen acceso a mejores posibilidades de entender la realidad y, por lo tanto, mayores incumbencias en el resultado de lo que se elige.
Después, están los culpables. Esos son los que, teniendo una responsabilidad adquirida mediante el voto popular, la incumplen u omiten en la realización de lo comprometido. Aquí es necesario observar que no toda culpa implica el deseo de quien la tuviera de no observar su obligación ni dejar de lado la carga que lleva sobre sí por decisión mayoritaria. Los errores son siempre posibles, mucho más probables cuando se trata de gobiernos que pretenden desarrollar políticas que afectan intereses poderosos, los cuales actúan en consecuencia de las peores maneras para impedir su concreción, provocando yerros producto de sus provocaciones.
Los que no se pueden obviar, son los culpables ocultos, esos que trabajan por detrás de las bambalinas gubernamentales, un supra-poder que ni siquiera tiene pertenencia nacional alguna. En ellos, la culpa es absoluta. Arrastran siglos de delitos encubiertos, décadas de influencias sobre las debilidades de grandes sectores sociales. Son los actores principales de la auténtica corrupción, esa que después le endilgan a los gobernantes que no responden a sus directivas.
La responsabilidad popular existe. Valor o disvalor, según las circunstancias, implica hacerse cargo de las decisiones, aún cuando entendamos las influencias recibidas y la importancia de las afectaciones intelectuales que el Poder promueve. Está ahí esa carga moral de atender todas las señales de la realidad. Forma parte indisoluble de nuestras vidas el tratar de ir siempre un poco más allá que las miserias impuestas desde la ignorancia y la oscuridad mediática.
La culpa de los líderes, también existe. Evaluada por el propio Pueblo con el tamiz de los errores posibles de cometer en sus funciones, permitirá entender mejor a la sociedad y solventar lo que venga con mayor precisión, elaborando colectivamente los cambios o las continuidades.
Pero los culpables de todas las culpas, los manipuladores de conciencias, los generadores y partícipes de las peores perversiones antipopulares, los integrantes de la raza maldita de la oligarquía enquistada en nuestra sociedad, deberá ser extirpada del castigado cuerpo social, envilecido por culpas ajenas, pero responsable, siempre, de su propio destino.

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