jueves, 12 de octubre de 2017

¿VIVEZA? CRIOLLA

Por Roberto Marra

Avivato era el personaje de una historieta creada por Lino Palacios en 1946. Era un vividor, un oportunista sin escrúpulos, un estafador que se aprovechaba de la buena fe o la ingenuidad de los demás. Con sus tramposas palabras, hacia caer a los cándidos desprevenidos, para sacarles dinero por la venta de buzones o terrenos en el medio de un río. Un personaje odiable por donde se lo mire.
No hay duda que los Avivatos se han reproducido y multiplicado desde entonces. Su descendencia ha dejado ya las páginas de alguna revista o diario, para materializarse en hombres y mujeres reales, que se han encargado de continuar con esa labor destructiva de la confianza de la buena gente.
Muchos de ellos han recalado en los ámbitos políticos, proveyendo, con sus acciones, de razones para el desprecio de esta honrosa actividad humana. No son tantos como se podría suponer, pero son tan activos que resaltan fácilmente entre sus pares honestos. La mentira sistematizada es su método, el escarnio a sus adversarios su tarea destructiva de las ideologías, el aprovechamiento de los más débiles su repugnante objetivo.
Mezcla en proporciones iguales de Avivato y Señor Burns, el actual primer mandatario sigue con esa perversa función destructiva de la fe en las ideas más nobles, construyendo mundos de fantasías alegres donde abrevan millones de incautos. Compradores de modernos “buzones”, los otrora “vivos” argentinos, han caído en la enésima trampa tendida por el reino del revés de los dueños del Poder.
No está solo, nuestro Avivato actual. Lo respaldan otros congéneres similares, insaciables embudos de las riquezas creadas por los ingenuos estafados. Y no se limitan a vendernos fantasiosos futuros de felicidad. Se aseguran que nos convenzamos, con alguna violenta demostración, de lo que son capaces si nos rebelamos, tal como lo hicieron antes en sus añoradas dictaduras.
Las víctimas de los modernos “avivatos” son conducidos al mismo abismo que tantas veces visitaron sin desearlo, partícipes de un particular “síndrome de Estocolmo”, sin ver ni oir las advertencias de quienes sí lograron entender la falsa realidad de los buzones. Otra vez habrán sido burlados por los tramposos de siempre, ahora disfrazados de vendedores de globos, inflados con los perversos gases de las mentiras.

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